Irina me conocía lo suficientemente bien para saber cuando no debía presionar de más y en este caso, cambio de tercio centrándose en el viaje que nos esperaba a Moscú ese fin de semana y acordamos encontrarnos en el aeropuerto para poder ir junto a ellos en el jet privado.
Este hecho me recordó que esa misma tarde Andrei partía e imaginé que lo haría en un vuelo comercial para dejar el avión a su prima. Por inevitable que fuera no dejaba de ir una y otra vez a momentos en los que él había estado, como esa misma tarde en la clase de castellano donde estuve sola y tuve que dialogar con el profesor o al día siguiente en el gimnasio.
Realmente no tener con quien hablar sobre ese acuerdo tácito y como me hacía sentir me tenía trastornada, sobre todo por todo lo que Andrei era capaz de generar en mi y que hasta ahora, ningún hombre lo había hecho. Quería creer que solo se debía a que le conocía desde la infancia, al hecho de que quisiera sentir esa repulsa a pesar de ser inevitable sentirme atraída por su físico, de un modo u otro había influido en que tuviera aquella controversia de emociones encontradas.
Entre al turno de mañana algo más despejada tras haber dormido toda la noche, sabía que me esperaba una guardia de veinticuatro horas antes de marcharme todo el fin de semana a Moscú. Por suerte, no había coincidido con Cedrini desde que me acompañó a casa de Andrei y por tanto, evitarle había sido demasiado fácil, pero sabía que tendría que verle si o si en la cirugía de esa misma mañana en la que entraría junto a él como asistente. Su sonrisa al verme demostró lo que ya preveía, le importaba muy poco el que estuviera o no prometida o que él estuviese casado, estaba claro que pensaba comportarse persuasivo, paciente y mostrar claras evidencias de sus pretensiones hacia mi, por si me quedaba alguna duda, se esfumó cuando me ofreció un café guiñándome un ojo y me preguntó que planes tenía para el fin de semana ya que había comprobado en el cuadrante que estaba libre.
—Viajo a Moscú para la organización de la boda —mencioné sin mirarle, sino con la vista puesta en la cucharilla a la que daba vueltas al café.
Siempre había sido una mujer desconfiada, al punto de no beberme nada que me diera alguien en quien no depositaba mi confianza, pero estaba en un hospital, él era mi jefe, tenía más razones para pensar que no habría vertido nada sobre la bebida por unas consecuencias nefastas. Así que di el primer sorbo.
—Vaya... es una pena. Tenía entradas para un espectáculo formidable y pensé que te gustaría acompañarme.
Quise responder que ya tenía una esposa con la que acudir, pero tampoco iba a inmiscuirme en lugares donde nadie me ha pedido opinión, ¿Quien sabe si está atravesando por un divorcio o separación?
—Lo lamento, tendrá que ser en otra ocasión —contesté tratando de ser lo más amable posible.
Escuché como mi teléfono vibraba en el bolsillo de la bata y me pareció una excusa perfecta para interponer una especie de separación entre ambos manteniendo la atención en mi terminal. Cuando lo saqué comprobé que era un mensaje y que el remitente procedía de Andrei.