Noté como mi pulso se aceleraba conforme aquella imagen continuaba acaparando toda la pantalla y ese mensaje residía al pie de la fotografía. Lo primero que pensé es que la había sacado de internet, no era posible que hubiera comprado un anillo real solo para fingir un compromiso inexistente, pero mis neuronas comenzaron a funcionar instantes después y vi que la foto estaba hecha en la mesa plegable de un avión privado, incluso se veía un ápice el asiento vacío al otro lado y parte de la ventanilla.
«Mierda»
Tiene un anillo real. ¡El tío ha comprado un anillo de compromiso y todo! No era por el dinero, eso era algo que a Andrei le sobraba, casi tanto como a mi padre. Era el que hubiera pensado en darme ese anillo para continuar con aquella farsa.
Bloqueé el teléfono sin cerrar la fotografía y me quedé tumbada un buen rato observando el techo, aunque en realidad lo único que hacía era poner a trabajar a mi cerebro a marchas forzadas porque necesitaba que se me ocurriese una brillante idea que no fuera arrodillarme ante Andrei y pedir clemencia.
Eso no ocurriría jamás.
Diez minutos después y sin lograr conciliar el sueño, me fui al gimnasio privado de Irina y Alejandro para desfogar toda aquella adrenalina interna que coexistía en mi cuerpo. A ver porqué de todos los hombres que hay en el mundo, que no son pocos, se me tuvo que ocurrir decir que era Andrei mi prometido.
¡Maldita sea mi estampa! No solo no había encontrado un modo de salir de aquel embrollo, sino que encima le había prometido a mi mejor amiga que sí lo había hecho.
No contesté aquel mensaje ni en todo el fin de semana, ni durante el propio lunes, que muy a mi pesar, llegó demasiado rápido a pesar de que rogase a todos los dioses habidos y por haber que detuvieran el tiempo.
Eran las once en punto de la noche. Exactamente cincuenta y nueve minutos para mi autodestrucción de uno u otro modo, pero allí estaba yo, frente al armario, decidiendo que debía llevar puesto para hacer lo que toda mi vida consciente llevaba prometiendo que no haría.
Sumisión.
Reconocer que Andrei se estaba saliendo con la suya de un modo u otro era como recibir una patada en el estómago y aún así, no tenía otra opción más que ir a su jodido apartamento y someterme a su juego. Eso sí. Si ha creído que las condiciones las pensaba poner él, que se quedase sentado.
Al final arranqué la única gabardina que tenía en el armario y me recogí el cabello en un moño deshecho antes de llamar a un vehículo privado. Dos minutos después salía por la puerta en los zapatos de tacón más altos que tenía en el apartamento y reprimiendo mis deseos de darme media vuelta y volver.
Cuando pulsé el botón del apartamento de Andrei, la puerta se abrió instantes después, era como si predijera mi llegada o tal vez, esperaba a alguien como la última vez. Me importó muy poco, entré.
Al llegar a la última planta caminé hasta su puerta y estaba abierta, en el interior había musica jazz y el olor a especias se dispersaba por todo el salón.
Miré hacia la cocina y allí estaba él. Completamente desnudo de cintura para arriba y de espaldas a mi. Sobre la encimera de la barra americana que diferenciaba la zona del salón de la cocina había un pequeño estuche de terciopelo azul, estaba cerrado, pero es evidente que contenía una joya dentro.
Cerré la puerta de un portazo esperando que él se diera la vuelta. No lo hizo. Así que me crucé de brazos y esperé, viendo como salteaba almejas en una sartén acompañadas de una salsa y finalmente las vertía sobre dos platos ya preparados de pasta.
Solo ahí se dio la vuelta y la pasmosa tranquilidad que irradiaba me hacía querer saltar a su yugular y estrangular ese perfecto cuello.
—¿Tan seguro estabas de que vendría? —exclamé aún de brazos cruzados.
—¿Te molesta ser predecible? —contestó con el mismo tono de desdén que yo misma había empleado—. No me apetece discutir con el estómago vacío, así que tienes toda la cena para ser todo lo complaciente y persuasiva que quieras.
—Pues espero que tengas hambre, porque será una cena eterna si esperas tal cosa —advertí viendo como dejaba los platos al lado de aquel cofrecito de terciopelo.
Andrei chasqueo la lengua emitiendo un sonido de advertencia y abrió un cajón donde estaban los cubiertos.
—¿Y puedo preguntar para que has venido entonces? —proclamó dejando los tenedores al lado de cada plato y se dirigió a por las copas.
Me acerqué al sofá y dejé el bolso, deshice el nudo de la gabardina y comencé a desabotonarla poco a poco. Debía estar loca para hacer aquello. Definitivamente había perdido el juicio por completo.
—Para negociar —dije dándome la vuelta y exhibiendo un conjunto de lencería conformado por un body en color negro que estaba lleno de transparencias junto a dos ligueros.
Andrei alzó la mirada y vi como su boca se entreabría, apreciando cada curva de mi cuerpo y cuyo deseo se reflejaba en su rostro al contemplar que le gustaba lo que veía.
—¿Quieres negociar un acuerdo sexual?
—Puedes llamarlo así —dije dando un paso hacia él y haciendo alusión a la idea de dar otro, pero dejé que el zapato de tacón bailara entre ese espacio.
—Estarás dispuesta para mi donde y cuando yo quiera —dijo dando un paso hacia mi y deteniéndose.
—Solo si no estoy de turno en el hospital y nunca dormiremos juntos —dije dando medio paso hacia él.
—Está bien, pero no hablaremos nunca de trabajo, ni de gente conocida. Nada personal —agregó él dando otro paso hacia mi.
—Me parece bien, pero tampoco haremos planes juntos más allá de "esto" —afirmé quedándome quieta.
—Quiero tu exclusividad —dijo acercándose otro paso más—. Que solo estés conmigo y dispuesta para mi.
Alcé una ceja extrañada, pero en realidad, tampoco es que tuviera mucho tiempo o ganas de buscar a otros.
—Solo si tu también te sometes a acostarte solo conmigo —contesté de igual modo y él no pareció rebatirlo.
—No limitaremos solo al sexo y no nos meteremos en la vida del otro —dijo volviendo a dar un paso más hacia mi y rozando sus dedos con los míos.
—Irina no puede enterarse jamás de esto. Y fingiremos ser una pareja real durante el bautizo.
Andrei se lanzó a mis labios poseyéndolos con tanta furia que tuvo que agarrarme para que no trastabillase y cayera sobre el sofá. Sentí como me alzaba y unía a su cuerpo mientras caminaba hasta sentir que mi espalda se aplastaba contra el muro.
¡Joder! Había estado rememorando ese mismo placer desde el día que nos acostamos y a pesar de martillearme diciéndome que no era para tanto, lo cierto es que si. Lo era.