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Nicholas

Me terminé de subir los pantalones mientras miraba el culo respingón de mi esposa.

―¿Ahora me has entendido? ― tiré de su cuero cabelludo nuevamente hacia atrás, exponiendo sus pechos al frente, deleitándome.

Una maravilla.

Ella gimió. ¿Por qué siempre hacía ese puto sonido que me obligaba a no soltarla de la cama, eh?

―no te he oído.

―púdrete en el infierno, Nicholas― dijo con la voz ahogada por las lágrimas. La he hecho llorar― espero que te pudras en el fondo del Averno como la escoria que eres.

―¿Te guardaste esta parte de nuestros votos matrimoniales, cariño? ― me burlé, sabiendo que en realidad no habíamos dicho ningún voto― ¡Qué dulce de tu parte!

―no te burles de mí― chilló, tratando de zafarse del agarre que ejercía mi mano en su cabello― ¡Ya tienes lo que querías! ― me gritó ― ¡Ahora déjame en paz!

Esa súplica... exquisita.

―¿Me lo estás exigiendo? ― la provoqué, girándola nuevamente. Estaba ahora de frente a mí, con su orgulloso cuerpo, mirándome― ¿No te han enseñado cómo se piden las cosas?

―basta― murmuró. Poco a poco, su muro de niña ruda y orgullosa se estaba desmoronando. Y yo estaré aquí para verlo caer.

―pídeme que te deje y lo haré.

―vete.

―prueba con: ¿Por favor, Nicholas, puedes dejarme? ― la insté a hablar.

―déjame en paz― su voz carecía de emoción alguna.

―eso ha sonado un poco diferente, ¿No crees?

Ella cerró los ojos y murmuró algo que sonó parecido a lo que le había dicho. Lástima que estuviera casada con un hombre inconformista.

―ahora dilo mirándome a la cara― me burlé― ¡Oh, vamos, Sophie! deja tu orgullo de lado.

―¿Orgullo? ― me miró entre dolida y herida. Claro orgullo ­― ¿Tú me hablas de orgullo cuando eres el hombre más despreciable y creído de todo Londres?

―te recuerdo que estamos en un barco― la piqué.

―¡Me has entendido perfectamente! ― gritó ya en un tono histérico.

―quiero que lo digas, Sophie― insistí― ¡Dilo! ― la sacudí.

Las lágrimas cayeron por su cara y por un microsegundo me sentí el hombre más cruel del mundo. Y me encantó.

―por favor, Nicholas, déjame en paz― murmuró con la vista en mi pecho.

―te lo dejaré pasar esta vez, porque todavía no te has...― busqué una palabra que sirviera― adaptado a estar casada conmigo, pero la próxima vez, Sophie― me acerqué, buscando que mi amenaza quedara más clara― la próxima vez te dejaré el culo tan marcado que no podrás sentarte en una semana― murmuré.

La sentí estremecerse. Sonreí. Lo estaba logrando. Poco a poco la iría rompiendo.

―no habrá próxima vez― dijo con voz ronca.

―eso no lo decidirás tú― le respondí burlescamente― vístete, tenemos que salir de esta habitación― le ordené. Ella se quedó parada ahí, esperando, supuse, a que yo saliera― hazlo.

Ámame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora