Capitulo 37

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Después de explicarle a Sandra su nueva situación, de terminar lo que quedaba de sus copas de vino y de beber un buen café, Sarocha regresó a la oficina. Pasó el resto de la tarde atareada entre decenas de proyectos; era sorprendente como a medida que los días de fiesta se acercaban, las ocupaciones en la compañía se duplicaban. Mientras trabajaba en la computadora, agradeció que los días empezaran a ser más largos y la luz del sol acompañara hasta casi las seis de la tarde.
Fue a esa hora que la directora financiera de Alfa Group abandonó por segunda vez su oficina; esta vez, sin intenciones de regresar. Con Heidi fuera de la ciudad no le quedaba otra alternativa que volver a la casa de los Armstrong. Era su única opción. Además, pasó la noche fuera, no había visto a Rebecca en todo el día y, de cierta manera, estaba preocupada por Richard.
El tráfico empezaba a ser el de siempre, así que tardó más de media hora en llegar a la zona residencial de la familia Armstrong. Mientras el auto se acercaba, Sarocha se preguntó si Rebecca estaría allí. Llevaba semanas acostumbrándose a verla en las mañanas cuando compartían la isla de la cocina para desayunar. Además, solía estar en casa cuando ella regresaba. En la intimidad del vehículo, dejó escapar una sonrisa boba al darse cuenta de que le agradaba tenerla cerca. Sentirse de alguna manera vulnerable cuando se trataba de Rebecca no le gustaba, pero no podía negar que cada vez se sentía más atraída por su esposa.
Las altas rejas se abrieron en cuanto el auto se acercó.
Sarocha avanzó por la calle de piedra hasta aparcar en su sitio. Se alegró de ver que José aún seguía en la propiedad; el hecho que de que él estuviera en la casa le hizo entender que también lo estaba Rebecca. Le devolvió el saludo con la mano en cuanto este reparó en su presencia, entonces ella se dirigió a la casa sintiendo los pasos algo pesados.
Como ya era costumbre, la encontró envuelta en silencio.
Mientras atravesaba el salón y subía a su habitación, se preguntó si algún día sería diferente. Sus pasos la llevaron directo a su habitación y, aunque quería ir a saludar a
Rebecca, necesitaba tumbarse un momento. Era como si de pronto sus Piernas no fueran capaces de soportar el peso de su cuerpo, así que iba a hacerlo en unos minutos. Solo unos segundos para recargar fuerzas. En cuanto entró en el cuarto, se dejó caer en el colchón, cerrando los ojos, abandonándose
al silencio.
Después de ver a Sarocha en compañía de aquella mujer, Rebecca tuvo dificultad para degustar el delicioso plato que le sirvieron; del mismo modo le fue difícil concentrarse en la conversación que sostenía con Irin.
Su amiga trató de mantenerla distraída, pero no le fue posible. Pensar en Sarocha y en esa mujer le revolvía el estómago de una manera absurda y sentía que le escocían los ojos. No quería llorar; no podía llorar por ser tan tonta y pensar que tal vez, solo tal vez, podía tener una oportunidad con la pelinegra. Pero no era así, bastaba ver la elegancia de la dama y como se esposa la observaba mientras esta le acariciaba la mano sobre la mesa.
Al terminar el almuerzo que ella casi ni probó, le pidió a Irin que la regresara a casa; no tenía cabeza para ir a la oficina, mucho menos para arriesgarse a cruzarse con Sarocha. ¿Por qué creyó que podía existir una mínima posibilidad de que ella le gustara?, se preguntaba, recostada en su cama, con la mirada fija en el techo. Tal vez fue la forma como la pelinegra se comportó con ella la noche anterior. O tal vez interpretó mal las caricias que le regaló como consuelo por la situación en la que se encontraba con su abuelo. Sí, tenía que ser eso.
Rebecca se volteó en la cama para enterrar la cara entre las almohadas. Dejó escapar un sonoro suspiro; golpeando el colchón como una niña, intentó alejar la marea de pensamientos que no le daban tregua. Gritó, exasperada, contra la almohada. Luego se incorporó. Necesitaba ocupar su mente o iba a volverse loca. Podía trabajar o mejor, podía bajar a la biblioteca a leer un libro o mirar una película. Optó por la segunda opción.
En cuanto estuvo en la habitación, decidió hacerse compañía con música. Activó el tocadiscos y escogió uno de los vinilos de la estantería; no tenía mucha práctica en poner el enorme disco, pero se las ingenió. Cuando la música empezó a oírse se sintió satisfecha. Con la cubierta del disco en las manos buscó el nombre de la canción que se reproducía. "Ordinary World" del grupo Duran Duran la acogió. No estaba segura de que ese género fuera el suyo, en realidad no tenía un estilo de música preferido, pero la melodía le agradaba.
Mientras veía la cubierta entre sus manos, sintió que su corazón se removió inquieto en su pecho al pensar que ese vinilo podría pertenecer a su padre. Se sorprendió porque esta vez no fuera tristeza lo que sintió, sino una bonita nostalgia. Se acomodó en el largo sofá y buscó retomar la lectura de la novela que se mantenía en la mesilla de noche de su habitación. Ahora que había aceptado que Sarocha le gustaba como mujer, se sentía más curiosa por conocer la historia tras aquella portada.
En esa posición, la encontró Gi cuando la buscó para anunciarle que la cena estaba lista. Ella se dirigió al comedor, hallando la mesa preparada para dos. Sintió que un nudo se formaba en su garganta al pensar que, después de todo un día sin verse, ella y Sarocha iban a cenar juntas y la imagen de la rubia del restaurante apareció ante ella.
La señora Sarocha aún no ha bajado. ¿Quieres que le avise?
le preguntó Gi.
Ella se quedó en silencio por unos instantes.
—Lo haré yo —respondió y se sorprendió por sus palabras.
¿Por qué tenía que hacerlo ella? Bien podía sentarse a cenar y que Sarocha lo hiciera cuando quisiera sin tomarse las molestias de subir a su habitación. Pero no, en ese momento, y a pesar de que sus pensamientos no parecían ponerse de acuerdo, subió uno a uno los escalones con dirección a la habitación de Sarocha.

Amor por un contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora