Capítulo 18:¡Robo!

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Un sonido agudo e insistente atravesó su sueño como una sierra. Atontada, ________ tanteó en busca del despertador; tardó unos momentos en comprender que se trataba del teléfono. Salió de la cama y fue a la cocina. En la oscuridad asió el auricular.

—¿Te encuentras bien? —demandó Nanami.

—Sí —dijo con voz espesa—. ¿Qué hora es?

—Las once pasadas. ¿Tienes alguna luz encendida?

—No —su cerebro se negaba a funcionar—. ¿Por qué?

—No enciendas ninguna. ¿Qué es ese ruido?

Otro sonido clamaba en el aire frío.

—El despertador en el dormitorio —repuso—. He de ir a ocuparme del riego hidropónico ahora.

—No salgas —ordenó Nanami con urgencia—. ¿Has oído algo... algún

sonido en el exterior?

—No —temblando, miró hacia las cortinas.

—Iré en cuanto pueda. No salgas de la casa ni contestes hasta que me oigas. Llamaré y diré «________, cariño». Mientras tanto, si alguien intenta entrar, o si oyes algo inusual, llámame de inmediato —le dio su número, hizo que lo repitiera y colgó.

Por ese entonces sentía la adrenalina en el cuerpo. Se llevó una mano al corazón antes de volver a la carrera al dormitorio. Fuera lo que fuere lo que pasara, necesitaba estar completamente vestida. Se puso unos vaqueros, una camiseta y un jersey; luego calcetines. Con los ojos muy abiertos en una oscuridad opresiva, una linterna grande en la mano, fue de puntillas hasta el cuarto de la lavadora y se calzó las botas de trabajo.

Un coche entró por el sendero, y sus faros proyectaron conos de luz. Con aliento contenido, ________ aguzó los oídos.

—¡________, cariño! —le llegó la voz de Nanami, quien llamó con firmeza a la puerta.

Aliviada, fue a abrir.

—¿Qué pasa? —preguntó al tiempo que alargaba una mano para hacerlo pasar.

—Me han robado —explicó mientras cerraba la puerta a su espalda—. Desperté y oí una camioneta bajar por la colina. Me pregunté si habría pasado por aquí antes de ir a Pukekahu —por la ventana entraba suficiente luz para revelar su expresión intensa.

—Yo no oí nada; además, no tengo nada que alguien pudiera desear —le tocó el brazo, preocupada; fue como si tocara acero—. ¿Qué se llevaron?

—Casi todo el material para la valla —expuso—. También algunas cosas del taller.

—Iré a comprobar el cobertizo —tembló al pensar en la proximidad de ladrones.

—No harás nada parecido. Iré yo...

—Es mi casa. Te acompañaré.

—Maldita seas —gruñó en voz baja—. Empujas, empujas y no paras de empujar... Estás buscando problemas —la aplastó contra la pared con ojos en los que brillaba una fiera intensidad.

El beso fue veloz y punitivo, y ella se lo devolvió con igual fiereza, pegando los labios a su boca, sosteniendo su cabeza con una mano cerrada sobre su pelo negro. Pero el contacto de su boca transformó la réplica en pasión, y cuando Nanami al fin alzó la cabeza ella temblaba, con el rostro acalorado y la boca sutilmente hinchada.

—Vas a volverme loco —musitó con cierta satisfacción—. Quédate aquí, por favor. Si me acompañas sólo lograrás que me preocupe por ti.

—Si los oíste ir colina abajo, hace rato que han desaparecido. Además, me pondría nerviosa si salieras solo.

—De acuerdo —aceptó después de estudiarla detenidamente—. Extiende la mano —obedeció y sintió algo frío contra la piel—. Es la llave del coche —explicó Nanami—. Si sucede algo, lárgate. ¿Me lo prometes?

—Prometido —aunque cruzó los dedos de la mano libre.

Nanami apagó la luz, abrió la puerta y salió por delante hacia la oscuridad, deteniéndose en el umbral hasta quedar convencido de que no había nada.

—Muévete con el máximo silencio —susurró.

Ella asintió y lo siguió, consciente de la enorme oscuridad y de los árboles, de los muchos lugares para esconderse. Al menos había dejado de llover, y la esquiva luz de una luna oculta revelaba suficiente del camino para que no tropezaran.

A pesar de que la puerta del cobertizo se hallaba abierta, el brillo momentáneo de la linterna de Nanami mostró que no faltaba nada.

—No obstante, mañana pondré el candado —murmuró—. ¿Dónde está el ordenador que controla el sistema hidropónico?

—En el primer invernadero —un miedo súbito le atenazó la voz. Una mano grande apretó la suya.

—Estará bien —indicó él.

Pero no era así. Los ladrones habían arrancado el equipo y cortado las tuberías de plástico para llevarse el caro equipo de última generación que había comprado su padre. No satisfechos con eso, habían ido en silenciopor todos los invernaderos para cercenar todos los pimientos al nivel del suelo.

—Bueno, se acabó —musitó ________ al observar la destrucción.

—¿Qué?

—No tenía nada asegurado, y no puedo... —calló y se volvió—. Me pregunto para qué lo querrían. Y por qué destruyeron las plantas.

—El ordenador podrán venderlo —repuso y la atrajo al calor y la fuerza de su cuerpo, mientras apoyaba la mejilla en su cabeza—. O emplearlo en una plantación de cannabis. En cuanto al resto... vandalismo estúpido. Sólo pienso que podrías haber venido mientras estaban haciendo esto. Recoge tu cepillo de dientes e iremos a Pukekahu —ella meneó lacabeza, pero él cerró los brazos con tanta fuerza que casi no la dejó respirar—. No pienso dejarte aquí, ________, de modo que tienes dos opciones. Me quedó contigo o vienes a casa conmigo. ¿Qué quieres?

—No me importa —alzó la cabeza, rindiéndose a una voluntad mucho más fuerte que la suya.

—Te vienes conmigo —afirmó y la soltó, pero mantuvo una mano en su espalda mientras la instaba a salir del invernadero. Estaban a medio camino de la casa cuando ella se detuvo—. ¿Qué? —preguntó Nanami.

—El ganado... y las gallinas. He de ver cómo se encuentran.

Nanami era un hombre tranquilo, de modo que no puso objeciones. Y en esa ocasión, al caminar la llevó tomada de la mano. No obstante, no encendió la linterna hasta que llegaron al gallinero; el haz de luz reveló que los animales se hallaban a la perfección.

Pero el corral donde habían estado las vacas se encontraba vacío. Con los ojos secos, ________ se mordió el labio y contuvo un sollozo mientras escuchaba el juramento de Nanami. La rodeó con el brazo y la sostuvo como si pudiera caerse.

—¿Lograste ver algo del camión que pasó tan cerca de nosotros en el camino principal?

—No —había estado demasiado centrada en él como para notar otra cosa que no fuera el costado del vehículo.

—Los bastardos vinieron dos veces —dijo con furia fría—. Primero en busca de las vacas, luego de las vallas. Ha sido una noche lucrativa. ¿Te encuentras bien?

—Sí —¿qué otra cosa podía decir? «No, la vida se desmorona a mi alrededor porque ahora no voy a poder disfrutar de la cómoda jubilación que me merezco».

—Entonces, vayámonos. La policía ya debe haber llegado a Pukekahu.




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Más que Amante - Nanami Kento X Reader 💝💘🍋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora