Capítulo veintiséis/ Lo que ocurrió.

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Summer.

Esta ducha es increíble. La lluvia abarca todo mi cuerpo y no debo estar bañándome por partes. Cierro mis ojos y siento el agua caer por mi cuerpo, es relajante; incluso podría decir que desapareció el dolor de mi cabeza.

Cierro la perilla y me seco con la toalla. Cuando salgo a la habitación, noto que Teo se llevó mi pantalón y remera a lavar, solo me dejó una remera suya extendida en la cama, por suerte me llega hasta mis rodillas.

Salgo descalza hasta la cocina y lo encuentro cocinando. Se ve tan concentrado cortando las verduras que se me escapa una risita que él logra escuchar. Voltea y me mira de abajo hasta arriba, respirando profundamente y murmurando algo que no logro entender.

—¿Qué es lo gracioso? — dice por fin.

—Nunca imaginé que cocinaras.

—Tengo manos, Summer. Puedo cocinar.

—Es que he sacado mis propias conclusiones. — me dedica una sonrisa que me descoloca un poco.

—Estoy muy curioso por oír esas conclusiones. — echa las verduras al sartén, revuelve un poco y se limpia las manos antes de apoyar su cadera en la mesada y cruzarse de brazos mientras me observa. Yo me adentro más a la cocina y me siento en unos de los taburetes que hay alrededor de la isla.

—Ya descarté la idea de que vendes drogas. — asiente en acuerdo —. Ahora sé que trabajas en una empresa, no sé qué puesto tienes, pero ganas muuy bien. — digo señalando su lujosa cocina —. Y mi conclusión es que tú te sientas en aquel sofá, mientras bebes whisky y observas a todos tus empleados limpiar y cocinar.

—No tengo empleados — lo miro como "no te creo" —. Bien, si viene alguien dos...- lo vuelvo a mirar-... cuatro veces a la semana a limpiar, pero sé cocinar y mantengo la casa en orden.

—Orden...— saboreo esa palabra —. Noté que te gusta eso del oren y de tener todo bajo control.

—Es más seguro así —responde.

—Pero no más emocionante. — refuto.

Sonríe y voltea para revolver lo que está cocinando. Me acero hasta a él y, algo a su favor, es que todo huele realmente bien.

—¿Qué cocinas? — pregunto.

—Pasta, con un poco de salsa.

—Huele rico.

—Gracias. ¿Puedes sacar lo platos? Están guardados allí arriba.

Me señala la alacena y la veo como un reto, porque a ver, está a una altura muy considerable si lo ponemos al lado de mi estatura. Teo sigue cocinando y yo buco algo para subir, no me queda otra que subirme en unos de los taburetes. Arrastro uno y cuando lo siento lo suficientemente firme para no caer, me subo. Con equilibrio saco dos platos y dos vasos, dejándolos con cuidado arriba de la mesada.

Cuando dejo eso seguro bajo con cuidado.

—¡¿Qué haces?! — dice Teo. Su grito casi hace que me caiga y por suerte él llega a tiempo a sujetarme.

Me ayuda a bajar con sus manos en mi cintura. Yo rio y coloco el taburete en su lugar.

—Estás loca. — me dice.

—No es mi culpa, compra un banquito para mí y no tendré que subirme a eso para bajar las cosas.

Sirve un poco de comida en ambos platos y comemos allí mismo. Hablamos de cosas triviales; como un paréntesis de todo lo que pasó. Le aviso a mi tío que todo está bien y apago mi celular, me hago una nota mental que mañana responderé los saludos de los chicos por mi cumpleaños.

Hasta Que Lo Efímero Se Acabe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora