¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Decidí caminar hasta coger el metro, en realidad mi apartamento no quedaba excesivamente lejos de allí, unas tres paradas en metro según Google maps, por lo que coincidir en el gimnasio y en la academia no resultaba tan inverosímil pese a que Andrei había dejado de ir. ¿Regresaría ahora que teníamos este acuerdo tácito aunque fuese con fecha limitada?
Una parte de mi no quería que lo hiciera. Prefería limitar nuestra relación a esos encuentros sexuales sin la posibilidad de estrechar un vínculo que fuese más allá de la atracción. Aunque eso era técnicamente imposible teniendo en cuenta lo que me sacaba de quicio ese hombre por más que lo compensara con el placer que me otorgase.
Respiré hondo y me enfrenté mentalmente a la llamada que debía realizar a mi mejor amiga con conciencia. Irina me conocía lo suficiente para saber que cualquier titubeo podría esconder algo y existiendo una transparencia tan clara, la verdad es que me sentía realmente incomoda teniendo que mentirle sobre aquello a sabiendas que debía hacerlo para no condicionarla.
Estaba claro que lo de Andrei y yo tenía fecha de caducidad temprana, no estaba dispuesta a que durante ese tiempo, Irina pudiera imaginarse cosas que no eran o, tener que posicionarse hacia algún lado por las circunstancias. Si le era desconocido, resultaría más fácil para ambos fingir que entre nosotros no habría ocurrido nada.
Aunque fuese bastante complicado no recordar esos puñeteros orgasmos... pero me bastaba con rememorar las imbecilidades de Andrei para calmar ese apetito carnal que evocaba.
Todavía podía sentir esas ganas irrefrenables que conducen a la anticipación de un placer extraordinario y que él había cortado en seco —no diré que inmerecidamente— pero que me habían dejado con un calentón de narices del que era muy consciente.
¿Se sentiría Andrei del mismo modo?
Era evidente que no, de lo contrario ahora estaría sintiendo como bombeaba en mi interior importándole muy poco mis palabras por tal de satisfacer su propio instinto. Seguramente aquello era un juego para él, uno donde buscaba a toda costa mi rendición y la cual no estaba dispuesta a entregar.
¿Por qué si no me habría mencionado la absurda idea de casarnos de verdad? Y además convencido de que era algo aceptable y que a ninguno nos cambiaría la vida, sino más bien todo lo contrario.
Iba por el quinto tono y pensaba colgar al creer que mi mejor amiga no estaría disponible cuando sentí su voz al otro lado del teléfono.
—¡Por Dios dime que estás bien! —exclamó agitada.
—Si. Claro. ¿Por qué no iba a estarlo?
—Estaba tan preocupada por no tener un mensaje o llamada que llamé al hospital pensando que estarías en algún turno de esos de veinticuatro horas y me dijeron que te fuiste de madrugada. Seguías sin coger el teléfono así que decidí ir al apartamento y cuando comprobé que tampoco estabas me asusté. ¡El conserje me afirmó que no te había visto salir en toda la mañana!