Capítulo 53 [Final]

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Cinco años después...
La algarabía que llenaba el jardín de la propiedad Armstrong no podía compararse al silencio que Sarocha encontró la primera vez que puso los pies en esa casa. La barbacoa que Rebecca había organizado para festejar su cumpleaños número treinta y cinco, estaba siendo la mejor de toda su vida. No pudo evitar sonreír cuando observó a su padre y José, mientras intentaban no quemar la carne. El chofer se las arreglaba bastante bien, pero su padre parecía un pez fuera del agua y pretendía seguir sus explicaciones.
Más allá, de donde estaban los dos hombres, Rebecca conversaba con Irin y Alba, sentadas en unas tumbonas.
Estaba encantada del hecho de que su esposa se llevara bien con sus mejores amigas; sobre todo, con Alba. Su mirada recorrió el verde del jardín alrededor de la piscina y se encontró con las únicas dos mujeres capaces de poner su mundo patas arriba; o mejor, dicho fueron las dos únicas, hasta que llegó Rebecca Armstrong.
Las dos mujeres intentaban armar el montaje de algún juego para los niños que corrían detrás de Mina, un labrador de pelo negro que Nam se empeñó en adoptar unos meses atrás.
Según la policía, estaba destinada a la soledad, así que era mejor un amigo peludo que le hiciera compañía en casa. En ese momento, Sarocha agradecía que la mascota mantuviera entretenidos a los cuatro diablillos que correteaban y reían por el jardín, y que estuvieron a punto de estrellarse contra Nung y Gi. Las dos habían congeniado bien en todo ese tiempo, y cada vez que tenían la oportunidad, se perdían en charlas sobre platos de comidas y programas de cocina. Una faceta que desconocía de su madre, que dejó de lado su parte más snob desde que ella estuvo a punto de morir por una puñalada. Bueno, en realidad su vida no corrió peligro, pero
le gustaba exagerar.
¿Y dónde se encontraba la más reservada del grupo? Se preguntó, estrechando los ojos, volviendo a recorrer cada cara de los presentes hasta que la localizó, como siempre, apartada de todo el estrés que causaban los niños. Sostenía un libro entre las manos, mientras que su cara estaba casi metida dentro de las páginas. Sonrió al verla en esa posición.
Había crecido tanto, y en tan poco tiempo, que le costaba trabajo aceptar a la adolescente y no ver a la niñita con gafas y trenzas que se escondía detrás de las Piernas de su madre cada vez que se reunían. De cierto modo, la imagen de la pequeña Aning, le recordaba a su esposa. De igual manera, con Alba se llevaban bien. De hecho, Melissa estaba asombrada por la rapidez en que congeniaron desde la primera vez que se conocieron.
Teniendo bajo control cada miembro de su manada, Sarocha se apresuró a juntarse con su esposa y las demás damas. Con paso ágil y ese cuerpo de modelo de pasarela que aún mantenía a base de gimnasio y comidas saludables, llegó y se acomodó en la punta de la tumbona que ocupaba Rebecca.
Sin entender bien por qué, notó que, apenas ella se sentó, Rebecca y las otras dos mujeres cortaron la conversación que mantenían hasta ese instante.
—¿Y ahora qué hice? —preguntó, viendo que Alba se incorporaba y se alejaba hacia los niños, que querían tirar al pobre perro a la piscina.
Nada, tesoro —le aseveró Rebecca, acercándose y sus miradas conectaron al segundo.
¿Estás segura? —murmuró, casi contra sus labios, al tiempo que esta los sellaba un beso.
Por el rabillo del ojo, Sarocha vio que Irin también las dejaba solas, anunciando como excusa que tenía que responder el teléfono.
Mju...
¿Sabes? Estaba pensando... -inició Sarocha, volviendo a besarla.
¿Sí?
Que después de todo, tu abuelo no estaba tan equivocado.
¿Por lo de la cláusula? -indagó Rebecca.
Sarocha negó.
Con lo del contrato -respondió. Vio que Rebecca la miraba, esperando una aclaración-. Creo que sin ese contrato, tú, yo, nosotros — dijo, indicando a los dos pequeños que reían a carcajada, mientras el perro los llenaba de lametazos—, nada de esto habría pasado.
Mi abuelo siempre decía que el diablo sabe más por viejo, que por diablo.
Creo que tenía razón -aseguró Rebecca, devolviéndole un tierno beso en la mejilla, al tiempo que se levantaba de la tumbona y caminaba hacia donde estaban los niños.
Sarocha se quedó deleitándose con la visión de su nueva familia. Esa que jamás pensó que podría tener al lado de la CEO. Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro al ver que Rebecca se encargaba de levantar a Richie en brazos y que su gemelo, Aong, se pegó a su Pierna, intentando escalar como un monito. Contagiada por la risa de los niños y la de su esposa, ella se apresuró a llegar junto a ellos. Levantó en volandas a Aong, que vitoreo con sus manitas cuando quedó
más alto que Richie.
—¡Hora de bañarse! -exclamó Melissa desde el otro lado de la piscina, con un inflable con forma de unicornio gigante en las manos.
Melissa lanzó el muñeco al agua y, acto seguido, Perla y
Malee, sus hijas, saltaron sobre este.
—¡Mami! ¡Mami!, yo también quiero - exclamó Aong, sobre
sus hombros.
Sarocha no perdió tiempo en llevarlo al borde de la piscina para meterse con él. Aún eran pequeños para saber nadar, así que se aseguró de ponerle los inflables en los bracitos, antes de lanzarlo al agua. Richie apareció junto a ella y, sin decir una palabra, estiró los brazos. Era absurdo y, al mismo tiempo, increíble como Richie se pareciera tanto a Rebecca.
Sarocha acomodó ambos inflables y se limitó a ver como el niño se alejaba y se metía solito al agua, bajando los escalones.
—Creo que en esta casa hay demasiado silencio -susurró
Rebecca, apoyada a su hombro, aprovechándose de la posición que Sarocha mantenía.
¿Estás segura? -inquirió la pelinegra, que no podía ver la expresión en el rostro de su esposa, pero que había entendido sus palabras, porque fueron las mismas que ella utilizó dos años antes, cuando le pidió que adoptaran.
Sí. Y esta vez quiero que sea de nuestra sangre.

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⏰ Última actualización: Mar 12 ⏰

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