¿Qué diablos?! ¿Por qué lo hizo? Se preguntó Rebecca, aún con la respiración entrecortada y la espalda pegada a la madera de la puerta de su habitación. Literalmente, acababa de escapar de Sarocha, de lo que estuvo a punto de pasar y de su propia reacción ante la cercanía de aquella mujer y sus labios. Se llevó la mano al pecho tratando de calmar los latidos de su corazón. Le parecía imposible, pero la verdad era que estuvo a punto de suceder; no, no fue su imaginación. Sarocha estuvo a punto de besarla otra vez y, por ilógico que sonase en su cabeza, esta vez ella también lo deseó. Por un instante, su cuerpo cobró vida propia; lo relacionó al embriagador aroma que desprendía la mujer de ojos azules y se dejó llevar por el magnetismo que causaba en ella. Incrédula de su propio comportamiento, se acercó a la cama y se dejó caer sobre el colchón con la vista clavada en el techo. Buscaba una explicación en el blanco que lo cubría, pero era imposible que la encontrase allí. Estaba más que consciente de que no era inmune al encanto que Sarocha provocaba; eso la llevó a recordar lo que pasaba cada día en la oficina. Ver que las otras mujeres se rendían a su encanto le molestaba; no entendía cómo era posible que, incluso esas que sabía no eran lesbianas, querían ser miradas o elogiadas por la directora financiaría de Alfa Group. ¿Qué les provocaba querer tal cosa? Se cuestionaba cada vez que se cruzaba con su empleada en los pasillos o al terminar una reunión. Sí, Sarocha era hermosa; eso no se podía negar. Cualquiera con dos ojos en la cara podía comprobarlo, pero de ahí a querer experimentar un beso, una caricia suya o un halago de su parte, era diferente. Tal vez se sentía así porque ella misma no estaba segura de lo que en realidad le gustaba.
Admiraba a esas mujeres y al mismo tiempo las detestaba y, en consecuencia, también reprobaba a Sarocha cuando era receptiva con ellas.Lanzó una de las almohadas contra la pared. ¿Cómo diablos iba a enfrentarla después de eso?, se preguntó, luego hundió la cabeza en las almohadas que quedaban.
Por instinto, se llevó una mano a los labios y se los acarició. ¿Cómo sería besar a Sarocha? O sea, besarla porque lo quería y no porque le robara un beso como lo hizo aquella vez. Su mente le jugaba una broma de mal gusto, se dijo. Se volteó como niña enojada y escondió lacara en las almohadas. No necesitaba un espejo para saber que tenía las mejillas rojas de vergüenza por pensar esas cosas.
Sarocha seguía en el jardín tratando de poner en orden sus pensamientos cuando oyó la melodía de su celular. Lo sacó del bolsillo y, aun cuando no tenía ganas, ni fuerzas para contestar, lo hizo al ver que era su madre. Dejó escapar un suspiro de resignación.
Después de lo que estuvo a punto de hacer, lo menos que quería era hablar con su madre. Aun así, aceptó cuando esta le propuso tomar un aperitivo juntas.
Solían hacerlo antes de toda esa situación y después del almuerzo del domingo, su madre creía haber limado las asperezas.Su madre era hermosa, se preocupaba por su familia y, aunque no entendía sus preferencias, la aceptaba. Recordó con pesar los primeros años cuando le fue difícil hacerles entender que le gustaban las mujeres y cómo el temor de ser juzgados por la sociedad, e incluso la familia, hizo que se alejaran, pero al final, terminaron por arreglar sus diferencias. Eso era lo que una familia debía hacer. Sarocha escuchó la propuesta de su madre mientras caminaba por el jardín con la mirada clavada en el ventanal de la habitación de Rebecca.La castaña escapó de sus brazos y, en ese momento, agradecía su reacción. Si no se hubiese alejado, la habría besado, se dijo, bajando la vista cuando su madre le preguntó si seguía en línea.-Que sí, mamá, que estoy aquí —contestó. Lo mejor era alejarse de esa casa y de la mujer que, por alguna razón, le provocaba ese instinto protector que la descontrolaba y le hacía querer algo que no debía. Porque no era correcto querer besar a Rebecca. No ahora, cuando podía arreglar su relación con Heidi.
Además, ¿de qué serviría? ¿Qué ganaba con besarla si no sentía nada por ella? Intentando darle una respuesta a esa pregunta, atravesó el jardín y se dirigió a su auto. Su madre la esperaría en el club de tenis donde almorzaba con unas amigas, mientras sus hermanos entrenaban. Treinta y cinco minutos después, estacionó su auto en el club de tenis. El sitio era frecuentado por personas de alta sociedad, los autos estacionados en el lugar se lo recordaron. No eran tan lujosos como los de los Armstrong, pero sí mucho más que el suyo, que ya tenía sus años. Unavez apagado el motor, miró el reloj del vehículo; comprobó que llegaba justo a la hora. Nung no soportaba las impuntualidades.
Sarocha avanzó hacia la entrada; de inmediato accedió a las instalaciones compuestas por dos edificios de antigua construcción. El más grande albergaba un salón de recreo, un bar y un restaurante, mientras que la más pequeña, contaba con vestidores y baños. Cinco pistas de tenis completaban el club. Saludó a un par de empleados y se dirigió hacia el bar, donde se encontraba su madre. Nung era la segunda hija de una familia de productores de vino de exportación.
Una familia que ella abandonó cuando conoció a su esposo y por el que decidió mudarse a Italia. Phong era un estilista de ropa cuando se enamoró de Nung.
Juntos dieron vida a la pequeña empresa textil que tenían y por la que Sarocha tuvo que casarse para salvarla. Ella se sorprendió al no ver a su madre en alguna de las mesas del elegante lugar. Miró su reloj de pulsera; llevaba ya cinco minutos ahí. Sin más remedio que esperar, se acomodó en uno de los taburetes de la barra. No era la primera vez que estaba ahí, pero no recordaba los estantes de hierro que custodiaba botellas de diferentes tipos de, gin, vermut, campari, whisky, coñac y muchos otros.
Como no sabía cuánto tiempo debía esperar a su madre, decidió pedir un trago. Levantó la mano y el hombre detrás de la barra se acercó.-¿Qué puedo hacer por usted?Sarocha lo pensó unos segundos, luego pidió un Negroni. Mientras veía cómo el hombre mezclaba los ingredientes en un vaso, su mente vagó de vuelta al jardín. Sintió que su ser reaccionó al evocar lo cerca que estuvo de los labios y del cuerpo de Rebecca. Se apoyó en el codo y apretó con fuerzas sus ojos. ¿Por qué tenía la manía de complicarse la vida así? ¿Por qué no pudo evitar concebir lo que sintió al estar cerca de ella? El barman terminó de preparar el cóctel y lo dejó sobre la barra; ella lo agradeció. Estar un rato sola le ayudaría a pensar, se dijo contemplando el vaso.
Tenía que ser sincera consigo y aceptar que después de todo, Rebecca Armstrong no le era tan indiferente.
Lo peor de todo era que eso no fue algo que sucedió de un día para otro; de eso estaba casi segura. Si era sincera y buscaba en lo profundo de su memoria, encontraría lo que se negaba aceptar. Aquella mujer frágil y al mismo tiempo, fuerte, llamó su atención desde la primera vez.Se fijó en Rebecca desde el primer día en que pisó las oficinas, al lado de su abuelo; entonces tampoco entendió lo que le atraía de ella. No fue su gusto por la moda, ya que la mayor parte de las veces vestía como su abuela. Tampoco fue su belleza porque, a pesar de que detrás de las gafas de pasta se escondía una hermosa mujer, no lo dejaba ver con facilidad. ¿Entonces qué fue? ¿Esa fragilidad que la rodeaba? ¿Su personalidad en cuanto a negocios se trataba? No lo supo.La única cosa de lo que estaba segura era que fue algo que vio antes.Antes del matrimonio. Antes de la enfermedad de Richard. E incluso antes de la situación financiaría de sus padres. Fue algo que llamó su atención, pero que ignoró y guardó en lo profundo de su mente porque estaba con Heidi. También porque Rebecca era su jefa y mucho más joven e ingenua. Bastaba notar cómo se sonrojaba cuando alguien le dedicaba más de cinco minutos de una mirada. En esos momentos, se obligó a frenar sus impulsos, ¿pero ahora? Ahora no sabía si era capaz de negar lo que su cuerpo intentaba decirle. Negó para sí y capturó la mirada curiosa del barman. Entonces volvió el dilema.
Por un lado, estaba Heidi; su Heidi, la persona que amaba y con la que quería pasar el resto de su vida una vez todo eso terminara. Por el otro, Rebecca; la mujer frágil que despertaba en ella el instinto de protección y que la empujaba a querer cuidarla de todo y todos. Estaba confundida.-iMon amour! Sarocha oyó la inconfundible voz de su madre. Se giró para verla llegar con ese aire fino y elegante que solo ella sabía llevar, incluso con ropa deportiva. Bajó con calma de la silla y se acercó a su madre para saludarla con dos besos en las mejillas.
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Amor por un contrato
FanficSarocha Chankimha valora la familia como lo más preciado en el mundo. Por ello, cuando la situación financiera de sus padres la obliga a tomar una decisión crucial, sin duda en aceptar la propuesta de Richard Armstrong, incluso si eso significa renu...