El vuelo entre Madrid y Moscú era de casi nueve horas en un vuelo comercial, eso, sumado a la antelación para ir al aeropuerto, las colas de facturación y de recogida de equipaje, convertía el traslado de una capital a otra en una auténtica odisea. El jet privado de la compañía Komarov llegó en apenas seis horas y media, sin colas, sin retrasos y sin necesidad de esperar al equipaje. Si no fuese porque Zafiro había tenido un episodio de llanto incontrolable que había durado casi una hora, podría haber sido un vuelo en el que habría dormido seis horas, pero lo cierto es que la mayor parte del tiempo que pase despierta, no dejaba de pensar en lo que me aguardaba al llegar y, sobre todo, la farsa que iba a tener que interpretar.
No había tenido ningún tipo de comunicación por parte de Andrei desde que me fui de su casa con aquel calentón de mil narices y la verdad es que no sabía que esperar. ¿Qué comportamiento se supone que íbamos a tener frente a nuestras familias?, ¿Tenía algún plan?, ¿Cómo pensaba actuar? No saber nada me inquietaba casi tanto como querer saberlo y quizá, por eso, había sido incapaz de coger el teléfono y enviarle un mensaje o directamente llamar para preguntarle.
No estaba acostumbrada a ser yo la que diera un paso hacia delante, nunca había tenido la necesidad de hacerlo, para que engañarnos. Eso, sumado a mi propio orgullo hacían que estuviera en una especie de limbo en aquellos momentos.
Y me molestaba.
Me irritaba profundamente que estuviéramos en esta situación, que más aún fuese por mi culpa y que Andrei siguiera comportándose como un capullo, pero quizá lo que más me cabreaba de todo aquello es que tenía un profundo apetito sexual tan descomunal que no era capaz ni de aguantarme a mi misma.
Y no me servía un tío cualquiera... le quería a él. No por ese maldito acuerdo tácito en el que los dos habíamos dado nuestro consentimiento para ser monógamos. No. Es que deseaba revivir de nuevo esos orgasmos apoteósicos que él me concedía.
La veracidad de este hecho hacía que se me creara un agujero en el estómago y con toda seguridad, crearía una úlcera por ese resquemor que sentía de forma constante. Era una sensación inaudita entre el deber y el placer. El orgullo y la satisfacción. La testarudez y el deleite. ¿Por qué precisamente tenía que desearle a él?, ¿Por qué demonios mi cuerpo sufría escalofríos con solo recordar nuestros encuentros? Aquello no era amor, ni apego, ternura o cariño de ningún tipo. Entre Andrei y yo no existían los sentimentalismos sino la pura obsesión de unir nuestros cuerpos en un placer inaudito.
—¿Te alojaras en casa de tu madre o de tu padre? —preguntó Irina haciendo que mi distracción momentánea mientras observaba la ciudad desde la altura que me permitía la ventanilla de mi asiento finalizara.
Les había concedido su espacio la mayor parte que había durado el vuelo porque tenían asuntos de trabajo que atender. Por suerte la niñera viajaba con nosotros así que se había ocupado de Zafiro la mayor parte del tiempo que no había estado dormida y eso les había permitido avanzar lo suficiente para estar libres los próximos días.