033.

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Habían pasado 7 días, 168 horas, 10080 minutos y 604800 segundos desde que Juanjo había visto por última vez a Martin después de haberle dicho que no le quería en su vida. De todos esos 604800 segundos no había pasado ni uno sin estar preocupado por Martin, sin preguntarse cómo estaría, o sin arrepentirse de lo que había hecho. Lo único que sabía era que estaba en el piso de Denna y Salma, cosa que le tranquilizaba un poco. Sabía que ellas lo cuidarían, que le darían cualquier cosa que necesitase y que estaría arropado en todo momento.

Juanjo fumaba lo que sería su sexto cigarrillo del día sentado en su escritorio de su habitación. Tenía medio cuerpo sacado por la ventana para impedir que el humo entrase en su dormitorio. Escuchaba el jaleo que había en la Plaza de Cristo Rey, en especial las miles de ambulancias que salían o entraban del Hospital Jiménez Díaz o del Clínico San Carlos. No obstante, estaba ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor.

Desde hacía siete días se sentía completamente anestesiado, como si ya nada fuera con él ni para él.

Su móvil vibró en el escritorio. Era un nuevo mensaje de Bea, preguntándole que qué tal estaba. Obviamente, su amiga más cercana se olía que algo más había tenido que pasar. Sin embargo, ignoró el mensaje. No tenía ganas de hablar con nadie sobre Martin. Todavía recordaba cuando había vuelto a su habitación después de hacerle tanto daño y como sus amigos habían reaccionado cuando no tuvo más remedio que mentirles también a ellos.

A Juanjo le recorrió un escalofrío al solo recordarlo.

SIETE DÍAS ANTES

Juanjo temblaba sin parar sentado en la cama de su habitación. Hacía media hora que había vomitado todo lo que tenía en el estómago, no obstante, seguía sintiendo muchas náuseas.

Martin no estaba en su habitación. Se había marchado a otra parte. Tenía tanto miedo de comprobar si se había marchado a su antigua habitación que se quedó ahí paralizado sin poder hacer nada. Martin no podía haber vuelto al infierno que le suponía compartir habitación con David, su chico era mucho más listo que eso.

Pero, entonces, ¿a dónde se habría ido?

El corazón se le desbocó cuando alguien abrió la puerta. Se puso de pie por mero acto reflejo. Juanjo pudo soltar todo el aire de sus pulmones al ver que solo era Álvaro.

–¿Qué pasa, maricón?

Juanjo se pasó las manos por la cara. No respondió. Álvaro se paró un segundo a observarle y terminó por fruncir el ceño.

–¿Juanjo?– de pronto su tono de voz era preocupado.

En ese mismo instante, Álvaro pareció reparar en que la habitación volvía a estar más vacía que los días anteriores.

–¿Y las cosas de Martin?– preguntó su amigo alarmado.

El silencio reinó en la habitación. Álvaro se llevó la mano a la boca con una seriedad impropia de él.

–Hostia, Juanjo... ¿qué ha pasado?

El maño se obligó a decir algo. Seguía teniendo un nudo en la garganta que le comprimía la voz al hablar.

–Que ha terminado. Todo se ha terminado.

–Pero, ¿qué dices? Si estabais mejor que nunca...

–No. Martin estaba enamorado de mí y yo no sentía nada por él. Estábamos en diferentes escalones– se obligó a mentir.

–¿Tú no estabas... enamorado de él? ¿Enserio?– la incredulidad teñía las palabras de su amigo.

–No, no lo estaba. Me gustaba, pero ya está. No podía corresponder la magnitud de unos sentimientos así de fuertes.

Desafiando a las leyes de la físicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora