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Sophie

—¿Y Londres? — William detuvo sus caricias en mi brazo cunado le hablé— ¿Te gustaba Londres?

—he estado en lugares que me parecieron más lindo— pasó saliva— en Londres mataron a mi padre y no me trae buenos recuerdos.

Se me acongojó el alma.

—lo siento.

—no lo hagas— me dio un amague de sonrisa— tú no lo mataste.

Me recuesto un poco más lejos de él, para poder observarlo mejor.

—¿Sabes quién lo hizo? — no sabía si tenía derecho alguno a preguntar, pero lo hice.

Asintió lentamente, casi como si saboreara las palabras que salieron de su boca:

—oh, sí— me respondió— y me vengué— sonrió.

—¿Qué has hecho...? — la curiosidad me ponía frenética. La curiosidad era una perra— ¿Lo has matado?

—es tarde— William observó la vela consumida casi por completo en la mesita de su lado— será mejor que nos durmamos, mañana arribaremos a Estados Unidos.

—¿Estados Unidos? — el corazón se me disparó. Si todo había salido como en sus planes, Nicholas estaría allá— no...

—Sólo nos detendremos, cargaremos comida y nos iremos.

Me pareció rara su manera de cambiar el tema, pero intenté convencerme de que él estaba en lo cierto y debíamos dormir. Ya era la tercera noche que pasaba en su cama y en cada instante, algo cambiaba en mí. En el algunos momentos, sentía que ese era mi lugar y en otros, solo quería correr lejos de ahí.

—descansa, Sophie.

Para cuando desperté, William ya no estaba en la cama y debíamos estar rondando el mediodía. Era muy tarde. Jamás había dormido tanto en mi vida entera.

Me vestí rápidamente y salí. El barco estaba vacío a excepción de algunos hombres. Medité la idea de bajar y pisar tierra firme en casi un mes. Puse mi pie en la plancha y di los varios pasos que me separaban del puerto. Nadie parecía asombrado por el barco pirata, de hecho parecía como si estuvieran acostumbrados a ver uno cada tanto. Tal vez William frecuentaba este puerto y yo no lo sabía.

Me sentí un poco acosada cuando todos se fijaron en cómo iba vestida, pero realmente eso se fue de mi cabeza cuando vi una tienda. Tuve la necesidad de entrar.

Miré los aparadores de vestidos, adivinando en qué ocasión podría haberlos usado esos costosos vestidos y acaricié las telas.

—señorita, debe salir de nuestra tienda— una de las dependientas se acercó, mirándome con asco.

—¿Disculpe? — mi acento inglés la sorprendió— ¿Por qué haría eso?

—porque su... su atuendo no es el adecuado para nuestra tienda, lo lamento.

Me enfurecí.

—soy una dama respetada, ¿Por qué no podría comprar aquí?

—no dudo que lo sea— enarcó una ceja, burlándose y sin creer mis palabras— no sé cómo serán las cosas en Londres— imitó falsamente mi acento— pero aquí, respetamos la ética.

Gruñí.

—bien, espero que su ética cambie, entonces— salí de la tienda luego de golpear su hombro. Cerré la puerta con fuerza, también.

Ámame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora