Capítulo 43

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Dias antes...
Sarocha vio sentada a menos de un metro a Rebecca, con el vaso entre sus manos y la mirada clavada en sus labios. A pesar de que lo único que quería era sentir su piel; como si fuera una adicta a la droga más cara, tenía que aguantarse y concentrarse en lo que le estaba diciendo. Que el proyecto
ArCa era importante, que unos días antes estuvo concentrada en los números que se empeñaba en mostrarle, así como los bocetos de lo que parecía ser un proyecto arquitectónico. Pero ella solo podía pensar en el aroma de su perfume que percibía cada vez que Rebecca se inclinaba para recoger una hoja de papel. Su cerebro solo deseaba tenerla de nuevo debajo de su cuerpo y besarla como la noche anterior.
De un trago, Sarocha apuró el licor; cuando el contenido del vaso bajó por su garganta, abrasando todo a su paso, se inclinó con la intención de dejarlo en la mesa. Su brazo y el de Rebecca se rozaron; sintió una descarga eléctrica recorrer su cuerpo. Ella también reaccionó y se quedó quieta a su lado.
Con la vista fija en el papel entre sus manos, Sarocha la vio luchar contra algo invisible y, a la vez, tan presente, que las hacía sentirse de esa manera. Se
reprochó
en silencio el estar comportándose como una adolescente cuando ya era bien mayorcita para enfrentar a una situación de esa magnitud; que no era la primera vez que se acostaba con una mujer, pero sí la primera en que temía ser rechazada. Porque era eso, miedo a que Rebecca la rechazara y no saber cómo comportarse porque estaban casadas, unidas por un bendito contrato. Intentando calmar los latidos de su corazón, sostuvo uno de los papeles en sus manos y fingió leer el contenido.
De pronto, oyó que Rebecca dejó escapar el aire cuando ella volvió a ocupar su lugar y el contacto se interrumpió.
—No conozco todos los por menores del proyecto, pero según veo, es de gran magnitud -dijo Sarocha, más para llenar el silencio, que por entender algo del proyecto.
—No me arrepiento.
Sarocha escuchó las palabras de Rebecca, pero no estuvo segura de entender el significado.
—¿Qué? - cuestionó en un susurro, con temor. Porque si sus oídos no la engañaban y su capacidad de comprensión funcionaba, su esposa estaba enfrentando la cuestión.
—Que no me arrepiento de lo que pasó anoche —repitió
Rebecca, apartando la mirada del documento en sus manos y atreviéndose a verla a los ojos. Sarocha sintió como si acabaran de arrebatarle el aire. Bajó como pudo el nudo en su garganta—. Y si para ti no significó nada, desearía saberlo, porque no puedo ignorarlo. Este silencio es peor que cualquier otra cosa. No sé cómo comportarme porque nunca me pasó. Porque somos mujeres y porque estamos casadas
y... Y.
Rebecca habló sin frenos, su respiración se agitó y su rostro se encendió por vergüenza. Sarocha sintió que se le encogió el corazón; no supo cómo comportarse. Entonces, sin pensarlo, la besó.
La besó para callar sus palabras. La besó para calmarla, porque parecía al borde de un ataque de ansiedad y su corazón le dolía de solo verla así y porque ella no se arrepentía. No; ni siquiera en un millón de años iba a arrepentirse de lo que pasó entre ellas porque lo deseó, ansió y buscó. Porque quería que volviera a pasar en ese sofá, sin importarle que estuvieran en la biblioteca.
Sarocha volvió a besarla con ansias, a recorrer con sus manos el cuerpo de su esposa y no iba a limitarse, pero un ruido proveniente del salón, las hizo detenerse. Con las ansias a flor de piel y la respiración entrecortada, ella se vio reflejada en la mirada oscurecida de Rebecca. Con una media sonrisa dibujada en el rostro, le aseguró que ella tampoco se arrepentía. Y por si no le bastaban sus palabras, se lo demostró cuando la invitó a subir a su habitación para terminar lo que habían iniciado.
-Veo que sigues escapando —murmuró Sarocha, cuando se separaron. A pesar de que era uno de esos besos rápidos en los que sus labios apenas se rozaban, ya la extrañaba.
—Sabes que requiero tiempo para vestirme —le recordó
Rebecca mientras volvía sobre sus pasos en busca de su cartera.
Desde esa noche, en la que sin necesidad de más palabras que, "yo no me arrepiento", Rebecca era en todo, y para todo, la mujer de Sarocha Chankimha. Y cada vez que lo recordaba, su corazón se saltaba un latido.
—¿Te acompaño o vas a ir al hospital? —le preguntó, cuando
Rebecca pasó a su lado, lista para bajar a la cocina.
-Quiero pasar a verlo antes de ir a la oficina -contestó la castaña que, por alguna razón, a Sarocha le parecía más madura que aquel día cuando sus vidas se unieron en matrimonio. Durante esas últimas semanas, Rebecca parecía más segura, más fuerte y a ella esa nueva faceta le encantaba, aunque no podía negar que fue la mujer delicada y frágil, quien conquistó su corazón—. Hoy tengo varias reuniones y no sé si podré pasar antes de que termine el horario de visitas.
Acababan de llegar al final de las escaleras cuando Sarocha la retuvo de la mano. Ella se volteó, buscando su mirada con repentina preocupación. Que fuera la pelinegra quien propiciará esos momentos, le encantaba. Antes de que pudiera decir algo más, su esposa la atrajo a su pecho y la estrechó entre sus brazos. Luego se perdió en su mirada de ojos avellana y la besó como si se le fuera el alma en ello. Sus lenguas se encontraron y acariciaron con lentitud; sus labios se estudiaron como llevaban haciéndolo desde la primera veZ.
Sarocha acarició la parte baja de su cuello, atrayéndola más a su boca. Rebecca se dejó hacer, aferrándose a ella. Cada vez que la besaba así, sentía que le faltaban las fuerzas para sostenerse por sí misma y que si ella la soltaba, caería.
—Por si luego no puedo —le susurró Sarocha cuando el beso terminó.
Rebecca dejó escapar una embobada media sonrisa. Fuera de la compañía se comportaban como una pareja en toda regla, mientras que ahí, seguían siendo jefa y empleada. No era conveniente que se supiera del contrato que las unía; no de momento. Además, a Sarocha le bastaba con todo el problema que causó Enzo y que aún no resolvía.
—Te recuerdo que tenemos una reunión -dijo Rebecca, acomodándole el cuello de la camisa. No porque estuviera fuera de lugar, sino porque así le salió.
—Y te recuerdo que allí, no puedo tocarte. Y mucho menos besarte y que vas a irte con José —le señaló con un tono de reproche cuando Rebecca le daba la espalda y se encaminaba
hacia la cocina.
—¿Celosa de José? -cuestionó cuando pasaba por el comedor.
—¡Nah! Creo que puedo estar tranquila -afirmó Sarocha con el mismo tono cuando entraron a la cocina.
Encontraron a José en compañía de Gi. Ambas estaban convencidas de que los dos se sentían atraídos, pero que ninguno de los dos daba el paso.
Al unísono, ambas dieron los buenos días. Vieron que Gi se sobresaltó y tomó una distancia prudente de José.
—Yo no estaría tan segura —fue el turno de Rebecca al ver la escena. Sarocha entornó los ojos.
A la castaña le encantaba como habían cambiado sus interacciones; ahora podían bromear e, incluso, tomarse el pelo cuando la ocasión se presentaba. Era raro y, al mismo tiempo, magnífico haber descubierto el verdadero carácter de la pelinegra. Amaba su extraño sentido del humor y sus costumbres. Y sí, la palabra era amar porque era lo que le decía su corazón cada vez que la tenía cerca. Ella aventuró una mirada a su esposa; la encontró como en tantas otras mañana, sentada en el taburete frente a ella, con la vista clavada en la pantalla de su celular. Sonrió al recordar que en algún momento de esas semanas, Sarocha le confesó que a veces fingió mirar su celular cuando ella entraba en la habitación, cuando en realidad prestaba atención a cada uno de sus gestos y palabras.

Amor por un contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora