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Sophie

Recordaba haber leído la biblia. Recordaba las misas, recordaba los sermones de los sacerdotes. Todos ellos hablando sobre la importancia de ser buenas personas, de hacer el bien y no juzgar al prójimo, porque no querríamos conocer el infierno.

Yo era buena. Tal vez un poco rebelde, pero Dios no iría a castigarme por eso, estaba segura. ¿Si yo era buena, porque me pasaba esto?

―¿Vas a salir de la cama de una vez o tengo que sacarte, Sophie? ― Nicholas me miró ya vestido, desde los pies de la cama.

―no me siento bien― murmuré.

¿Y cómo iba a sentirme bien cuando me había vuelto a torturar? Tenía marcas en todo el cuerpo― en los lugares que no se vieran una vez que me pusiera un vestido― que me impedían moverme bien. Además, de que Nicholas seguía convencido de que estábamos en una maldita luna de miel. ¿Y qué se supone que haces en una luna de miel? Exacto, fornicar con tu esposa. Sólo que en este caso, yo quería irme corriendo de ahí.

―no me importa― Nicholas bordeó la cama y me destapó― si te digo que salgas de la cama, ¿Qué vas a hacer?

―en serio que no me siento bien― repetí, buscando cubrirme de nuevo con las mantas.

Nicholas me miró con el ceño fruncido y apoyó el reverso de su mano en mi frente.

―tienes fiebre― masculló. Se tiró de los pelos un segundo y luego suspiró― quédate en la cama y no salgas. Vendré a ver cómo estás durante el día.

Sin decir nada más, salió del cuarto y me dejó ahí.

No había estado fingiendo. En serio estaba sintiéndome mal. Probablemente Nicholas había pensado que era una treta para mantenerlo lo más lejos de mí que pudiera, pero no era así.

No estaba en mi mejor momento. Claro que no. Se suponía que debía ser una mujer felizmente casada, cuando en realidad me sentía más como una mujer tortuosamente casada.

Busqué las mantas que Nicholas me había sacado de encima y las volví a tirar sobre mí, buscando que las telas me sacaran un poco del frío. No recordaba bien qué era lo que mi madre me hacía de pequeña para bajar las fiebres que tenía por correr debajo de la lluvia en otoño, pero esperaba que al menos quedarme en la cama aliviara alguno de los varios dolores que sentía.

Dormité gran parte del día, mientras que veía cosas de las que no estaba segura si eran ciertas o no. Muchas veces, la fiebre hacía delirar a las personas y tener alucinaciones. Había esperado que ese no fuera mi caso, pero al parecer, el destino no estaba a mi favor ese último tiempo.

―debes darte un baño frío, ven― Nicholas me dio la mano. ¿En qué momento había entrado a la habitación? ¿Era Nicholas realmente o era alguna cosa producida por mi cuerpo enfermo?

―quiero dormir― le respondí, dando un manotazo en el aire, buscando que se alejara.

―debes enfriar tu cuerpo, Sophie, si no la fiebre no bajará― me instó nuevamente a levantarme y me sostuvo.

Estaba mareada y realmente seguía en dudas sobre si era realmente él.

―¿Eres real?

Trastabillé con mis propios pies y tuve que recargar mi cuerpo contra el de Nicholas para no caerme.

―claro que soy real, Sophie― murmuró un poco molesto― ¿Has tenido alucinaciones?

―no lo sé ― le respondí jadeando. Tenía la garganta seca y me dolía al hablar― eso creo, pero no estoy segura.

Ámame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora