018.

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Martin se inclinó por cuarta vez en lo que llevaba de noche sobre la taza del váter para vomitar lo poco que le quedaba en el estómago. La camiseta que tenía puesta de Juanjo estaba empapada de un molesto sudor frío que hacía que todo su cuerpo temblase. Sus manos se pusieron blancas al apretar la cerámica del retrete. Sentía que debía aferrarse a algo para pasar ese mal trago, odiaba vomitar, lo pasaba francamente mal. Tras haber dado un par de arcadas, se quedó arrodillado sobre el suelo mirando a la nada, intentando regular su respiración acelerada. Lágrimas le caían por sus mejillas debido a las horribles contracciones que había sufrido su estómago para echar el resto de la cena.

–Martin...

El chico se dio la vuelta rápidamente, mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano. Juanjo, totalmente despeinado y adormilado, le miraba con preocupación desde el marco de la puerta del baño. El chico jugó con sus manos, nervioso, todavía de rodillas sobre el frío suelo.

–¿Cuántas veces has vomitado ya en toda la noche?

Martin habló con un hilo de voz.

–Creo que esta es la cuarta.

Juanjo suspiró, preocupado, mientras se pinzaba el puente de la nariz.

–¿Tú ves normal ponerte así por una puta presentación que va a durar diez minutos como mucho?

Martin negó con la cabeza mientras la agachaba. Sintió como un nuevo torrente de lágrimas se precipitaba desde sus ojos, imparable. Le dio rabia, no quería ponerse a llorar como un niño tonto por esto y encima delante de Juanjo.

Cuando el mayor vio que el chico del bigote comenzaba a llorar en silencio, intentó suavizar su expresión como su tono de voz. Se puso en cuclillas para estar a la misma altura que Martin y así ser más accesible a él.

–Perdón, no quería hablarte mal, Martin. Anda, no llores más– le susurró Juanjo mientras le cogía la mano y comenzaba a acariciársela con delicadeza.

Martin intentó relajarse. Juanjo tenía razón, era un sinsentido ponerse así por tener que hacer una presentación oral que seguramente durase menos de diez minutos, y que encima parte de ellos estaría hablando Juanjo. No obstante, su cerebro iba por libre y no era capaz de controlar los nervios, lo cual le había producido no poder pegar ojo en lo que llevaban de noche, vomitar varias veces, y estar con unos sudores y temblores que habían despertado hasta a Juanjo. No era la primera vez que se ponía así la noche de antes de una presentación, no obstante, ya tenía dieciocho años y debía superar de una vez su pánico a presentar en público. Pensar que mañana también estaría ahí Iván y David, y que se los tuviese que encontrar después de lo que pasó en la fiesta no le ayudaba para nada, más bien era otro aliciente que alimentaba su nerviosismo.

–Siento ser así– fue lo único que susurró Martin. Sentía como si alguien le estuviese estrangulando la garganta y no pudiese hablar.

Juanjo, al escuchar esas palabras, no pudo contenerse y abrazó al más pequeño.

–¿Así cómo? ¿Te refieres a ser un chico genial, divertido, dulce, amable y precioso? ¿Por eso te disculpas?

Las palabras de Juanjo le removieron algo por dentro que hizo que llorase con más fuerza.

–Ojalá fuera todo eso. Siento ser... este desastre– sollozó Martin.

Juanjo le acarició el pelo y lo atrajo con más fuerza hacia su pecho.

–Eres todo eso y mucho más, Martin. Hemos tenido esta conversación mil veces, y el problema que hay aquí es que tú no te lo crees, y eres el único que te pones piedras sobre tu propio camino. Tus tropiezos son fruto de la zancadilla que te pones a ti mismo. Tienes que empezar a tener un poco más de confianza en ti.

Desafiando a las leyes de la físicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora