Tras el almuerzo con Richard , Sarocha regresó a su oficina con la intención de terminar el trabajo que dejó a medias. Mientras estudiaba los expedientes abiertos en la computadora, una arriesgada idea le pasó por la cabeza; sin pensarlo más de dos veces, se hizo con el celular que descansaba sobre su escritorio y marcó un número que aún recordaba de memoria.
La persona le respondió tras varios tonos, cuando ella casi desistía.
—¡Aló!
Sarocha oyó la dulce voz y la imagen de la rubia de cabello corto apareció ante ella, mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa nostálgica.
—¡Hola, San! —saludó e hizo girar el sillón hacia los ventanales a sus espaldas, al tiempo que se acomodaba. Los rayos de sol jugaban al escondido entre los edificios que circundaban el área.
—¡Vaya! Creo que los meteorólogos se han equivocado —se burló la mujer al otro lado de la línea.
En el rostro de Sarocha se dibujó una sonrisa pícara.
Ella y Sandra mantenían una peculiar amistad que duraba años, pero se distanciaron cuando empezó a salir con Heidi; la modelo no soportaba el carácter descarado de la policía y bueno, ella no estaba para pasar el tiempo defendiéndose de las escenas de celos de su novia, así que lo mejor fue alejarse. De hecho, habían pasado meses desde la última vez que hablaron.
-¡Por Dios!, no seas exagerada que hoy hace un buen sol —se burló ella con el mismo tono.
-Pues por eso — afirmó la rubia-. Bien, dime a qué se debe tu llamada. Porque no creo que sea de cortesía -indagó Sandra, que conocía a la perfección a Sarocha. Sabía que no se arriesgaría a una pelea con Heidi si no era necesario.
La modelo no aceptaba el hecho de que entre ellas hubo algo y, aun cuando la pelinegra se empeñaba en hacerle entender que nunca fue importante, Heidi no se confiaba. Y hacía bien en no fiarse, pensaba la rubia de pelo corto. Acostarse con Sarocha era una experiencia que repetiría con mucho gusto si tenía la posibilidad.
-Tienes razón -aceptó-. Necesito consultarte algo.
-¿Oficial o extraoficial? —preguntó San.
Sarocha se quedó unos instantes en silencio.
-Extraoficial - contestó al final y se dispuso a contarle lo que le preocupaba.
Sandra trabajaba en la Unidad de Crímenes
Financieros, así que esperaba obtener algún buen consejo para actuar ante la situación de la empresa y cómo podían resolverla sin que se convirtiera en un escándalo del dominio público. Lo último que quería era que todo aquello se filtrara a la prensa y que el nombre de Rebecca se viese involucrado, pues ya era suficiente con tener que demostrar cada día sus capacidades para dirigir la compañía.
Estuvieron hablando por más de veinte minutos durante los que Sandra se hizo una idea de lo que sucedía, pero no podía ayudarla si no tenía más información, así que Sarocha le ofreció una comida
para eso.
—¿En serio me invitas almorzar? —le preguntó la rubia, sorprendida por la invitación.
-¿Por qué te sorprende tanto? -cuestionó de vuelta Sarocha y dejó escapar una sonrisa al oír la carcajada de Sandra.
-¿Tal vez porque tu noviecita me odia y no estaría muy feliz de saber que comes conmigo?
-Podría decirte que ese no es el mayor de mis problemas ahora —dijo y se incorporó en el sillón al darse cuenta de sus palabras.
—¡Vaya! —susurró la rubia—. ¿Problemas en el paraíso? - cuestionó, burlona.
—Te explicaré -zanjó Sarocha con un tono más serio
, así que escoge la hora y el lugar — ofreció con el mismo matiz coqueto de antes.
Espero que no te arrepientas -susurró Sandra, seductora.
—Nunca me arrepiento de una cena contigo —le devolvió de manera sugerente y una pizca de ironía.
Sus palabras se atascaron en su garganta cuando, al girar la silla, se encontró de frente a un par de ojos avellana que la miraban, penetrante. Rebecca estaba parada frente a su escritorio, y ni siquiera la oyó entrar. ¿Cuánto había escuchado de su conversación?, fue lo primero que pasó por su cabeza y la preocupación debió reflejarse en su rostro, porque la castaña dejó escapar un suspiro de molestia-. San, lo siento, debo irme — anunció y no esperó a que la rubia le respondiera.
Cerró la llamada y se levantó como impulsada por un resorte-.
¡Rebecca! —su tono sonó sobresaltado y sus ojos se clavaron en los de su esposa, que se hicieron más pequeños. ¿Estaba enojada?, se preguntó, no pudiendo descifrar su mirada.
—Imagino que tienes mucho tiempo libre le reprochó con los dientes apretados.
Sarocha supuso que lo decía por la conversación telefónica. Era cierto que nadie la controlaba en ese tipo de cosas, pero si Rebecca escuchó parte de su llamada, de seguro imaginó que no era de trabajo de lo que hablaba, aun cuando en realidad lo era.
—Lo siento, no... No te oí entrar - explicó Sarocha, que seguía cuestionándose cuánto de la conversación había escuchado.
—Ya me doy cuenta —habló con menos fuerza en su
VOZ.
Rebecca sentía que en su pecho se desataba una rabia que jamás experimentó y todo porque acababa de escuchar las palabras que Sarocha le decía a quien fuera que estuviese del otro lado de la línea. El tono seductor que utilizó le hizo sentir estúpida al pensar siquiera que ella pudiera verla como mujer. Era la misma sensación que sintió aquella vez con su amiga y que ahora podía reconocer. Eran celos; simples y puros celos de la persona al otro lado de la línea, porque no podía negar más lo evidente.
Sarocha le gustaba. Le atraía como mujer y darse cuenta de que no tenía oportunidades con ella la desilusionó más de lo que pudo imaginar. Era claro que, a pesar de estar casadas, Sarocha era libre; una persona como ella no podía no serlo y esa realidad la golpeó y le dolió. Cuando salió de su oficina, Rebecca quería compartir sus ideas sobre el proyecto ArCa con ella; quería aprovechar esa oportunidad para conocer más a la mujer con la que iba a compartir una buena parte de su vida; porque sabía que los padres de la pelinegra no devolverían el préstamo tan fácilmente. Y luego el tema de la invitación de Daniela Rinaldi para que almorzaran juntas ese viernes. Pero ahora... Ahora no estaba tan segura de querer decirle.
—¿Necesitabas algo? —le preguntó Sarocha con la única intención de romper el silencio que se creó entre ellas y, que a pesar de ser algo que sucedía con bastante frecuencia, la incomodaba.
—Mi abuelo... -dijo Val, pero la pelinegra no pareció entender a qué se refería.
—¿Tu abuelo?
—Sí, mi abuelo. Sé que estuvo en la compañía y que salieron juntos — su voz tenía un ligero tono acusador.
Fue entonces cuando Sarocha comprendió su visita tan repentina. De seguro, el rumor de que ella y Richard se marcharon juntos ya corría como pólvora
por los pasillos.
-Entiendo —murmuró. En sus labios se dibujó una media sonrisa irónica—, pero... supongo que si él no te dijo a dónde fuimos... no veo por qué yo deba hacerlo -sentenció, con sarcasmo.
Su respuesta fue como un balde de agua fría para Rebecca, que pensó que Sarocha se burlaba de ella.
Sin saber por qué, estalló en ira. Tal vez fue por culpa de la mezcla de sentimientos que experimentaba; el hecho fue que terminaron discutiendo y ninguna de las dos entendió bien el porqué.
Rebecca abandonó la oficina de Sarocha con la respiración descontrolada por la discusión y se encerró en la suya, hasta que fue hora de marcharse.
Quiso indagar sobre la visita de su abuelo y decirle de la invitación de Daniela, pero la conversación no fue
como supuso.
A las siete y media, mientras recogía sus cosas en la oficina, se dijo que hablaría con ella durante la cena, pero al llegar a la casa se dio cuenta de que el auto de su esposa no estaba. Sabía que salió de la compañía antes que ella, se lo informó Blanca mientras bajaban hasta la recepción. Saber que Sarocha no se encontraba en casa le provocó un sentimiento de abandono y su corazón se apretó en su pecho mientras se despedía de José y entraba. No quería cenar sola esa noche; aun cuando habían discutido, tenía intención de disculparse con ella por las palabras que dijo y que en realidad no pensaba.
Que Sarocha le gustaba como mujer no era la única cosa que debía aceptar, porque, a pesar de que no tenían muchas cosas en común, al menos lo suponía, le agradaba la compañía de la pelinegra y el intercambio de miradas de la noche anterior la dejó deseando algo más.
Rebecca subió a su habitación sintiendo el peso del día en su cuerpo; se despojó de sus ropas y se metió debajo del chorro de agua esperando sentirse mejor, pero ni siquiera eso ayudó. Con ropas más cómodas y el cabello aún húmedo, descendió a la cocina. Gi y Luisa, como siempre, estaban atareadas en alguna cosa. Ella se limitó a informarle a su nana que no cenaría, que prefería comer algo ligero en la biblioteca.
Sarocha, por su parte, seguía pensando en cómo terminaron discutiendo; seguía sin entender el motivo. Como acordó con Nam, se vieron en el Lipstick a las seis y compartieron un par de cervezas, mientras su amiga le explicaba uno de sus líos de faldas y le pedía consejos que ella no supo darle.
En ese momento, su cabeza estaba lejos de la mesa del pub. Su mente se encontraba donde sea que se hallaba Rebecca Armstrong y sus palabras tan reales.
"Tú no tienes derecho. Tú y yo no somos nada". Era cierto, ella no tenía nada más que un contrato y eso no la dejaba con derechos para preocuparse o mezclarse en su vida o la de Richard, pero entonces sentía que no todo era verdad.
Se despidió de Nam con la promesa de una cena junto a Sandra. La policía se sorprendió de esa noticia; llevaba más de un mes sin coincidir con la rubia y saber que Sarocha y ella iban a estar en la misma mesa, fue toda una revelación.
Ahora, mientras estacionaba el auto frente a la casa de Heidi, Sarocha se preguntaba si debía estar ahí. La imagen de Rebecca le taladró la mente. Buscó tomar aire y apartarla de su cabeza. No era justo que siguiera pensando en ella cuando en menos de cinco minutos estaría con Heidi, se dijo, mientras arrastraba los pies hasta la reja que custodiaba la casa que Heidi compartía. Ella tenía que reconocer que nunca le agradó el hecho de que su novia compartiera piso, por lo que cada vez que se veían, prefería hacerlo en su apartamento. En esta ocasión, esperaba no tener a ninguna de las otras dos modelos
merodeando mientras cenaban.
Heidi la recibió en la puerta unos instantes después de que ella tocó el timbre. La ropa que vestía la dejó casi sin aire, así que solo pudo perderse en su cuerpo delgado en cuanto se apartó para dejarla entrar. El top se ceñía a sus pequeños senos como si fuera una segunda piel y el short a juego era demasiado corto.
Si la intención de Heidi era provocarla, lo había conseguido con sobresalientes.
—¿Dónde lo has escondido? —le preguntó, dejando caer su mochila junto al sofá para seguir a Heidi, que se perdió en la cocina una vez que sus labios se encontraron, fugases.
La casa de la rubia era una típica italiana. Un amplio espacio se dividía entre la sala y la cocina comedor;
además de tres habitaciones y un baño.
-¿Dónde escondí a quién? -cuestionó la rubia acercándose a los fogones donde algo se cocinaba y que, de hecho, olía estupendo.
—Pues al cocinero -bromeó, acercándose a ella.
Entrelazó sus brazos a la cintura de la rubia.
Reconoció el perfume de Heidi en cuanto sus labios se posaron en su cuello.
—No es la primera vez que lo hago —se defendió
Heidi, que se mordió el labio inferior cuando sintió los labios de Sarocha en su cuello-. Anda, ayúdame con la mesa —le pidió consciente de que, si no la paraba, la comida quedaría olvidada y bastante tiempo pasó preparándola.
La pelinegra se apartó de su cuerpo sin muchas ganas y se dispuso a preparar la mesa como le pidió la rubia. Sacó de un cajón de la despensa los platos, los cubiertos y dos copas, siguiendo las indicaciones de Heidi. No era la primera vez que estaba ahí, pero, por alguna razón, se sintió con la necesidad de preguntar por todo. Era como si estuvieran iniciando de nuevo su relación. Mientras ponía los platos y los cubiertos en cada lugar, se cuestionó si con Rebecca alguna vez sería así.
A Sarocha se le congeló la sangre ante el pensamiento; tuvo que apretar con fuerza la botella de Syrah que estaba por abrir. ¿Por qué diablos se preguntaba eso? ¿Acaso deseaba un futuro así con ella? ¿Algo así era posible? Esas y más dudas se sobrepusieron en su cabeza, al tiempo que sus manos, por inercia, descorcharon la botella y sirvió las dos copas. Le ofreció una a Heidi, que seguía atendiendo la comida. Cuando el cristal sonó al chocarlas, Sarocha se convenció de que no debía estar ahí; no cuando sus pensamientos estaban tan divididos.
Cenaron en una cómoda conversación, una de esas que siempre compartían, como si nada hubiese cambiado entre ellas. Pero en realidad algo sí había cambiado; Sarocha cambió.
Terminaron la cena y, como era costumbre, ella ayudó a Heidi a recoger los platos sucios y dejarlos en el lavavajillas, luego se acomodaron en el sofá con lo que les quedaba de sus copas de vino.
-¿Pasa algo? —le preguntó Heidi, que la veía sentada frente a ella con las Piernas debajo de su cuerpo.
Sarocha tenía la mirada clavada en el líquido oscuro de su copa, como si en él fuera a encontrar las respuestas que necesitaba.
—Solo estoy cansada —murmuró y dejó la copa sobre la mesita que había en el centro del salón.
Sarocha se movió en el sofá y quitó de la mano de la rubia la copa que dejó junto a la suya. Heidi la contemplaba con la mirada encendida por el deseo.
Era siempre así, era lo que sucedía cuando estaba a punto de ser besada por la pelinegra, que no tardó en acercar su cuerpo hasta quedar a escasos centímetros.
La mano de dedos finos de Sarocha se apoderó del cuello de Heidi y acarició con experiencia esa zona tan sensible. Precisaba sentirla, pensó. Tal vez los besos y caricias de Heidi la ayudarían; sin perder tiempo, se apoderó de sus labios rosados. El beso fue hambriento y pasional; por unos segundos las dos se dejaron llevar por las sensaciones que les provocaba.
Las manos de Heidi se amoldaron alrededor del cuello de la pelinegra y terminó sentada a horcajadas sobre sus Piernas, mientras sus labios abandonaban su boca; se aventuraron a dejar un camino de besos
en su cuello.
Sarocha sintió la humedad en su parte más íntima y le urgió sentir la piel desnuda de la mujer entre sus brazos. Coló sus manos debajo del top; dejó escapar un gemido al sentir la piel y los pezones erectos de la modelo. Heidi lograba excitarla con solo tocar su cuerpo.
—¡Dios! —dejó escapar Heidi entre caricias. Sus manos desesperadas intentaron abrir los botones de la camisa de la pelinegra. Cuando parte de su pecho quedó al descubierto, se lanzó a él.
Sarocha sintió los dientes penetrar su piel y, por instinto, su derecha se enredó en su melena, alejándola. Fue el peor error de su vida, pensó, cuando ante ella no vio la imagen de la rubia, sino la de Rebecca.
—¿Sar?
El diminutivo de su nombre en los labios de Heidi la hizo pestañear. Ante ella apareció otra vez la imagen de la rubia. Sus labios estaban hinchados por los besos.
—Sabes que no me gusta —se justificó.
Heidi sabía que a su novia no le agradaba que la mordiera porque no toleraba las marcas en su piel, ni siquiera cuando la pasión y el deseo las sobrepasaban.
—Lo siento, yo... Yo pensé que... -intentó explicar, pero Sarocha no la dejó.
No fueron sus dientes sobre su piel lo que le molestó, sino el hecho de toparse con el rostro de Rebecca frente a ella. Iba a volverse loca, pensó y retomó las caricias que dejó a mitad. Con un movimiento rápido, hizo que la espalda de Heidi se pegara al sofá y, de la misma manera, le quitó el top por encima de la cabeza, dejando sus senos al descubierto. Heidi no tenía senos grandes, pero a ella eso no le importaba en absoluto. Besó su cuello y luego empezó a descender hasta los pezones erectos. Su lengua jugó primero con uno y cuando oyó sus gemidos y advirtió los movimientos de la pelvis de la rubia contra su muslo, se dedicó al segundo. Era la primera vez desde que volvieron que se detenía y dedicaba el tiempo necesario a acariciar el cuerpo de Heidi.
De sus senos bajó por su vientre y jugó con el pequeño diamante que componía el Pircing que colgaba de su ombligo.
—¡Dios, así me haces morir!
Heidi dejó escapar otro gemido que le dio el permiso a Sarocha para quitarle los shorts que le impedían llegar a esa parte tan deseada. La pelinegra acarició los muslos de la modelo, mientras subía en busca de su parte más íntima. Como si su cabeza le jugara una broma de mal gusto, se topó otra vez con el rostro de Rebecca al levantar la mirada. Se le congeló la sangre y su corazón dejó de latir; o esa fue la sensación que abrigó.
Sarocha se apartó del cuerpo de Heidi como si su piel la quemase y su espalda terminó pegada al brazo del sofá. Se llevó una mano a la cara y apretó con fuerzas sus ojos; cuando volvió abrirlos, se encontró con Heidi, que la veían confundida, aunque su respiración estaba agitada por el deseo.
—Tengo que irme -soltó Sarocha, poniéndose de pie y ajustando los botones de su camisa. No podía ver a Heidi de frente, no quería que fuera el rostro de Rebecca otra vez.
—¡¿Qué?! ¿Por qué? -indagó la rubia sin entender qué pasaba y por qué se veía tan alterada. Solo unos minutos antes ambas disfrutaban del intercambio de caricias y besos—. ¡Sarocha! -gritó, levantándose del sofá, sin importarle su desnudez. Una corriente de aire frío le recorrió el cuerpo al evocar el recuerdo que prefería olvidar.
Heidi, lo siento, es tarde y estoy cansada -susurró, terminando de cerrar su camisa. Fue entonces cuando se atrevió a levantar la mirada. Los ojos de Heidi la veían de la misma manera que aquella noche y se sintió cobarde. Se acercó a cuerpo, que temblaba como una hoja en otoño. Acarició sus brazos desnudos con la punta de los dedos y se acercó a sus labios dejando un tímido beso—. Solo estoy cansada
repitió, intentando convencerse más a ella que a la rubia.
Puedes quedarte —le dijo Heidi con un amago de sonrisa. Ella no estaba hecha para compartir a su persona, mucho menos si se trataba de Sarocha.
¡Sabes que no puedo! —zanjó. Como se acercó a la rubia, se alejó.
Recogió su mochila junto al sofá y recorrió el camino hasta la puerta.
Inconsciente de lo que su huida podía provocar, Sarocha no volteó y, por ende, no pudo ver las lágrimas que Heidi derramó en silencio.
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Amor por un contrato
FanfictionSarocha Chankimha valora la familia como lo más preciado en el mundo. Por ello, cuando la situación financiera de sus padres la obliga a tomar una decisión crucial, sin duda en aceptar la propuesta de Richard Armstrong, incluso si eso significa renu...