RIVALIDAD

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—Siempre te he detestado —agudicé y traté de evitar a toda costa lanzarme a sus labios

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—Siempre te he detestado —agudicé y traté de evitar a toda costa lanzarme a sus labios.

No lo voy a negar. Andrei era un pecado recurrente al que me permitía sucumbir porque sabía que tenía fecha de caducidad, quizá porque había decidido acallar esa voz que me decía lo mal que obraba por dejarme arrastrar ante la pasión en lugar de la convicción y que posteriormente podría fingir que no había tenido lugar.

Aunque resultaría complicado olvidar esos increíbles orgasmos.

—No... —susurró moviendo su rostro en un amago de sonrisa—. Tu finges desprecio porque no puedes evitar sentir esto —continuó conforme las puntas de sus dedos rozaban la cara interior de mi muslo izquierdo, acercándose peligrosamente a al centro de aquella oleada incandescente que atenazaba con prenderme cada vez que Andrei me tocaba—, siempre lo has sabido por más que te negases a ello.

No acortó la distancia entre nuestros labios, pero sus dedos se apropiaron de la calidez que había en cada pliegue de mi entrepierna y comenzar así un masaje lleno de maestría con la fruición de su pulgar en mi clítoris conforme el dedo índice y corazón tentaban a adentrarse en mi interior.

—Tu falta de magnanimidad es tan plausible que me abruma —conseguí decir antes de morderme el labio cuando noté como sus dedos se adentraban con cierta brusquedad y su otra mano se dirigía hacia mi nalga forzando a abrirme para obtener un mayor acceso.

No era la primera vez que hacía hincapié en evidente egocentrismo y en que jamás se preocupaba por alguien que no era él. Nunca había mostrado que eso le importara, es más, sus actos no hacían corroborar otra cosa que no fuera precisamente su notoria ausencia de modestia. No iba a culpar su holgada situación económica, comodidad familiar o el hecho de que jamás ha debido esforzarse por lograr algo que deseaba con empeño. Trabajaba en Komarov porque eso le hacía sentirse importante, pero Irina, que poseía aún más derechos que él sobre el consorcio de su padre y procedente del mismo entorno que él, había comenzado como una simple becaria para aprender de verdad el funcionamiento de su empresa, prefirió escalar desde cero precisamente para que nadie pudiera objetarle que no era merecedora de la presidencia.

¿Andrei sería capaz de humillarse de ese modo?

Jamás.

Alguien como es sería incapaz de arrodillarse o pedir clemencia. De reconocer sus errores. De mostrar sumisión o admitir esa carencia de modestia. Podía ser bueno en lo que hacía, mostrar tenacidad y decisión cuando era necesario, pero su alarde de soberbia estropeaba cualquier punto a su favor.

Y eso era lo que fustigaba mi interior. Si se tratara de otro hombre que hubiera pasado por mi vida como un simple amante de una noche me importaría muy poco, pero conocía a Andrei desde la infancia y continuaría estando de forma intermitente en mi vida, más aún ahora que compartiríamos una ahijada. ¿Podría realmente fingir que no habría ocurrido nada sabiendo que le había servido en bandeja aquello que tanto ansiaba?

Quisiera o no, lo había hecho. Y quisiera o no, lo anhelaba.

—Dime, ¿Qué te molesta más?, ¿Que tenga razón en lo que digo o que no puedas evitar estar empapada, receptiva y con ganas de que te posea cada vez que te toco?

Fui incapaz de evitar gemir cuando sus dedos se deslizaron suavemente para adentrarse de nuevo con facilidad.

Si. Estaba empapada. Estaba febril y receptiva.

¡Joder!, ¡Quería sentir de nuevo como llenaba mi cuerpo y lo colmaba!, ¡Necesitaba volver a ese huracán de emociones explosivas al que él me llevaba cada vez que me penetraba!

—Podría sentir lo mismo con cualquier otro —mentí abruptamente y jadeé cuando percibí como apartaba su mano con firmeza y emitía un gruñido de protesta.

La ausencia de su toque otorgándome placer fue una cruda y palpable realidad que no deseaba afrontar, al menos no hasta haber saciado mi apetito despertado también por él. Andrei dio un par de pasos hacia atrás sin dejar de observarme y fui incapaz de moverme, sintiendo que con cada pisada en la que se alejaba, mi cuerpo más enfebrecía por la carencia de su calor.

—Si es lo que quieres creer para calmar tu conciencia, es cosa tuya —mencionó aún con la vista fija en mi rostro—. Tu ropa está sobre el sillón. Nos veremos dentro de unos días en Moscú.

¿Me estaba echando de su casa?, ¿Me había provocado y dejado con un calentón de mil narices para después echarme?

Bueno... que le hubiera dicho que podría ponerme a mil cualquier tío era algo que el ego de Andrei no iba a soportar, pero no habría dicho tal cosa de haber sido cualquier otro hombre. Jamás me he permitido mostrar debilidad con mis amantes, quizá porque siempre he considerado que no estaba preparada para mantener una relación estable o más bien, porque no quería acabar como mis padres. Tal vez eso me había llevado a enfocar mi vida en una carrera profesional, buscar una vocación fuera del plano sentimental, pero a pesar de mantenerme distante en cuanto a las relaciones, tenía que admitir que solo con Andrei mi lengua obraba muy en mi contra porque era incapaz de contenerme.

Reconocer que él me había dado los mejores orgasmos de mi vida era algo que jamás pensaba confesar, ni siquiera a mi mejor amiga si algún día descubriera la verdad. Admitirlo era reconocer que algo en él me atraía desmesuradamente y que una parte de mi le deseaba con auténtico fervor. Eso era inadmisible. Inaudito. Iba en contra de todos mis principios. Y si Andrei esperaba que le rogase otro polvo antes de marcharme como si estuviera desesperada —que todo mi cuerpo enardecía por ser saciado—... prefería consumirme viva antes que arrodillarme ante él para rogar que me hiciera suya otra vez.

¿Como era posible no sentirme saciada después de estar con él toda la noche?, ¿Cuántas veces habíamos tenido sexo? ¿Veinte?, ¿Quizá más?

Joder... es por mayoría el tío con el que más veces me he acostado y solo hemos estado juntos cuatro veces contadas.

Caminé hacia el sillón donde vi mi ropa perfectamente doblada y colocada, no me molesté en quitarme la camiseta que llevaba de él, sino que me puse los pantalones, me calcé los zapatos y me puse la camisa abotonada sobre los hombros sin molestarme en colocarme el sujetador.

—Que tengas buen viaje —dije agarrando mi bolso sin detenerme a mirarle demasiado, había regresado a la banqueta en la que permanecía antes de que lanzase el anillo sin querer y tenía la vista en su plato, como si le pareciese aburrida la situación y aquel revuelto de huevos con bacon fuese mucho más apetecible.

Estaba cabreada e irascible, por raro que pareciera no con él, sino conmigo misma por sentir como mi cuerpo me traicionaba de ese modo.

—Recuerda nuestro acuerdo, Nadia —escuché cuando abrí la puerta y el ángulo de visión no permitía que pudiera verme—. Tu cuerpo sigue siendo únicamente mío.

Empezaba a pensar que este inusual acuerdo solo era una forma de joderme... de volverme loca... porque desde luego lo estaba consiguiendo.

—¡Y yo te recuerdo que funciona del mismo modo en ambos sentidos! —exclamé sabiendo que eso en alguien como él iba a suponer un fastidio.

—¡Y yo te recuerdo que funciona del mismo modo en ambos sentidos! —exclamé sabiendo que eso en alguien como él iba a suponer un fastidio

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El Diamante RusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora