Con unos juramentos contundentes y satisfactorios lanzados contra la vaca de raza Hereforda que se alejaba con indiferencia por sus plantas, _________ se apartó unos mechones húmedos de la cara acalorada.
—Y mantente fuera de mi propiedad, o te descuartizaré y te lanzaré a los perros —finalizó con veneno, secándose la frente con la manga de su descolorida camiseta.
—Si mantuvieras tus vallas en mejor estado, no podría entrar en tus tierras.
La voz seca hizo que se volviera para ver a Nanami Kento desmontar de un caballo con movimiento veloz y ágil. Avanzó hacia ella con rostro divertido. Su expresión la encendió.
—¿Por qué debo cuidar tus vallas? Mi ganado no va por ahí —la justicia la obligó a añadir—: El tuyo tampoco, salvo por esa maldita vaca. No para de entrar y de comerse mis pimientos. Ha atravesado mis vallas eléctricas más veces de las que recuerdo.
—En breve colocaré una nueva valla —indicó con brusquedad, desvanecido el humor.
—Bien. Hasta entonces, mantén a esa res fuera de mi tierra o le pegaré un tiro —espetó.
Furiosa consigo misma por haber perdido el control, se volvió para cruzar el pequeño pantano que marcaba el linde entre su hacienda y la hacienda Pukekahu. El sudor la cegaba, más la frustración y el enfado. La vaca había entrado en uno de los invernaderos y su lengua rosa y larga había estropeado demasiadas plantas.
Pero, sin importar lo irritada que estuviera, no tendría que haberle gritado a Nanami. No era culpa suya, y tampoco podía achacarle a él el estado en que se hallaba la valla, porque fue Toji Fushiguro quien de forma sistemática había dejado Pukekahu a la mano de Dios, negándose a gastar un centavo en la propiedad.
Había quedado como una idiota. Un insecto se lanzó en picado hacia ella como un diminuto y amenazador misil bajo el sol. Saltó a un lado y terminó en el agua cenagosa con un tobillo torcido bajo su cuerpo; cayó de rodillas y soltó un grito cuando el dolor le atravesó la piel del brazo.
—¿Qué demonios te pasa? —unas manos la pusieron de pie, la sacaron del agua y la transportaron a tierra seca—. ¿Qué ha sucedido?
—Una abeja —jadeó, mirando la bolsa de veneno clavada en su brazo.
—¿Eres alérgica a ellas?
—No —respiró hondo y enderezó los hombros—. Soy alérgica a las avispas —indicó—. Salté porque pensé que se trataba de una... y al picarme me di cuenta de que había salido sin mis pastillas.
Antes de que terminara de hablar Nanami había sacado una navaja de bolsillo. Apenas tuvo tiempo de registrar el frío acero sobre su piel acalorada antes de que él desprendiera la bolsa de veneno. Con movimiento veloz plegó la navaja y volvió a guardársela.
—Has sido descuidada, ¿no crees? —comentó con amabilidad. A pesar de que le desagradaba reconocerlo, sabía que tenía razón. A principios de invierno las abejas eran lentas y se las veía con facilidad, aunque las reinas podían mostrarse agresivas. En esa ocasión había sido afortunada.
—Mucho —reconoció con frialdad—. Pero estaba demasiado ocupada espantando a la vaca para pensar en avispas —él la evaluó de forma claramente sexual, con toda la intención de intimidarla. _________ se tensó al sentir una nueva descarga de adrenalina, que le aceleró la respiración. Se apartó—. Gracias por levantarme —añadió con altivez—, ya estoy bien.
—¿No quieres que te lleve a casa?
—No, gracias —_________ desvió la vista hacia el caballo que esperaba con paciencia. Entonces le dio la espalda y con andar rígido subió por la loma, crispada por el escrutinio depredador al que era sometida, hasta que al fin llegó a la cima.
Sólo entonces se relajó y soltó el aire por sus labios secos. ¿Por qué demonios había tenido que comprar la tierra lindante con la suya? La enfurecía no ser capaz de tratar con un hombre que emanaba sexo y autoridad por cada poro de su cuerpo grande, ágil y grácil.
Pero sabía lo poco que significaba su reacción ante él. Ese envoltorio atractivo de feromonas le había agitado las hormonas, y no pensaba volver a ceder. Toji Fushiguro le había enseñado una lección que nunca olvidaría... no era más inmune al carisma masculino que cualquier otra mujer de veintitrés años. Pero tenía cosas más acuciantes que atender que preocuparse por Nanami Kento.
Resultó ser uno de esos días en que todo salía mal. Mientras la vaca satisfacía su apetito con los pimientos, había aplastado una pieza vital del sistema de riego hidropónico. Eso significaba que hasta que pudiera reemplazarla, tendría que levantarse cada dos horas por la noche para ir a comprobar los invernaderos. Jugó con la idea de pasarle la factura a Nanami Kento; lo único que la detuvo fue que él tendría derecho a exigirle que pagara la mitad del coste de la reparación de la valla delimitadora.
La tarde se la alegró una llamada del supermercado local, que le encargó un par de cajas de pimientos. Silbando, salió a recogerlos para embalarlos, luego se marchó en la furgoneta. Antes de abandonar el sendero de grava una explosión como el disparo de un rifle y una súbita sacudida del volante la sobresaltaron. Logró controlar el vehículo sobre la hierba y apagar el motor.
—¿Qué más queda? —musitó al bajar y ocultar su desesperación con el ceño fruncido.
Todo había estado yendo tan bien hasta... hasta que Nanami Kento apareció en escena. Empezaba a parecerse a un hechizo de mala suerte. Se arrodilló junto a la rueda reventada. No tenía arreglo. La grava se le clavó en la rodilla; se levantó y se limpió los vaqueros, __________ estaba sacando la llanta de repuesto, no quiso salir, y estaba sucia. Apretó con fuerza los labios, tiró y consiguió extraerla. La sorprendió el sonido de un motor; justo en ese momento se le escapó la rueda de las manos. Tras dar un involuntario salto atrás, estiró los brazos para frenarla, pero tuvo que observar impotente cómo rodaba hacia el coche color burdeos que apareció por el recodo del sendero. Nanami pisó el freno, controló con destreza el patinazo del vehículo y logró detenerlo en el instante en que una rueda de repuesto impactaba contra la puerta del conductor con ruido ensordecedor. La puerta se abrió y él salió sumido en un silencio letal.
—¿Qué demonios sucede? —demandó cuando la rueda se detuvo en el camino.
—Lo siento... la rueda de repuesto se me escapó —repuso _________ agitada.
—¿De verdad? —su boca hizo una mueca—. ¿O la tiraste?
—No —contestó dolida—. No suelo tener ataques destructivos.
Nanami se volvió para observar la puerta abollada y arañada de su indecentemente opulento BMW. «Su valor sin duda cancelaría mis deudas y aún quedaría algo de dinero», pensó ella con rebeldía. La envidia era una emoción espantosa, en especial cuando se mezclaba con la autocompasión, de modo que la descartó.
—Mi puerta no parece intacta —observó él.
—Fue un accidente —_________ se mordió el labio—. De verdad que lo siento. Como puedes ver, se ponchó mi llanta.
—Lo oí, y pensé que algún idiota practicaba tiro —miró más allá de ella—. Será mejor que comprobemos si tu rueda de repuesto no se dañó como mi puerta.
No era así. _________ clavó la vista en lo que había sido una rueda en razonable buen estado, aunque sucia, y el pánico que había ido creciendo en su interior alcanzó su apogeo.
—Necesitas una nueva —indicó Nanami.
—¿Qué? — dijo _________ sorprendida
Espero que les guste y no olviden VOTAR. 💖💖🤞🏻
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Más que Amante - Nanami Kento X Reader 💝💘🍋
FanfictionT/N Gerner no estaba en venta; un hombre ya había aprendido esa lección y Nanami Kento tendría que aprenderla también. Su nuevo vecino era viril, protector y generoso en exceso, pero nada conseguiría que T/N se metiera en su cama... Hasta la noche e...