Feliz martes mis florecillas! Regreso de las vacaciones y de la pausa que me tomé antes de estas con esta historia para acabar "EL TERCER SECRETO" así que estoy de regreso a darlo todo con esta historia!
Que disfrutéis del capítulo hoy (y no os queméis demasiado)
¿Quería que se marchara?
La respuesta fue clara con la segunda succión de su boca, logrando que entrecerrase los ojos y emitiera un profundo jadeo de absoluto fervor.
No. Desde luego que no quería que estuviera en otro lugar que no fuese en mi apartamento, o mejor dicho, en el que mi mejor amiga me había prestado y más concretamente, entre mis piernas.
—No. Por supuesto que no —admitió con sorna mientras sentía como sus dedos se deslizaban hacia mi interior y yo me mordía el labio para reprimir otro profundo gemido.
Ahí estaba de nuevo el Andrei engreído y autoritario que no soportaba y del que había rehuido toda mi vida y que, a pesar de ello, no quería que se detuviera.
«Solo es sexo. Solo es un juego. Solo es durante un limitado tiempo» Me dije a mi misma con templanza para reprimir el hecho de que anhelaba aquello por encima de todo, incluso de su arrogancia.
—¿Has venido para hablar o para follar? —Le solté queriendo reprenderle, pero solo conseguí que mis palabras parecieran una súplica incoherente para que prosiguiera.
—Puedo hacer ambas a la perfección —susurró con esa media sonrisa que no me hacía falta ver para reconocerla y noté como sus dedos salían de mi interior y la ausencia de su roce hizo que abriera los ojos rápidamente y me incorporase para ver porqué demonios se había detenido.
Me observaba con detenimiento, como si esperase a que hiciese algo y paseé mis ojos por cada palmo sin cubrir de su cuerpo. Aún llevaba puestos los pantalones, sus impecables zapatos y el cinturón desabrochado. Todo en él gritaba lujuria, pasión, un deseo carnal tan posesivo que rozaba la locura.
—¿Qué? —exclamé al ver que no se movía, sino que se limitaba a permanecer de pie allí mismo.
—Estoy esperando...
Le miré desconcertada, pude sentir incluso como una de mis cejas se alzaba ante la pasividad que mostraba cuando era evidente su erección a través de aquel pantalón de tejido fino que se ajustaba a sus piernas. Conocía a Andrei desde que era una niña, pero ahora me daba cuenta de que en realidad no sabía demasiado de él, ni cuáles eran sus pretensiones o ambiciones, como también desconocía sus gustos...
—¿A qué? —respondí taciturna.
—A que te arrodilles, por supuesto.
Su voz burlona y medio sonriente me hizo comprender que aquello era un juego para él, uno en el que pensaba divertirse realmente y vanagloriarse. Teníamos un acuerdo tácito, nadie salvo Andrei y yo sabríamos lo que había sucedido entre nosotros realmente así que no debía temer por las consecuencias, además, todos nuestros amigos y familiares pensaban que estábamos prometidos y de pronto la idea de sumergirme en aquella vorágine de pasión con índole sexual no me resultaba nada desagradable. ¿Por qué no seguir con ese mismo juego? Lo único que iba a obtener de todo aquello era mi propio placer saliéndome de aquella sed que Andrei saciaba con su cuerpo...
Sonreí y miré hacia otro lado mordiéndome el labio. Unos segundos después me deslicé del filo de la mesa hasta colocar mis pies en el suelo y me acerqué a Andrei, que aún permanecía inmóvil observándome. Podía comprobar sus ojos sobre mis movimientos, pendiente de cada uno de ellos, expectante para ver si realmente pensaba arrodillarme frente a él. Si. Había sido el primero en practicar sexo oral, pero no se había arrodillado precisamente y era muy consciente de eso, el muy astuto no pensaba arrodillarse primero y lo sabía.
Solo que yo tampoco pensaba hacerlo.
Paseé una de mis manos por su torso desnudo y pude percibir su latido acelerado. A pesar de su apariencia dura, su corazón ardía con fervor ante mi contacto y eso me excitaba en sobremanera, al igual que su respiración agitada, errática, señal evidente de cuánto deseaba aquello. Deslicé mi mano hacia su hombro y recorrí su brazo hasta cogerle de la mano y estirar de él hacia el salón, Le conduje hasta el sillón y cuando lo coloqué de frente, le empuje obligándolo a sentarse. Desde aquella altura me sentía dominante y sus ojos azules brillaban con intensidad.
Me incliné sobre él mientras le abría las piernas y comencé a desabotonar el pantalón con lentitud, siendo muy consciente de aquella intensidad en sus ojos anticipándose hacia lo que creía que iba a suceder. Se inclinó para que le bajase los pantalones y la ropa interior, haciendo que su polla emergiera en toda su envergadura, ni siquiera me molesté en quitárselos del todo, sino que se los dejé a medio muslo para colocarme sobre él evidenciando un gesto sorpresivo en su rostro.
—Técnicamente estoy de rodillas —gemí antes de abalanzarme sobre su boca y evitar que protestara.
Mi lengua se entrelazó con la suya y escuché como gemía mientras mi mano conducía su miembro hasta el punto exacto en el que acogerle en mi interior. Cuando comencé a descender sintiendo su polla en mi interior noté como sus manos se ceñían a mis glúteos para empujarme en una fuerte embestida.
Gemí en su boca ante aquella exquisita sensación.
Rodeé con mis manos su cuello mientras le devoraba con ansia, y mis movimientos eran mucho más severos gracias a la fuerza de sus brazos para impulsarme una y otra vez mientras la fruición me enloquecía. Solo podía escucharse el roce de mis muslos contra los suyos y nuestro juego le lenguas conforme me abandonaba a un abismo de agonizante placer, sentía como el cenit se acercaba, aquel culmen cargado de deliciosa ambrosía y me apreté aún más contra su cuerpo jadeante, consciente de que sería capaz de dar mi último aliento por alcanzarlo. La vertiginosa oleada llegó arrasando cada fibra de mi cuerpo convirtiendo los movimientos en espasmos mientras sentía como aquel orgasmo se liberaba, ni siquiera era dueña de mis movimientos, sino del placer que me otorgaba, actuando por un mecanismo natural de necesidad carnal.
Volví a la realidad cuando escuché como sonaba un teléfono. No era el mío, sino de Andrei, pero no parecía tener ninguna prisa por cogerlo, sino que más bien permanecía con la respiración agitada bajo mi cuerpo y sus manos aún apretaban mis muslos con firmeza.
Y de pronto me gustó estar así, unidos el uno al otro.
—Tienes que irte —dije siendo consciente de quien era él, quien era yo y lo que era aquello.
Iba a alzarme cuando sentí que una de sus manos viajaba hasta mi cuello y me obligaba a besarle de nuevo.
—Me voy —dijo separándose del mismo modo abrupto que me había obligado a besarle—, pero te veré esta noche de nuevo.
—Saldré tarde... —afirmé.
—¿He mencionado que eso sea un problema?
ESTÁS LEYENDO
El Diamante Ruso
Roman d'amourIntrépida. Atrevida. Fascinante. Emocionante. Seductora.