Capitulo 19

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Lo que restó del fin semana fue bastante tranquilo para Sarocha. Después de su conversación telefónica con Heidi, entró en la casa y, como ya era costumbre, se encontró con un silencio de tumba. Rebecca seguía en su habitación durmiendo y, aunque ella no preguntó, fue Gi quien le informó de su estado. Se topó al ama de llaves cuando se dirigía a su cuarto con la idea de darse una ducha para volver a salir. No tenía intenciones de quedarse en esa casa el resto de la noche, pero sus planes se vieron truncados cuando, Heidi le mandó un mensaje de texto donde le cancelaba la cena. Resignada y sola, optó por trabajar en la biblioteca. Aún tenía un montón de documentos que revisar y eso fue lo que hizo.
Gi se ofreció en prepararle la cena, pero ella rechazó la idea; ni siquiera tenía apetito. Cuando el reloj de péndulo marcó las diez de la noche, se vio caminando descalza hacia la cocina. Husmeó entre las alacenas y al final, se decidió por unos cereales que encontró.
Luego regresó a la biblioteca y estuvo ahí hasta que el reloj dio las doce campanadas. Estiró los músculos del cuello y se quitó las gafas de lectura. Recogió todo y se dirigió a su cuarto. Al llegar al final de las escaleras, se sintió indecisa; era la tercera vez en un mismo día que se paraba en el mismo punto que dividía el pasillo de las habitaciones y pensaba en
Rebecca.
El domingo sorprendió a Sarocha con un hermoso día; despertó más tarde de lo normal, durmió bastante bien, a pesar de la maraña de pensamientos en su cabeza. Cuando bajó, iba ya vestida para salir.
Su madre, tan puntual como siempre, la llamó mientras se preparaba y no pudo negarse a asistir al almuerzo de la familia. Era una tradición de los Chankimhay, a pesar de que no tenía ánimos para charlar con ellos, no podía dejar de asistir. Agradeció el café que le ofreció una de las domésticas cuando entró en la cocina. Mientras lo bebía sentada en el taburete de la isla, escuchó que las dos mujeres hablaban de Rebecca.
—Pobrecita —dijo una a la otra en voz baja—. Eran años que la niña no se ponía así.
La otra asintió mientras picaba unas verduras.
—Y el señor Richard ni siquiera quiere comer.
Sarocha se quedó con la taza a mitad de camino hacia sus labios cuando sintió que su estómago se contrajo.
Rebecca seguía en su cuarto y Marcó Antonio ni siquiera comía. ¿Qué diablos sucedía en esa familia?, se preguntó un rato más tarde, mientras conducía su auto hacia la zona donde vivían sus padres.
El almuerzo con ellos fue lo más agradable que se pudo, dada la situación. Al inicio, el ambiente estuvo tenso, pero sus hermanos ayudaron a que la familia se comportara como de costumbre. Su padre y ella hablaron de cómo iban las cosas en la empresa ahora que habían pagado a los proveedores y las deudas.
Marihon, entusiasmada, les contó los pormenores de su viaje de primavera. Neung no estaba tan contento como su hermana, pero igual escucharlos discutir por un rato, mientras su madre servía el postre, fue agradable. Después de eso, Sarocha y su padre ayudaron a recoger la mesa y luego se dirigieron al jardín para tomar el café y el acostumbrado digestivo.
En otra ocasión, Heidi hubiese ayudado a su madre con los platos, pues los domingos siempre era el día libre de la doméstica. Ella sintió una punzada al pensar en la rubia y, por alguna extraña razón, también pensó en cómo sería si ella y Rebecca fueran un matrimonio verdadero.
¿Almorzarían los domingos con sus padres? ¿Ella conocería a sus amigos?
¿Y qué pintaba la doctora en todo aquello? Se sorprendió del rumbo de sus pensamientos y agradeció que su hermana llegó corriendo al jardín para mostrarle la que, según ella, era la novia de Neung.
Con el teléfono en mano, Sarocha hizo que los gemelos la persiguieran por todo el jardín y terminaron tirados en la hierba cuando ella ya no pudo más. Esa era su vida, la de siempre, y no quería que cambiara.
Después de pasar la tarde en casa de sus padres, Sarocha se reunió con Nam, que la invitó a tomar una cerveza. Se encontraron en Lipstick y estuvo ahí hasta pasadas las nueve.
Agotada, regresó a casa y se fue directo a su habitación. Se durmió temprano porque al día siguiente tenía que levantarse temprano para ir a la oficina.
El lunes el despertador sacó a Sarocha de sus sueños.
Se dio una ducha rápida y luego se vistió; una chaqueta americana larga de pecho amplio sobre una t-shirt blanca y un pantalón modelo pitillo, de cintura alta con doble botón. Se peinó el cabello con las manos y se aplicó algo de gel para mantener el efecto húmedo. Salió de su habitación y, aunque la casa estaba en silencio, se sorprendió de no hallar a Rebecca en la cocina. La chiquilla era demasiado puntual como para quedarse dormida, pensó, saludando a Gi que ya andaba atareada. ¿Qué diablos haría todo el día esa mujer? Se preguntó. La casa era enorme, pero sus habitantes apenas tres y nunca
tenían visitas.
—¿Le sirvo el desayuno? -Indagó Gi, tras saludarla con los buenos días.
-Agradecería una taza de café, por favor - contestó, acomodándose
alrededor de la isla.
Gi se dispuso de inmediato a servir el café. Sarocha notó que también preparaba una bandeja con unas tostadas, jugo y café. En cuanto Lucía entró en la cocina, le pidió que lo subiera al cuarto de Rebecca. A ella le pareció extraño que no bajara a desayunar, pero no le dio mucha importancia; estaba segura de que la vería en la empresa.
Sarocha terminó su café y salió de la casa lista para un nuevo día. Condujo hasta el edificio que albergaba las oficinas de Alga Group. Pasó todo el santo día entre documentos y prácticas que tenía que aprobar, por lo que le pidió a Blanca, su asistente, que le subiera el almuerzo cuando fue la hora. Permanecer el día metida en su oficina no le dio la posibilidad de saber si Rebecca se encontraba en la empresa. En más de una ocasión estuvo a punto de preguntarle a su asistente, pero no podía. No tenía motivos para eso, así que se resignó hasta que, ya pasadas las tres
de la tarde, se vio en la necesidad de hablar con la CEO.

Amor por un contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora