Capítulo 44

1.9K 163 0
                                    

A casa de los padres de Sarocha llegaron con el tiempo pisándole los talones, porque, a pesar de que no se ducharon juntas, no pudo quitar sus manos del cuerpo de Rebecca cuando apareció en su habitación pidiéndole que le ayudara con la cremallera del vestido.
Phong las recibió con una cálida sonrisa; las condujo al jardín, pues la temperatura era perfecta para una cena al aire libre. Esa noche solo iban a ser ellos cuatro, pues tanto Marihon como Neung, estaban con sus amigos. Rebecca se unió a Nung en la cocina mientras ultimaban la cena.
Sarocha acompañó a su padre a la bodega para escoger el vino.
A Rebecca le agradaba estar en compañía de sus suegros, poder compartir del tiempo como una verdadera familia. Tal vez se debía a la nostalgia que eso le hacía sentir.
Habían terminado el plato principal cuando Nung tocó un tema que aún resultaba incómodo para las dos.
—El próximo mes es el cumpleaños de tu abuelo - comentó la anfitriona, tras beber de su copa.
Rebecca advirtió que su mujer se removió en su silla.
—¿Y? -preguntó Sarocha, con disimulado interés.
—Y pensé que podrían acompañarnos.
Rebecca vio que su esposa tensó la mandíbula. Desde la reunión con sus abuelos maternos, el día de Pascuas, Sarocha prefería evitar compartir el mismo espacio que estos y no podía culparla. La manera como su abuela reaccionó a la noticia de que su nieta era lesbiana y que estaba casada, fue bastante escandalosa. Ella aún recordaba como la anciana se expresó de su nieta; también tuvo el valor de culpar a Phong por la orientación sexual de su hija.
—¡Esto es solo culpa tuya! Tú le permitías todo. Es por eso por lo que salió así —fueron las palabras de la mujer, antes de que Sarocha golpeara la mesa con los puños.
—¡¿Así cómo, abuela?! -gritó en perfecto francés, capturando la atención de los presentes. Ese día la casa de los Chankimha había recibido no solo a los abuelos maternos de su esposa, sino también a la hermana de Phong, su esposo e hijos, que tenían casi la misma de la edad de Marihon y Neung. La repentina reacción de Sarocha hizo que todos en la mesa guardaran silencio—. ¡Estoy harta! ¡Harta de que me digan qué puedo y no decir frente a ustedes! Llevo años escondiéndome y me da igual lo que piensen de mí, pero no voy a permitir que culpes an mis padres de mis decisiones — protestó con la rabia reflejada en el rostro.
-Sarocha, cariño -fue su padre quien se atrevió a hablar cuando los presentes entraron en un estado de mutismo.
—No, papá. Esta vez no voy a callarme -objetó -. Llevo años callándome y creo que ya va siendo hora de que mis abuelos escuchen unas cuantas cositas —hizo una pausa y se preparó para soltar lo que tenía dentro, lo que callaba desde que tenía capacidad para pensar y analizar lo que sucedía a su alrededor.
Eran años los que Sarocha aguantaba los desaires y los reproches de sus abuelos contra su padre, que siempre se ocupó de su familia. Que Phong no fuera la persona que ellos quisieron para su madre, no les daba el derecho a culparlo;
después de treinta y cinco años, tenían que superarlo.
Ella no se limitó en sus palabras y, sin arrepentimiento, sacó todo lo que opinaba sobre sus abuelos maternos. Ni siquiera le importó lo que pudieran pensar los presentes. Cuando se sintió desahogada, su esposa se disculpó con sus padres y luego abandonaron la propiedad.
Rebecca recordaba la sombra de dolor que cubrió el rostro de Sarocha durante el trayecto de regreso a casa. Ella no estaba segura de cómo comportarse, así que se mantuvo a su lado;
incluso, cuando su esposa se dirigió a su habitación sin
siquiera abrir la boca.
—¿Te escuchas, mamá? —preguntó Sarocha, levantando la vista—. No creo que a la abuela le haga mucha ilusión; no, después de mi escenita —le recordó con sarcasmo.
Tras aquel día, ninguna de las dos volvió a compartir con sus abuelos, ni siquiera cuando las invitaron a cenar antes de regresar a Francia.
—Sarocha, tienes que entender que tus abuelos son personas de otra época. Para ellos es difícil aceptar... -su madre no
terminó la frase.
—¿Aceptar que soy lesbiana y que estoy casada?
-Ambas cosas —afirmó su madre.
—Mamá, ¿recuerdas cuando te dije que no era buena idea decirles a los abuelos? -cuestionó otra vez con firmeza.
Rebecca vio que su suegra se llevaba la copa a los labios—.
Mis abuelos nunca van a comprenderme. Y créeme que tampoco van a aceptar que sea como soy —dijo con un tono de tristeza y amargura. En sus ojos aparecieron unas inoportunas lágrimas que con disimulo se limpió. A pesar de no tener una buena relación con sus abuelos, le dolía que no la aceptaran. Sobre todo, después de que en todos esos años siguieran pensando que su padre no era digno de su madre
—. Así que es mejor que evitemos volver a vernos. No quiero causar más angustias, ni a ti ni a ellos —aseguró con una media sonrisa, luego buscó la mano de Rebecca sobre la mesa; entrelazó sus dedos en un gesto tan casual, que ni siquiera se dio cuenta de lo que hizo.
—Cariño —la voz de Phong hizo que su esposa buscara su mirada—, considero que Sarocha tiene razón. Es mejor que ellas no vengan con nosotros a Provenza. Además, no creo que tus padres se vayan a molestar
hizo una pausa, dirigiendo su mirada a su hija y a Rebecca
. No después del almuerzo de Pascua -sonrió tras esa afirmación.
Nung pareció considerar sus palabras.
—Supongo que tienes razón —dijo, y luego volvió a beber de su copa
-. Por cierto, Rebecca, ¿escuché que la Notte di Verona es este fin de semana? -indagó, cambiando de argumento, como si el tema que acababan de tocar no fuera de mayor importancia.
Sarocha negó divertida por la actitud de su madre. Sabía que no se quedaba feliz por la negativa que acababa de recibir. De cierta manera, parecía cortada por la misma tijera que su abuela materna, quien nunca aceptaba negativas por respuestas.
Rebecca asintió.
—Sí. Es este domingo, pero no suelo asistir a esos eventos - agregó.
—¿De qué se trata? -cuestionó Sarocha, curiosa. El hecho de que fuera su madre quien preguntara, le hacía intuir que se trataba de algún evento de beneficencia. A Nung le encantaba asistir a esos lugares donde le era posible relacionarse con personajes importantes de la alta sociedad
Veronés. Algo que imaginaba no iba con el estilo tácito y reservado de su adorada esposa.
—Es un evento de beneficencia que se realiza cada año. Las sumas recaudas son entregadas a diferentes asociaciones - explicó Rebecca.
—Tengo entendido que tú creaste una de esas asociaciones,
¿verdad?
-indagó Phong con curiosidad.

Sarocha abrió la boca como pez fuera del agua. No tenía idea

de que Rebecca hubiera hecho tal cosa. De pronto su pecho

saltó de orgullo; aún había muchas cosas que no conocía de

su esposa y sentía curiosidad por descubrirlo.
La castaña pareció sonrojarse y solo asintió.
—Eres toda una sorpresa, Rebecca -susurró Sarocha cerca de su oído con la voz ronca.
Su esposa experimentó una ola de calor por su cuerpo. Aún le era imposible comprender cómo era que, con un simple gesto como ese, Sarocha fuera capaz de hacer reaccionar su
cuerpo de esa manera.
—Bueno, solo soy una de las benefactoras. La asociación la creó mi madre -aclaró. Un nudo amenazó con cerrarle la garganta. Pasó de sentir calor, a albergar frío ante el recuerdo de su progenitora. Empezaba a olvidar su rostro y eso la angustiaba de una manera absurda.
Sarocha notó su malestar, por lo que le acarició la espalda.
Fue un gesto dulce, un simple roce que le hizo saber a Rebecca que no estaba sola, que no lo estaría nunca más.
—Igual y creo que deberían ir este año. Según escuché, el evento será un desfile de modas por todo lo alto -intervino
Nung, quitándole peso al momento.
Rebecca lo agradeció; se dejó servir otra copa de vino por su esposa, mientras analizaba las posibilidades de participar en el evento. Como cada año, ella y su abuelo recibían la invitación y siempre se negaba a asistir, pues no estaba hecha para cierto tipo de eventos. Pero tal vez, ese año fuera diferente. Tener la compañía de Sarocha le daba ánimos suficientes para no sentirse fuera de lugar.
Dejaron el tema sin una respuesta concreta y siguieron disfrutando de la cena.
Rebecca se ofreció a ayudar a su suegra cuando fue el momento de servir el postre, mientras
Sarocha recorría el jardín con su padre.
—Puedo decir que no me lo esperaba -murmuró Phong a su lado.
La noche estaba serena y la temperatura más que agradable.
Y a pesar de que habían pasados unas cuantas semanas desde la última vez que Sarocha se había a gusto en compañia de su progenitor; en esos momentos volvía a sentir
esa sensación.
Puedo responderte que tampoco yo —afirmó ella y luego se detuvo unos pasos más allá de su padre—. Cuando nos casamos, creí que mi vida se acababa.
Hija, yo... —quiso intervenir él, pero Sarocha lo detuvo con un gesto de su mano.
No, papá. No te estoy culpando por lo que pasó. Yo fui quien aceptó ese trato y lo volvería hacer mil veces más.
Ustedes son mi familia. Haría cualquier cosa —desde aquel día en que ella supo de la situación de sus padres, no habían vuelto a tener una conversación tan profunda como la de ese momento. Ella se limitó a seguir siendo la hija que sus padres conocían y el tema quedó relegado en un cajón de sus memorias. Un tema espinoso que, tanto su padre como ella, sabía que no debía ser tocado para no lastimarlos—. Rebecca es... -intentó explicar con palabras lo que sentía, pero no las encontraba. Era la primera vez en su vida que experimentaba ese sentimiento y no podía sentirse más feliz por ello.
—No tienes que decirme nada, cariño. Me basta verlas para saber que lo que sienten la una por la otra es profundo. Eso me recuerda cuando conocí a tu madre.
Sarocha sonrió divertida porque sabía que su padre aprovecharía la ocasión para recordar su historia con Nung.
Una historia que ella escuchó cientos de veces y que siempre anheló poder vivir. Su historia con Rebecca no comenzó de la mejor manera, no fue un amor a primera vista; tampoco hubo fuegos artificiales, pero no podía negar que era amor lo que sentía por ella. El sentimiento era demasiado fuerte y no fue suficiente intentar negarlo.
Nadie puede resistirse a la pasión de un amor que te arrastra al más profundo de los abismos. Sarocha recordó haber leído aquella frase y ahora creía que era así. Sin pedir permiso, abrazó a su padre, estrechándolo con fuerza. Phong le devolvió el abrazo de la misma manera.
Para Sarocha era como si enamorarse de Rebecca, fuera la clave para poner bajo llave el sentimiento de odio y reproche que en algún momento se insinuó contra sus padres.
Gracias, cariño -susurró Phong, acariciándole la mejilla como cuando era una niña.
Gracias a ti, papá.

Amor por un contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora