Capítulo cuatro/ Disculpas.

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Summer.

Los lunes no le sienta bien a nadie o al menos a mi no. Estos días me manejo de una forma metódica y mi cara de sueño no me abandona hasta que se hace de noche y nuevamente estoy encerrada en mi cuarto, lista para dormir de nuevo.

El desayuno pasa rápido mientras cada uno se centra en los suyo y yo pienso en dónde podría conseguir un trabajo nuevo, sin terminar rompiendo algo y que me echen.

Con un pantalón corto y una remera suelta, salgo de casa. El sol golpea mi cara al salir, amo la primavera, veo como de a poco las hojas en los árboles van creciendo y algunas flores ya están en toda su gloria; hay tanta variedad de colores que no sé dónde posar mis ojos.

Ochenta y siete, esa es la cantidad de baldosas que mi cerebro ha podido contar antes que, otra vez, una bocina me alerte que estoy a punto de ser aplastada por un vehículo.

Pero, a desgracia mía y la del conductor, no fui rápida como la última vez y mi cuerpo se paralizó en medio de la calle. Cierro mis ojos con fuerza y espero a sentir el impacto.

Mamá, te veo pronto. A mi tío le dejo mi preciada esfera de nieve, a Luz mis escasos productos de maquillaje y a mi tía mi razonamiento ahorrativo. Voy a morir siendo joven y todavía no he logrado nada, ni siquiera confesarle a Leo lo que siento, ¡y aún peor! Voy a morir sin haber dado mi primer beso...

Espero, espero y sigo esperando.

Okay, esto se está tardando un poco.

Abro lentamente mis ojos y por lo menos soy capaz de entender que nadie me atropelló, pero que sí tengo a una persona frente a mí.

Inclino mi cabeza y solo puedo desear que me trague la tierra cuando distingo los ojos de la persona. De los miles de personas que hay en la ciudad, justo me tuvo que tocar este.

—¿Así que, ibas morir antes de dar tu primer beso?

Les juro por lo que más aprecio que mis ojos casi se rasgan por lo grande que los abrí y apuesto todo lo que tengo que mi cara ya debe estar como el interior de una sandia. Nunca, en ningún momento noté que todo lo que pensé, en realidad lo estaba diciendo en voz alta y menos que este ser tan... oscuro me estaba escuchando.

Veo un destello de diversión en su rostro, genial, la primera vez que se digna a hablarme es para burlarse de mí. Ni cuando lo saludé en la biblioteca fue capaz de dirigirme la palabra.

—Estuve a punto de morir — digo para salvar mi dignidad —, el miedo me hace decir cosas sin sentido.

—¿El miedo te hace hablar como loro?

—No hablo como loro. — lo miro ofendida —. Además, tú casi me atropellas, deberías estar disculpándote en vez de burlarte de mí.

—¿No será al revés?

—Yo no soy la que debe prestar atención mientras conduce.

—No, pero sí mientras caminas y cruzas las calles.

Abrí y cerré la boca sin nada que decir. Se aceptar cuando alguien tiene razón y él la tiene, pero no se lo diré, obvio.

—Yo estaba cruzando perfectamente, iba por la senda peatonal.

—No sirve de nada que cruces por la senda peatonal si no miras el semáforo. — su sonrisa soberbia aparece cuando nota que me quedo callada —. Con una disculpa de tu parte bastará.

—¿Qué? — ¿y a este qué bicho le picó?

—¿Sabes cuántos años son de cárcel por atropellar a una persona? Si no fuera porque frené a tiempo tú ya estarías muerta.

Hasta Que Lo Efímero Se Acabe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora