7: No los perdonaría.

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No podía dejar de pensar en las palabras de ese hombre. ¿Cómo podía decirle algo así? ¿Qué significaba? Su interior tembló.

Los cuatro se encontraban sentados en el sofá de la oficina, uno frente al otro. Addiel estaba callado y con muchas ganas de irse a dormir de una vez por todas. Los ojos le pesaban y su cuerpo pedía auxilio —Aunque había dormido bien la noche anterior—. Miró de reojo a Regina, que al parecer, su semblante estaba relajado y alegre. Como si hiciera esto todos los días. Sus supuestos padres comenzaron a hablar de lo mucho que habían extrañado a Addiel, y que, les costó muchísimo encontrarlo. El joven no pudo evitar levantar sus cejas. Soltó una risita disimulada. De aquellas sarcásticas que tenía. Sí, claro, ¿estaban bromeando? Ni siquiera eran sus padres. Victoria Miller, su "madre", dijo que se equivocó al escribir esa carta. Que estaba asustada porque una hechicera le dijo que Addiel Miller (sí, Miller) era especial. Muy especial. No era como los otros niños. Definitivamente él era de otro mundo.

Y tal vez lo fuera. Desconfiaba plenamente de lo que ella decía. No confíes en nadie. Estaba esperando a que Regina se retirara para poder hablar muy bien con ellos.

—Addiel está muy interesado en lo que ustedes van a decirle —dijo Regina—. ¿No?

—Depende —respondió con aire de superioridad—. La verdad es que no pero... si es algo de vida o muerte; puede ser que sí.

Regina se rió nerviosa y le apretó un poco la muñeca. Ella quería que Addiel lo intentara. A veces quería lo mejor para él pero... bueno, ella hacía lo que podía.

El sr. y la sra Miller se rieron. Una risa falsa. Los miraron extrañados. No le importaba para nada. Eran pocas las cosas que le importaban realmente a él. Y pocas personas también.

—Quisiera... —carraspeó Steve—, quisiera poder hablar con Addiel a solas. Con mi hijo mejor dicho.

Regina miró a Addiel. Era decisión de él acceder a esto o no. No quería pero... ¿qué se traían debajo de las mangas? ¿Sería peligroso decir que y ya?

—Está bien —le dijo a Regina—. Ni que me importara.

—No seas tan duro.

Ella siempre era suave con sus palabras. Regina se levantó y se marchó, le dijo que ella esperaría en los pasillos si la necesitaba y, que, no se preocupe por nada. Que nadie iba a hacerle nada que él no quisiera. Eso lo dejó tranquilo... sólo un poco.

Lo que Addiel no sabía era que cuando Regina salió de la habitación dónde el rubio y sus supuestos padres se encontraban; afuera había una multitud de niños —incluyendo a Maggie— queriendo escuchar la conversación. Se hicieron los tontos cuando Regina había salido, ésta colocó una mano en su cintura para levantar la ceja derecha.

—Necesito una explicación coherente del por qué son tan chismosos todos y todas. —Cuando dijo todas miró especialmente a Liz que era la primera en estar con su oreja pegada a la puerta—. ¿Y? Díganme.

Como nadie respondió. Tony lo hizo por ellos. Levantó la palma de su mano—. Yo sólo vine a preguntarles si levantaron la mesa.

—¡Eres un mentiroso! —dijo Brandon, de ocho años, tirándose encima de él seguido por todos los demás niños para golpearlo. Eran demasiados.

Tony no saldría vivo de allí. Los regaños de Regina se escuchaban desde el otro lado de la puerta. Oyó los gemidos de dolor de Tony y cómo pedía por su vida como si alguien lo estuviera matando.

Addiel resopló. Impaciente. Esperó a que estas personas extrañas abrieran la boca para decir algo.

—Si no tienen nada que decir pod-

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