Ocho años después.
Nicholas
—¡Theodore VanDaner! — intenté mantenerme firme, pero el niño siguió corriendo detrás del perro.
—¡Estoy jugando, papá! — me gritó. Su voz todavía aguda por la juventud.
—solo...— iba a intentar frenarlo nuevamente, pero una suave mano se enroscó en mi brazo.
—Nicholas, déjalo. Es un niño— me dijo— y el perro no parece muy disgustado.
—lo sé, pero luego eres tú la que se queja porque llega todo raspado y sucio.
—prometo no hacerlo más — hizo una mueca.
—¿Cómo te sientes? — rodeé su espalda con mi brazo y recostó su cabeza en mi pecho— la última vez que estuvimos en esta situación casi te pierdo.
—no era mi culpa— declinó— y te había advertido que cuidaras de él en caso de que pasara algo conmigo.
—casi mueres, Sophie— murmuré— estuviste inconsciente hasta recuperar sangre y...
—lo sé— ella se separó y me miró— pero esta vez será diferente, te lo prometo.
—¿Cómo lo sabes? — la miré curioso.
—porque, por empezar, ya lo he vivido antes— numeró— y segundo...— su mirada se perdió en el campo, en donde estaba corriendo el pequeño monstruo que había llegado a nuestras vidas casi nueve años atrás— tengo motivos para quedarme.
—¿Más de un motivo?
—uno ya está establecido— murmuró— y el segundo viene en camino—se pasó una mano por el estómago, ya casi con seis meses de embarazo.
Nos había ido bien. Theodore creció como un niño sano, a pesar de haber nacido antes y Sophie se había logrado recuperar luego del sufrido parto. Theo— a pesar de que me costaba demostrarlo, tal vez— era mi orgullo. En parte, era culpa de Sophie. Ella había puesto demasiado empeño los primeros años de vida del niño para que este avanzara y creciera inteligentemente. A pesar de que Sophie no se jactaba de ser buena madre y siempre decía que tenía cosas que mejorar, había hecho un buen— demasiado— trabajo con Theodore. También lo haría con nuestro siguiente hijo, no me cabía la menor duda.
—¡Theo! — fue Sophie esta vez la que le llamó la atención al revoltoso hijo que había concebido— ya está oscureciendo, entra a la casa.
El niño tardó dos microsegundos en acercarse a donde estábamos nosotros, haciéndole caso a su madre.
—¿Por qué a ti sí te hace caso?
—porque él sabe que yo soy quien pude ponerle muchas verduras en su plato— se burló Sophia, sacándome la lengua.
Luego entró a la casa, seguida de Theodore. El niño le hizo caso cunado Sophie le dijo que fuera a bañarse mientras ella terminaba de hacer la cena. Por unos cuantos segundos la observé moverse en la cocina— porque se había negado rotundamente a que alguien más cocinara una vez que nos fuimos de la casa de mi padre— mientras tarareaba una canción.
Nos habíamos movido a esta casa hacía... unos nueve años casi. Fue muy pronto al nacimiento de Theodore. Estábamos en el campo, prácticamente. Sabía que Sophia estaba contenta con la casa— porque la recordaba diciendo que siempre le habían gustado los lugares alejados y con parques— a pesar de que cuando llegamos fue a lo que menos le prestó atención. ¿Tal vez porque Theo había nacido hacía menos de cinco días? El caso, en esa casa estábamos bien y punto.
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Ámame.
RomanceLa monótona vida de Sophie Witerpool se ve destrozada cuando el socio de su padre proclama que se casarán. Así, sin preámbulos. Aunque eso no es atípico en el Londres de 1800. Lo que puede ser un poco raro, es que la novia trate de escapar. Con otro...