007.

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Juanjo había perdido la cuenta del número de cigarrillos que se había fumado en lo que llevaba de tarde. Ya eran las 21:00 de la noche, y se encontraba apoyado en el marco de su ventana mientras fumaba. El aire fresco de septiembre acariciaba sus acaloradas mejillas, lo cual agradecía el maño, pues en aquella habitación hacía una temperatura casi insoportable, y más con Bea y Álvaro ahí. Y todavía faltaba que vinieran Ruslana, Kiki y Martin. Martin. Solo de pensar en su nombre se le erizaba la piel. Y es que desde que el más pequeño le dejó solo en la sala de estudios, Juanjo no había podido quitárselo de su mente. No era idiota, había visto como la expresión de Martin se iba desencajando cada vez más durante la conversación que habían tenido. Y también había visto como sus ojos brillaban por las lágrimas que trataba de contener. No obstante, Juanjo se dijo que había hecho lo mejor dejándole claro a Martin que no estaba interesado de ese modo en él. Porque no estaba interesado en Martin de esa ni de otra manera, solo le importaba que aprendiese física lo más rápido posible para conseguir la victoria en el concurso.

"En el fondo, sabes que te estás engañando a ti mismo. No quieres aceptar que Martin ha despertado algo dentro de ti, y te da miedo indagar en ese algo porque eres consciente de que una vez lo descubras, no lo vas a poder dejar". Era como si su subconsciente fuera por otro lado de forma libre, y no le gustaba ni un pelo que esos pensamientos se le metieran en la cabeza de manera tan intrusiva. Porque era una locura que él pudiese estar empezando a sentir por un chico, él siempre había salido con chicas y se había interesado por ellas, no tenía ningún sentido lo que le estaba ocurriendo.

Apagó su cigarrillo y se giró para prepararse un cubata. Ya había tenido suficientes rayadas durante la tarde para no disfrutar de esa noche. Hoy se emborracharía como nunca lo había hecho, y ya mañana se preocuparía de toda esta situación que le había generado Martin.

-Coño, Álvaro, fuma en la puta ventana, no en medio de la habitación. Va a saltar la alarma antiincendios, es que hay que ser gilipollas- refunfuñó Juanjo mientras se preparaba su bebida y veía a su amigo fumar tan pancho en su cama.

-Calma, amor. ¿Nervioso por si viene tu papaíto a darnos un toque de atención?

-Pues no, tío. Pero no me quiero meter en más líos, que como siga así me deshereda.

Juanjo no tenía la mejor relación con su padre. Desde que se separaron sus padres cuando tenía 11 años, la relación con su padre se había enfriado inevitablemente, ya que este se mudó a Madrid y se había casado con la que ahora era su madrastra, mientras que su madre se quedó en Magallón con él. Cuando Juanjo empezó la universidad y se tuvo que mudar a la capital, su padre le ofreció hospedarse en la residencia donde era director, y así se ahorraban una pasta. No obstante, vivir en el mismo sitio no había mejorado su relación, sino todo lo contrario. Juanjo ya no era aquel niño sumiso a la opinión de su padre, sino que ahora él era el único que tomaba sus propias decisiones que encarrilaban su vida. Y algunas decisiones no habían contentado para nada a su progenitor, al igual que otras que había tomado su padre por él no habían convencido a Juanjo tampoco.

-Qué exagerado que eres, Juanjo. Por cierto, ¿qué narices te ocurre? Estás tan tenso como si te hubieran metido una escoba por el culo- analizó Bea.

-Sois muy pesados vosotros dos, todo el día detrás de mí preguntándome si estoy bien e inmiscuyéndoos en mi vida. ¿Desde cuando habéis dejado de ser mis mejores amigos para convertiros en mis padres?- farfulló Juanjo mientras le pegaba un buen trago a su bebida.

Álvaro y Bea se miraron entre ellos sin entender nada.

-Solo nos preocupamos por ti porque te queremos, Juanjo. Te hemos notado un poco raro desde hace unos días, concretamente desde novatadas.

Desafiando a las leyes de la físicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora