El olor a café recién hecho hizo que poco a poco fuese abriendo los ojos y acostumbrándome a una penumbra que no me permitía identificar el lugar desconocido en el que me encontraba. Sentí el roce de las sábanas contra la desnudez de mi cuerpo y el ruido que alguien generaba al final del pasillo como pequeños golpes metálicos a los que no encontraba explicación.
Las imágenes del encuentro entre Andrei y yo teniendo sexo en el sofá del salón, después en la ducha y por último en aquella cama vinieron a mi mente tan rápido como el salto que di de aquella cama al saber que me había quedado dormida junto a él. Busqué por el suelo visualmente sin encontrar ninguna prenda que me perteneciera y reconocí una camiseta blanca de algodón sobre una silla, la cogí rápidamente para cubrir mi cuerpo mientras entraba en el baño y miraba en el espejo el reflejo de mi rostro que no mostraba signos de haber dormido apenas un par de horas, tal vez porque había acostumbrado demasiado a mi cuerpo a la falta de descanso.
Me apresuré a salir, en mi mente solo estaba limitar la relación con Andrei al sexo. Nada de dormir juntos. Nada de pasar más tiempo que no fuera el de darnos placer y después desaparecer. Bastante tenía con la devoción que tenía mi cuerpo a su roce como para desear algo más que no fuera su cuerpo.
Vi mi bolso sobre la mesa en el mismo lugar donde lo había dejado y a unos centímetros el anillo de compromiso que él mismo me había dado para hacer más real aquel paripé, inevitablemente me palpé con el pulgar el dedo anular donde debería estar notando su ausencia.
—Buenos días —escuché desde el fondo de la cocina y el olor a huevos revueltos con jamón mezclado con el café recién hecho, hizo despertar un apetito hasta ahora mermado.
—¿Por qué no me has despertado? —exclamé reparando en su presencia.
—Parecías necesitar un descanso, pero si prefieres marcharte sin desayunar es cosa tuya —objetó colocando los dos platos junto al café y tomando asiento él mismo—. Tu teléfono ha estado sonando insistentemente hasta hace poco.
Aquello hizo que me dirigiera hacia el bolso y viera varias llamadas perdidas de Irina, se suponía que debería haberla llamado cuando saliera del hospital, pero era demasiado tarde y ahora comprobaba en el teléfono que casi eran las tres de la tarde.
¿Había dormido ocho horas sin enterarme de nada?
—Mierda... —gemí. Alcé la vista y vi que me observaba. —Tengo siete llamadas de Irina...
—Hablé con ella esta mañana y no tienen ninguna sospecha de lo nuestro, así que no me preocuparía por eso —decretó insertando el tenedor entre el revuelto y llevándoselo a la boca.
—No. Me ha estado llamando porque mi madre y tu madre han planificado nuestra boda y quieren que visitemos varias iglesias para fijar una fecha —mencioné aún con el teléfono en la mano—. Esto tiene que acabarse en cuanto termine el bautizo. Sorprendentemente su reacción no fue ninguna, ni siquiera parecía alterado o asombrado de que estuvieran decidiendo organizar nuestra falsa boda—. ¿Lo sabías? —inquirí dejando el móvil a un lado y acercándome hacia la barra americana que separaba la cocina del salón.
—Esta mañana me llamó Irina porque no lograba localizarte y me comentó algo, pero tampoco le di demasiada importancia —argumentó volviendo a meterse otro bocado en la boca para masticarlo con calma.
—¿No tiene importancia? —exclamé—. ¿Que organicen nuestra falsa boda no tiene importancia? —insistí.
—No sería la primera vez que se cancela una boda con todo preparado, tú querías hacer esto creíble para todos, ¿no? Pues nada dará más credibilidad que la de constatar una fecha.
La pasividad con la que lo decía provocó que sintiera un revoloteo en mi estomago inusual, ¡Ni siquiera estaba inquieto por decir frente a todos que estábamos realmente prometidos! ¿Es que no le importaba mentir frente a su propia familia y amigos?
—¿Quieres que fijemos una fecha?, ¿Reservar la iglesia y el banquete de ceremonias?, ¿Que repartan las invitaciones?, ¿Y luego qué?, ¿Decimos sin más que nos hemos dado cuenta de que lo nuestro no funciona?
—Es una posibilidad —decretó dando un sorbo al café.
—¿Una?, ¿Es que hay otra?
—En realidad hay dos. La de acabar con esto y fingir que nunca a ocurrido o la de establecer un acuerdo comercial en el que ambos nos beneficiamos y nuestras familias estarán satisfechas.
Mi cara de incredulidad era un reflejo de que no entendía a qué demonios se estaba refiriendo.
—¿Acuerdo comercial? —exclamé sentándome frente a él y dando un sorbo al café bien cargado que ahora sentía que necesitaba.
—Me consta que no cuentas con el respaldo de tu padre en tu carrera profesional, lo que él desea para ti es muy distinto de lo que quieres tú y por eso decidiste venir a España, dicho de otro modo, no va a permitir que te desarrolles profesionalmente como te gustaría, pero eso es algo que podría cambiar si él dejara de tener ese control sobre ti.
No quería darle la razón, menos aún reconocerlo ante él, pero incluso a kilómetros de distancia, mi padre había sido capaz de meter las narices en el hospital para tratar de controlar mi carrera todo lo que estuviera a su alcance. Me había constreñido a marcharme de Moscú precisamente por su influencia y sería cuestión de tiempo que volviera a hacer lo mismo en el hospital donde ahora estaba.
—¿Y qué propones? —agudicé.
—Una transacción comercial, por supuesto —sonrió—. Tú obtienes tu libertad profesional para hacer cuanto quieras y yo la empresa de tu padre.
Fruncí el ceño.
—Mi padre no va a cederte su amada empresa, es absurdo que hablemos de...
—Lo hará si nos casamos sin posibilidad de divorcio.
¿Atarme de por vida a Andrei?, ¿Al único hombre que he odiado toda mi existencia?