012.

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Martin entró a la residencia empapado de un sudor frío. Sentía como varias gotas le resbalaban por la espalda, consiguiendo que el polo del trabajo se le pegase de una manera muy incómoda a la piel. Subir la cuesta desde el Mc Donald's hasta la residencia le había traído recuerdos de la noche de las novatadas cuando también tuvieron que subir la misma calle. En ambas situaciones, Juanjo había tenido que tirar de Martin para que sus pies conservaran un ritmo estable, aunque las circunstancias habían sido bastante distintas.

Juanjo apenas había hablado con Martin en todo el camino, tan solo para preguntarle si necesitaba parar o si estaba bien, lo cual le pareció raro. Sospechaba que el mayor estaba ligeramente cabreado con él por no haberle hecho caso sobre el loco ritmo de vida al que había sometido su cuerpo, y especialmente para nada. No obstante, ya había aprendido la lección y a las malas, pues evitar a alguien con quien compartía habitación o profesores de asignaturas no había sido la idea más inteligente que Martin había tomado.

Cuando llegaron a la habitación de Juanjo, este le soltó de la mano para abrir la puerta. La estancia estaba ordenada, especialmente el lado de Juanjo, a diferencia del de Álvaro que lucía más desordenado. Martin se quedó parado en medio de la habitación sin saber muy bien qué decir, luchando contra el malestar que sentía.

–Antes de que hablemos, ¿me podría duchar? Estoy sudando como un cerdo.

Juanjo suspiró con resignación y asintió abatido.

–Claro, sí. Mientras tanto iré a hacerte la cena, ¿te gusta el arroz y la tortilla francesa?

–Juanjo, siento que si ceno algo lo vomitaré. Ya si eso como bien mañana– se sentía mal por rechazar el gesto de amabilidad que había tenido el mayor con él, no obstante, era verdad, pensar en comida le revolvía el estómago por dentro.

–Y una puta mierda. Si estás así de mareado y de blanco es porque llevas sin comer en condiciones varios días. Vas a cenar lo que te haga y punto, no hay más discusión aquí.

Vale, parecía que Juanjo estaba bastante cabreado con él y con razón. No se sentía para nada orgulloso de lo que había hecho esos días. Menos mal que su madre no se podría enterar de esto, ya solo le faltaba escuchar sus reprimendas.

Decidió que no le convenía en ese momento rebatir a Juanjo, así que se metió al baño no sin antes dirigirle una mirada de resignación al más mayor.

Se desnudó rápidamente y se metió bajo el chorro de agua caliente. Sentir el agua tibia cayendo sobre su cabeza y sus hombros fue aliviador para Martin. Destensó su espalda estirándose como un gato; después de aquel día tan estresante lo único que necesitaba era darse una ducha caliente y meterse a la cama para mañana comenzar el día con las energías renovadas.

Solo de pensar en lo que había sucedido esa misma tarde con Iván y David se le ponía la piel de gallina. Recordaba la mirada llena de rencor y rabia de su exnovio mientras le exigía respuesta sobre dónde estaba pasando todas esas noches. Martin no quería reconocerlo en el momento, pero se había asustado bastante al volver a ver a Iván de aquella manera tan... oscura. Ese suceso había reabierto de nuevo la herida que le había causado el chico cuando habían estado saliendo, era como si Iván le hubiese quitado la tirita que cubría dicha herida de forma brusca y sin ningún miramiento, provocándole más dolor aún. Necesitaba olvidar todo aquello porque sino sentía que se volvería loco en cualquier momento.

–¡Martin! ¡Tienes la cena en el plato!– gritó Juanjo a través de la puerta.

Mierda. Había perdido la noción del tiempo ahí en aquel lugar tan cálido, pero no lo había podido evitar. Por una vez en aquel día tan horrible sentía que podía respirar tranquilo. No sabía ni cuantos minutos habían pasado desde que se había encerrado allí, pero por lo menos más de media hora si hasta a Juanjo le había dado tiempo a prepararle algo de cenar.

Desafiando a las leyes de la físicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora