Londres, 1832.
Nicholas
Le dediqué una mirada fría a mis oponentes antes de tirar mis cartas y declararme ganador del partido de póquer. Aspiré el aroma a tabaco mezclado con cerveza y suspiré. Arrastré las monedas y fajos de billetes que había hecho con unas simples cartas y me levanté despidiéndome de todos los caballeros presentes y salí al frío de la noche londinense. Mi sirviente Saúl me esperaba con la puerta de mi carruaje abierta, aguardando a que yo entrara al coche. Solté el cigarro que llevaba entre mis labios y exhalé la última bocanada de humo.
—señor Van Daner, la familia Witerpool lo espera mañana para cenar, dicen que quieren conversar sobre ciertos arreglos...— Saúl me informó mientras hacía que el carruaje arrancara.
—de acuerdo, Saúl, gracias— me acomodé en el asiento de la carreta para aguantar el tedioso viaje hasta mi mansión. Como buen caballero aristócrata tenía una fortuna armada a base de juego, inversiones en las nuevas empresas, pero, a diferencia de la mayoría de los caballeros que pasaban los veinticinco años— yo tenía ya veintiocho— estaba solo, sin pareja.
Había esperado tanto tiempo para encontrar a la compañera adecuada, alguien fina, con elegancia y que supiera historia, además de tener conocimientos básicos sobre las tareas domésticas; pero sobre todo, debía ser hermoso. No quería una chica con una belleza simple, quería una cosa exótica y no aburrirme jamás de su extrañeza.
A pesar de que era costumbre querer mujer débiles y sumisas, yo buscaba aire fresco, quería a una señorita que supiera replicar y argumentar sus opiniones, buscaba a alguien con ideas claras en un mundo donde la niebla era constaste.
Llegar a casa nunca sonó tan maravilloso como este día. Bajé del carruaje seguido de mi sirviente a la entrada de mi hogar. Él me abrió la puerta y me adentré a mi propiedad, dejando el abrigo sobre el perchero de la entrada. El señor Jeremías Witerpool estaba sentado en una de las sillas de la gran mesa de caoba que había en mi comedor. Al verme entrar, como buen caballero que era, se paró e hizo una reverencia que correspondí.
—señor Witerpool— dije con cierta burla— que sorpresa agradable tenerlo en mi propiedad.
En realidad, el señor Witerpool solo me importaba por los negocios. El resto del tiempo, él era un buen hombre que no solía generar problemas.
—vera, señor VanDaner, la empresa con la que hicimos convenio está empezando a bajar la producción y tendremos que hacer una gran inversión en la promoción de los productos para poder sacarla a flote...
Minutos más tarde, Witerpool me había dejado claras sus intenciones.
—así que deberíamos poder unir las herencias y así sacarla a flote.
—¿y cómo pretende unir las herencias, señor Witerpool?— pregunté con un poco de escepticismo en mi voz— no está permitido el intercambio de bienes con esta política.
—a través de un matrimonio— dijo. Eso captó definitivamente mi atención— tengo una hija en edad casadera, de dieciocho. Sophie. Será sólo una unión legal, Nicholas.
—antes quisiera conocerla, señor. No me gusta hacer las cosas apresuradamente. Además— agregué con una pequeña sonrisa— estoy en busca de una mujer, espero poder encontrar lo que busco en su hija.
—espero que así sea, Nicholas. Te invito a compartir la cena con nosotros mañana, ¿qué piensas? así podrás conocerla y decidir.
—es un trato— cerramos la idea con un apretón de manos y Witerpool se despidió.
Una mujer, pensé, tal vez este acuerdo me beneficiara más de lo que esperaba.
Sophie
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Ámame.
RomanceLa monótona vida de Sophie Witerpool se ve destrozada cuando el socio de su padre proclama que se casarán. Así, sin preámbulos. Aunque eso no es atípico en el Londres de 1800. Lo que puede ser un poco raro, es que la novia trate de escapar. Con otro...