Capítulo 11

1.3K 138 0
                                    

En el presente...
Un pequeño restaurante de comida local, cerca de la estación de policía a la que Nam estaba asignada, fue a donde Sarocha se dirigió cuando terminó de empacar sus cosas y las metió en el maletero del auto. Por el momento, bastarían dos maletas; tenía intención de regresar a su apartamento, apenas le fuera posible. No iba a quedarse a vivir en aquella casa el resto de su vida; saber que no tenía una fecha fijada en el calendario, no ayudaba para nada.
Incluso había pagado la renta de todo un año por adelantado para evitar que sus cosas fueran a parar en un depósito.

El lugar donde se reuniría con su amiga no tenía el mejor aspecto, pero la comida era buena; en eso pensó cuando descendió del auto. No sin antes mirarse en el espejo retrovisor. Sus ojeras estaban de vuelta, aunque a esas alturas no le importaba mucho.
Caminó por la acera hasta la puerta de cristal y madera que de seguro había visto mejores tiempos.
Apenas la cruzó, su mirada se encontró con la de su amiga. Era difícil no reconocer a la mujer que vestía una camisa azul marino debajo de una chaqueta de piel negra y unos pantalones de jeans.
Nam y ella eran bastante parecidas físicamente; misma altura y cuerpo, incluso tenían el mismo color de ojos. Eran amigas desde la secundaria y, en muchas ocasiones, las confundieron como hermanas.
También tuvieron historia, pero eran cosas de adolescentes que no venían al caso. Primeros pasos en los que experimentaban la sexualidad y se descubrían a ellas mismas. Así se convirtieron en mejores amigas y junto a Melissa, formaron el trío de
"las tres mosqueteras". Melissa; la extrañaba muchísimo, pero era mejor dejarla fuera de todo aquello. Su otra mejor amiga llevaba un año bastante cargado como para tener que preocuparse también por ella y sus problemas, pensó al llegar a la mesa y saludar a Nam.

—¡Hey! -masculló a modo de saludo y se dejó caer en el banco de madera que constituía los asientos de la mesa.
-¡Tienes una cara de mierda! —Le soltó su amiga y luego bebió un sorbo de líquido de color ámbar que ella identificó como cerveza.
—¡Y tú no deberías beber estando en servicio! —Le reprochó con las pocas fuerzas que sentía. No estaba para soportar las indirectas de Nam; no esa mañana.
—¿Y quién dice que lo estoy? -Contestó su amiga, burlona, abriendo más la chaqueta, dejándole ver que no portaba su arma reglamentaria y que su insignia tampoco la llevaba pegada a su pantalón.
Acto seguido, Nam levantó la mano para llamar al camarero que servía en otra mesa. El lugar, a pesar de parecer varado en el tiempo, era pulcro, con mesas de manteles rojos y paredes llenas de cuadros y fotografías de personajes de otras épocas que lo visitaron. El olor que emanaba de la cocina invitaba a degustar platos poco elaborados como los que acababan de dejar en la mesa de al lado.
Y, a pesar del buen olor que inundaba sus narices, Sarocha sentía como si tuviera un carril de plomo en el estómago; sin hablar del dolor de cabeza y las náuseas que le dejó el haber bebido como un cosaco* Sumando a eso su estado y las pocas ganas que tenía de conversar, o de tocar el tema de su reciente boda.
Se sacaba un carácter de la hostia y unos instintos homicidas que valían madre al mayor "serial killer" de la historia; estuvo segura de que Nam lo intuyó.

Mientras, su amiga ordenó otra cerveza y una copa de vino que Sarocha rechazó, para su asombro. Ella tuvo que reconocer que aceptar ese almuerzo fue un error y el único pretexto que tenía para no volver a la casa que ahora se suponía era su hogar.
¡Nadie diría que te acabas de casar! -Soltó Nam con sarcasmo. Sarocha le dedicó una mirada asesina.
De hecho, podría decir que saliste de un funeral.
Ella consideró durante unos instantes retirarle el título de amiga, levantarse y marcharse del lugar.
—Tampoco me he casado por amor, y lo sabes - contraatacó, mordaz.

Nam se encogió de hombros y asintió, consciente de que sus palabras inferían contra, la ya pesada, situación de su amiga. Era mejor evitar el sarcasmo; al menos por esa vez, pensó, cuando el camarero llegó llevando una nueva cerveza para ella y una botella de agua para Sarocha. Vio que esta se servía el agua y a su mente llegó el recuerdo de la mañana en la que la pelinegra le anunció por teléfono que se casaba. En aquel momento, admitió que le parecía demasiado apresurado, aun cuando le quedaba claro que su novia Heidi la traía loca. La rubia era una mujer hermosa y ella no podía negar que tenía cualidades suficientes para ser una perfecta esposa, pero, ¿De ahí a casarse? Su amiga tenía que estar enloqueciendo y la idea le pareció descabellada. Fue entonces cuando Sarocha le aclaró la situación.

Amor por un contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora