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Habrían pasado tres o cuatro días hasta que logré tener mi fuerza nuevamente. Lo que me hubiera dado, había sido fuerte. ¿Un virus, tal vez?

Nicholas estaba cada vez más relajado y me permitía moverme un poco más por mi cuenta. Tal vez se había convencido de que mis deseos por escapar de habían anulado, pero claramente no era así.

William me ayudaría.

Solía verlo y cruzarlo en la cubierta varias veces en el día. Además de nuestros encuentros clandestinos en la proa, alejados del movimiento y el gentío.

De a poco, William y yo nos hicimos... Más que conocidos. No veía una clara definición de lo que éramos aún, así que mientras tanto, habíamos dejado de ser extraños para ser más que conocido. Para mí, eso estaba bien.

Había descubierto en él a un hombre maravilloso, sensible y sobre todo, honesto. Jamás lo vi entrar al salón a jugar como Nicholas o beber alcohol o siquiera fumar. Era un hombre perfecto. Además, entre charla y charla siempre lograba encontrar algún detalle nuevo sobre mí.

—Te has hecho otro estilo de trenza, ¿No es así? —me preguntó una vez.

Me quedé un poco descolocada, pero con agrado terminé dándole la razón. Era verdad, ese día había usado un trenzado diferente al que solía usar.

Cada vez, William me gustaba más.

Cada vez, notaba cómo William iba cambiando su forma de verme.

Cada vez, tenía más miedo de que Nicholas nos descubriera y le hiciera algo al hombre por el que comenzaba a sentir cosas.

―sí, mi madre me la ha enseñado hace algunos años ― toqué el delicado lazo que la sostenía con forma.

William se acercó lentamente, con cautela, como cada vez. Parecía saber de antemano que un movimiento brusco por su parte podría asustarme. William era luz, Nicholas oscuridad. Me siento segura en la luz porque le temo a la oscuridad.

―me gusta― pasó la yema de sus dedos por la punta del trenzado y me miró. No me sentí cohibida por su mirada, me sentí más bien querida. Sus ojos no me transmitían terror, más bien algo dulce que se plantaba en mi estómago― así que, ¿Dónde te gustaría vivir?

―¿A qué te refieres? ― Ambos nos sentamos sobre la paja que se amontonaba en lo que parecía ser el almacén del barco. Nadie nunca estaba ahí y por eso era que usábamos ese lugar para vernos y poder hablar. Por lo menos, eso hacíamos hasta ese momento ― ¿A un lugar como una casa, un rancho o un país?

―un lugar, no importa cual.

―una casa en el medio de la nada― fantaseé con los ojos cerrados― lejos de toda esta hipocresía y nepotismo.

―tienes un serio problema con el gobierno― señaló divertido― lo he notado por cómo hablas.

―tengo serios problemas con muchas cosas―le respondí― con el gobierno en especial, tienes razón.

―¿Te gusta tener problemas, no es así? ―William me miró realmente curioso. Él en serio creía eso.

―tal vez― comenté, sacando mi vista de él para dejarla en mis manos sobre la falda de mi vestido.

―¿Y quieres tener más? ― no entendí muy bien a qué se refería con eso hasta que su mano suavemente acunó mi cara y la volteó para que lo mirase― quiero besarte.

Gracias a Dios estaba sentada, porque las piernas se me hicieron de gelatina.

―¿Y qué te lo impide?

―el no saber si tú quieres que lo haga.

Con un valor que no sabía que existía en mí, acerqué mi rostro al suyo, hasta rozar nuestros labios. Un mínimo roce, minúsculo, antes de separarme unos milímetros.

―¿Eso responde?

Él sonrió.

―claro que sí.

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Ámame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora