26: Una persona diferente.

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TRES MESES ANTES

Addiel chocó bruscamente contra una pared, escuchó como la puerta se cerró detrás de él. Se encontraba tirado en el suelo. Miró a su alrededor extrañado, vio sólo cuatro paredes grises con una cama y un baño. ¿Lo habían encerrado?

—¡Dije que colaboraría! ¡¿Por qué rayos me encierras, Daniel?!

Una voz salió de los altavoces. Era él.

—Sólo serán unos días antes de tu tratamiento —dijo Daniel—. De todas formas, no puedes usar tus poderes ahí dentro. Las paredes están hechas para eso.

Addiel, inútilmente, intentó usar sus poderes pero no. Era verdad. Su cabeza comenzó a doler.

—Te lastimarás si lo intentas usar —dijo Daniel. Él lo estaba viendo por una cámara—. Quédate quieto, Addiel. No me hagas enojar.

El joven rubio se sentó en el suelo completamente enojado. En lo único que podía pensar era en cómo Gina se había quedado después de su partida. Pensar en eso lo volvía loco. Estaba seguro de que había quedado llorando a más no poder. Sus ojos... la manera en la que ella lo miraba. Addiel hundió su rostro en sus rodillas. No quería pensar. No quería pensar en Gina pero era imposible. Las palabras de ella resonaban en su cabeza.

No te vayas.

Este no era el plan.

Por favor, Addiel. No te vayas.

—Mierda —dijo él—. Mierda. No quiero pensarte más, Gina —golpeó levemente su frente contra sus rodillas, repetidas veces—. No quiero pensar, no quiero pensar, no quiero pensar.

Las horas allí dentro se hacían eternas. No sabía cuánto tiempo había pasado o si ya se había hecho un día. No tenía idea de nada. Era detestable no descifrar nada allí dentro.

Llamó repetidas veces a Daniel para que pudiera hablar. Prometió hacer lo que él decía con la condición de que no lastimara a ninguno de sus amigos nunca más. Prácticamente hablaba solo porque Daniel no respondía.

—Sé que me escuchas, Daniel, déjame salir de aq-

La puerta se abrió y cerró rápidamente. Una chica de casi la misma estatura que Addiel, con cabello largo y negro, y ojos celestes, había traído una bandeja de comida para él dejándolo en la pequeña mesa cuadrada.

—Come —dijo ella, a su vez que se sentaba en la cama—. Ya han pasado algunas horas.

Addiel ni siquiera la miró.

—¿Cuánto?

—Hum, no lo sé. ¿Cuatro? ¿Cinco? —pensó—. No tengo la menor idea.

—¿Y Daniel?

—Está ocupado —respondió—. Ven a comer. Te haré compañía.

—No quiero —la miró— tu compañía.

Ella hizo una pausa antes de hablar.

—Tessa —se presentó—. ¿Y tú?

Addiel seguía sin responder. Nadie de allí le caía bien, mucho menos el líder de allí. Sólo quería hacer lo que tenía que hacer para que no se metieran con sus amigos.

—Llama a Daniel.

—Él ya lo sabe —dijo Tessa—. Te dije que está ocupado. Vendrá pronto. ¿Qué tal si primero comes y hablamos un poco?

—¿Crees que es un juego? —dijo Addiel en un tono molesto. La miraba fijamente a los ojos—. Sólo estoy aquí para salvar la vida de mi familia. No vine a hacer amigos. No quiero hablarte. No quiero escucharte. No quiero hacer nada más que lo que diga ese estúpido e infeliz de tu líder.

ADDIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora