—Tenemos una definición distinta de lo que pasó —logré decir antes de que trajeran la botella de vino que Andrei había pedido para servirla.
Vi como el camarero le servía la copa y aguardaba paciente a que él aprobara la degustación, observé como mareaba el líquido, lo olía y finalmente lo probaba antes de asentir y que el camarero sirviera mi copa y después terminara de llenar la suya. Nos dejó la botella sobre la mesa y se marchó dejándonos de nuevo a solas.
A pesar de no ser los únicos en el restaurante, no estaba lleno, por lo que nos daba cierta intimidad, pero teniendo presente que hablábamos en ruso, dudaba que alguien nos pudiera entender.
—Siempre hemos tenido definiciones distintas, de lo contrario, hace mucho que habríamos dejado de discutir —arremetió dando un sorbo a su copa.
Puede que tuviera razón, nuestro punto de vista había sido siempre muy distinto a pesar de provenir del mismo ambiente y que nuestras familias se conociesen.
—Aún seguimos discutiendo, hasta resulta extraño que no lo estemos haciendo ahora —atajé deslizando la servilleta hasta mis piernas mientras el camarero nos dejaba el pan y un pequeño kit para condimentar la ensalada.
—¿Y no te has preguntado porqué? —inquirió mareando la copa sin llegar a probar otro sorbo.
Eran muchos años para saber que aquel tono de diversión enmascaraba algo más, quizá fuese picaresca o la típica sorna que solía emplear cada vez deseaba conquistar a una mujer, indiscutiblemente trababa de hacerlo conmigo del mismo modos.
Y asombrosamente no me molestó, tal vez porque no funcionaría.
—¿Porque le prometimos a tu prima tratar de no hacerlo? —debatí llevándome las manos al cabello para echarlo hacia atrás.
—Irina no ha conseguido que nos llevemos bien en veinte años, ¿Y lo va a conseguir en dos semanas? Diría más bien que has empezado a darte cuenta de que nuestras diferencias no son por incompatibilidad, sino todo lo contrario. ¿Has pensado en mi propuesta? En realidad, sé que has pensado en ella o no habrías venido a mi apartamento la semana pasada, la cuestión es si habías decidido aceptarla.
—No voy a aceptar nada que venga de ti, Andrei. Y como bien has mencionado, has tenido veinte años para entender que no lo haría.
—La insólita terquedad Ivanov —comenzó a reír.
Afortunadamente llegó el primer plato. Pasta para Andrei, ensalada de marisco para mi y la conversación pasó a un plano mucho más superficial sobre los lugares de ocio de Madrid o las diferencias más obvias que habíamos encontrado respecto a nuestro país de origen.
Andrei me acompañó hasta la puerta de mi edificio donde residía el apartamento de Irina. El conserje se había marchado así que saqué las llaves para abrir la puerta.