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Atocha estaba llena de gente. Martin se alegró de haber estado saliendo a la calle todas las tardes de la semana anterior, aunque fuese acompañado por su madre, ya que sabía que cuando volviese a Madrid tendría que seguir con su vida de estudiante universitario, donde no podía pasarse todos los días encerrado en su cuarto.

Esa estaba siendo la primera vez que volvía a pisar la calle él solo desde hacía dos semanas. Lo había llevado mejor de lo que él pensaba, se había puesto sus cascos en el autobús y se había tirado todo el viaje escuchando música relajante o leyendo. Sin embargo, nada más llegar a Madrid había vuelto a sentir esa presión en el pecho que tanto le inquietaba. Estaba a menos de una hora de regresar a la residencia, el lugar donde vivía también David, y mañana tendría que retomar las clases en la universidad. Solo le quedaba rezar para no encontrarse ni a David ni a Iván porque estaba seguro de que le supondría dar un paso atrás en todo lo que había avanzado aquella semana. No obstante, Martin era más que consciente de que aquel momento iba a llegar, sobre todo con David, puesto que, al fin y al cabo, vivían en el mismo sitio.

El vasco se puso de puntillas para intentar vislumbrar a Kiki y a Rus. Las chicas le habían asegurado que vendrían a por él y le acompañarían a la residencia, ya que Juanjo justo a esa hora de la tarde estaba en su última clase del día y no podía asistir. El maño le había insistido reiteradamente en que se podía saltar la clase sin ningún problema, ya que, según él, Martin era mucho más importante que una clase de térmica II. Sin embargo, el menor no había cedido y le había obligado a asistir.

Cuando a Martin le llamó la atención una cabeza pelirroja, no se lo pensó y corrió hacia Ruslana, quien le estaba esperando junto a Kiki con los brazos abiertos. Los tres amigos se abrazaron de una manera escandalosa entre gritos, sollozos y besos. Martin tampoco pudo contener las lágrimas al ver que estaba de vuelta allí con sus dos mejores amigas. Las había echado tanto de menos... se había dado cuenta de que mantenían una amistad que era fundamental para aquel momento tan complicado de su vida. Había sido bastante duro haber estado separado tanto tiempo de ellas, lo que al inicio parecía que iban a ser cinco días por una excursión a Andorra se había acabado alargando a casi dos semanas de puro sufrimiento.

Rus se puso de puntillas para acariciar el rostro de Martin con un cariño que dejó desolado al vasco. Kiki a su lado se limpiaba las lágrimas de forma disimulada.

–Amor... sé que somos unas dramáticas y que parece que te hayas ido a la guerra, pero Dios, ¡cómo te echábamos de menos!

–Y ya casi se te ha ido el moratón de la nariz– comentó Kiki.

–Mejor, no quiero llamar la atención de nadie. ¡Dios, Dios, chicas que he vuelto!– exclamó Martin mientras volvía a abrazar a sus amigas.

–Menos mal, porque hay cierto chico de metro ochenta y cinco llorándote por las esquinas. No sabes la semanita que lleva, no aguanta ni cinco segundos sin nombrarte en una conversación.

A Martin se le iluminó la cara al pensar en Juanjo extrañándole. Él también le había echado de menos, sobre todo después de aquel fin de semana que habían pasado en su casa. Recordaba perfectamente aquella despedida en la estación de autobuses de Getxo, en como él se había bajado del bus una vez ya montado para besarle delante de todo el mundo. En como parecía que se había armado de valor para confesarle algo importante a Martin, algo que al final se quedó en un soso "te voy a echar de menos". Por un segundo en aquel instante Martin había pensado que Juanjo iba a decirle algo más. Algo mucho más importante, como un "te quiero". Pero debía habérselo imaginado, claro.

Que Martin anhelase que Juanjo le hubiese dicho "te quiero" en vez de "te voy a echar de menos", suponía todo un problema para el vasco. Lo habían dejado más que claro hacía cosa de dos semanas y media, cuando oficializaron su relación como amigos con derechos y sin compromiso, pero con exclusividad. Desde luego, Martin estaba comenzando a darle vueltas de si aquel pacto había complicado más las cosas entre ellos. Era bastante difícil no desarrollar ningún sentimiento romántico hacia Juanjo cuando, literalmente, era la persona más buena y mona que jamás había conocido. Sin embargo, Martin decidió fingir demencia y seguir adelante con todo ello sin intentar cuestionarse nada.

Desafiando a las leyes de la físicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora