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Para sorpresa de Juanjo, el chico del bigote besaba demasiado bien. Martin, creía que le había dicho que se llamaba. Un nombre precioso para una cara muy bonita. Con esos ojos marrones verdosos muy parecidos a los suyos, una mata de pelo castaño que apuntaba en todas direcciones, un bigote que le daba un aire desenfadado, y unos labios rosados y mullidos, era más que obvio que Martin era todo un pibón.

El más mayor no comprendía en qué momento ambos chicos habían terminado de ese modo en el baño. Liarse con un chico no entraba en los planes de Juanjo, y más con uno que tenía pinta de friki de Pokémon. No obstante, ahí estaba contra todo pronóstico, acorralando a Martin entre el lavabo y su cuerpo, sin ser capaz de apartar las manos del cuerpo del menor.

Las manos de Martin subieron hasta el cuello de Juanjo, colgándose de él, mientras que le acariciaba la nuca con sus delicados dedos. Por su parte, Juanjo no se quedó corto y deslizó sus manos desde los hombros de Martin hasta su trasero. Y ahí, sus manos se perdieron un buen rato, acariciando y agarrando con fuerza ambas nalgas. Tras haber toqueteado de más para ser puramente correcto, Juanjo subió sus manos hacia la cintura de Martin. Sin pensárselo dos veces, le elevó sin ningún esfuerzo y lo posó encima del lavabo. En esta posición, Juanjo tenía mayor accesibilidad a los labios del vasco, por lo que profundizó el beso todo lo que pudo. Le agarró del cuello, de una manera suave pero firme, y le acercó más si aquello era posible. Las manos de Martin respondieron tirando hacia él de las solapas de la camiseta de Juanjo, para intensificar más el beso. La lengua de Juanjo recorría con habilidad toda la boca de Martin, lo que producía que el menor apretase con fuerza la camiseta del maño. Sus lenguas se entrelazaban a un ritmo frenético, y lo único que se podía escuchar dentro del baño era el sonido húmedo de sus besos.

Tras asaltar los labios de Martin, Juanjo bajó los suyos hasta el cuello del menor. Se recreó en la piel sensible de su cuello, tan blanca y pura, a penas salpicada por algún par de lunares que volvían loco a Juanjo. Posó sus labios sobre el lado izquierdo del cuello de Martin, y comenzó a depositar pequeños besos húmedos, succionando la sensible piel. Le echó la cabeza hacia atrás tirándole del pelo, para obtener un mejor acceso a esa parte de su cuerpo, lo cual produjo que un pequeño gemido se escapase de los labios del vasco.

A Juanjo le comenzaron a molestar los pantalones por la notable erección que le estaban produciendo los besos de Martin. Además, los gemidos incontrolables que salían de los labios del más pequeño no contribuían a que el bulto de sus pantalones disminuyera.

"¿Qué cojones estoy haciendo?"

Sin embargo, los pensamientos de Juanjo quedaron olvidados en un pequeño rincón de su mente cuando Martin obligó a Juanjo a subir de nuevo sus labios hacia los suyos. Se volvieron a besar, enredando sus lenguas de forma ávida y urgente. Juanjo se sorprendió ligeramente de la iniciativa que había tenido Martin para iniciar de nuevo el beso, y de cómo esta vez parecía que el más pequeño llevaba el control. El vasco succionó con intensidad el labio inferior de Juanjo, para después mordérselo y tirar de él, provocando que el que ahora gimiera fuese el más mayor. Sintió una corriente atravesar todo su cuerpo hasta su entrepierna, lo cual le provocó que un sudor frío se instalase en su frente.

Martin se separó de Juanjo y se bajó del lavabo de un salto. Tambaleándose se dirigió al interior de uno de los cubículos de la mano de Juanjo. Echó el pestillo a la puerta y estampó a Juanjo contra la pared con una fuerza que dejó impresionado al maño. Acto seguido, Martin volvió a acercar sus labios a los de Juanjo, e iniciaron otro beso apasionado. Las manos de Juanjo regresaron al trasero de Martin, y descansaron ahí durante un buen rato. Mientras, Martin paseaba las suyas por toda la anatomía del más mayor, recreándose en su amplia espalda y en sus esbeltos hombros. En aquel momento, a Juanjo le daba igual que el otro chico estuviese lleno de harina y pringado de huevos, pues el alcohol que había bebido no le estaba ayudando a pensar con claridad. Los labios del más pequeño le estaban volviendo totalmente loco, eran adictivos con ese ligero sabor a ron y se movían sobre la boca de Juanjo de una manera insaciable. A todo ello, se le sumaba la manera en la que las manos de Martin tocaban todo el cuerpo de Juanjo, como si estuviese esculpiendo una escultura de un dios griego.

Desafiando a las leyes de la físicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora