Capitulo 17

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Sin remordimiento o cargos de conciencia, Sarocha sació sus necesidades más carnales; cuando ella y Heidi terminaron con las respiraciones agitadas y las ropas enmarañadas, supo que era tiempo de darle
una explicación.
Heidi se merecía algo mejor que una buena sesión de sexo en el asiento trasero de su auto, sobre todo, después de casi un año y medio de relación. Merecía la verdad. Con la mirada clavada en la de la rubia de ojos verdes, se armó de valor y trató de explicarle cómo terminó casada por conveniencia.
En medio del oscuro estacionamiento, y con solo la luz de emergencia encendida, le aseguró que la mujer con la que se casó no significaba nada para ella y que su unión, nunca significaría algo más que un contrato.
Heidi quiso creerle y ella le pidió tiempo. Tenía intenciones de pagar la deuda con Richard Armstrong; no sabía con exactitud cómo, pues la suma era importante, pero le aseguró que no tardaría más de un año. Entre besos y caricias que hicieron temblar sus cuerpos de nuevo, Heidi se convenció de las palabras de Sarocha. El amor que sentía por la pelinegra no desapareció en ese poco tiempo que estuvieron separadas y, aunque el sacrificio que le pedía era grande, podría esperarla.
Sarocha quería que siguieran juntas; y, aunque no iba a ser fácil verse, podían mantener la relación. Ella no le debía fidelidad a la persona con la que se casó y le dejó claro a Heidi que no tenía intenciones de renunciar a ella. Las caricias que iniciaron en aquel estacionamiento continuaron un rato más tarde en el apartamento de Sarocha. En ese lugar tan familiar para ambas, la rubia se dejó amar y amó a la mujer que tenía entre sus brazos. Sus manos se movieron desesperadas por su cuerpo y en más de una ocasión, encajó sus dientes en la piel blanca de su cuello.
En esas horas, cuando solo fueron ellas, sus cuerpos y las caricias, Sarocha apartó por completo a Rebecca de sus pensamientos. Vencida por el cansancio que deja el acto en sí, logró dormir un rato. Cuando despertó sobresaltada, la primera cosa que hizo fue mirar la hora en su reloj. Comprobó que era pasada la medianoche. Salió de la cama con cuidado de no despertar a la rubia, que dormía a su lado. Se vistió con los mismos pantalones de jean que llevaba esa noche, pero sustituyó la camiseta con un jersey de color azul oscuro; también cambió sus tacones por unas Converse negras.
Sarocha supo que no encontraría a nadie despierto en la casa y, que, de toparse con Rebecca como la última vez, esta no haría preguntas. Se hizo con un bolígrafo y un pedazo de papel en la cocina;
garabateó unas palabras. Dejó la nota sobre la isla que dividía la cocina del salón y abandonó su apartamento.
"Te llamo mañana. TQ"
Buscó su auto aparcado una calle más allá de la suya y manejó de regreso a la zona de Valdonega. A esa hora el tráfico era casi nulo, así que el trayecto fue más rápido que de costumbre. Las altas rejas de hierro que custodiaban la propiedad se abrieron en cuanto el auto se acercó. Fue imposible no notar el Audi de color blanco aparcado a pocos metros de la escalera que daba acceso a la casa. Era la primera vez que veía ese auto; se preguntó a quién pertenecería.
No hacía mucho que vivía allí, pero estaba segura de que notaría un auto como aquel; de hecho, ahora que lo pensaba, le resultaba extraño que Rebecca no tuviera amigos que la visitaran. Era también cierto que su esposa pasaba la mayor parte de su tiempo en la empresa, sin embargo, debía de tener amigos.
Todos tenían amigos.
Estacionó su Alfa Romeo, descendió y se dirigió hacia la entrada. El pasillo y el resto de la casa solían estar a oscuras, por lo que se sorprendió al llegar al salón y encontrar las luces encendidas.
Los rostros cansados de Richard, Gi y José la recibieron. Sarocha se sintió un ladrón sorprendido en el acto. Los tres habitantes de la casa estaban sentados en los sillones que casi nunca se utilizaban; eso la confundió. Sintió los tres pares de ojos sobre sí; advirtió la preocupación reflejada en sus rostros.
No supo el motivo, pero sintió que algo dentro de ella se apagaba.
-Sarocha...

-fue Richard quien pronunció su nombre e intentó levantarse, aunque se le dificultó.
José, que se hallaba cerca, se inclinó de inmediato para sostenerlo. Richard lucía más demacrado que la primera vez que lo vio. Podía jurar que hasta había perdido peso, sin embargo, eso no fue lo que comenzó a preocuparla. Ellos tenían caras de velorio, pero no había ni rastros de Rebecca. Un malestar se apoderó de su estómago y sintió que su pecho se encogía.
-Señor Richard, ¿sucede.? ¿Sucede algo? —se atrevió a preguntar, aunque tuvo miedo de la respuesta.
Sarocha esa tarde salió temprano de la empresa; recordó que Rebecca aún seguía en su oficina. iLe había pasado algo? Su mente dibujó un accidente en cuestión de segundos, pero al ver a José, desechó esa idea. La CEO no manejaba, o al menos era lo que creía. Nunca la vio al volante de un auto. José se ocupaba de llevarla a todos lados.
Richard se acercó hasta llegar frente a ella y se abalanzó a sus brazos. Ella se quedó paralizada por lo repentino y extraño de la situación. El desconcierto se apoderó de su rostro; buscó con la vista a Gi, que permanecía sentada y estrujaba entre sus manos el borde de su vestido de flores. Se notaba que había llorado y eso hizo que se formara un nudo en su garganta.
-Perdón, pero no entiendo qué está sucediendo - aclaró con la esperanza de que alguno de los presentes le explicase.
Richard se separó y trató de componerse; Sarocha lo vio luchar contra su orgullo y, poniéndose lo más recto que su bastón le permitió, la miró de frente.
A pesar de que él era el causante del estrés que Rebecca sufrió durante esas semanas, seguía manteniendo las esperanzas de que entre su nieta y la joven que tenía delante naciese una complicidad. El comportamiento de su nieta en los últimos años, y luego aquella conversación que escuchó por error, le decían que su decisión no estaba lejos de ser la más acertada. Su nieta era diferente a las mujeres de su familia y después de todo lo que había pasado, se sentía con la obligación de buscar su felicidad. Seguía siendo un hombre chapado a la antigua, pero estaba dispuesto a tragarse sus creencias con tal de que su nieta viviera una vida plena.
—Rebecca —fue Gi quien pronunció el nombre.
Sarocha sintió un escalofrío recorrerle la espalda—, ino se encuentra bien! —le explicó con la voz temblorosa.
Sarocha no supo por qué, pero se sintió impulsada por una fuerte necesidad que la llevó hacia las escaleras. Su corazón bombeaba demasiada sangre a su cerebro, por eso no fue consciente de lo que hacía.
Sus pies se movieron por el pasillo; al llegar frente a la puerta de la habitación, no perdió un segundo. No estaba segura de que Rebecca se encontrara allí, no le dio tiempo a Gi de decir nada más. En ese instante lo único que podía hacer era empujar la madera y verlo con sus propios ojos.
La luz que iluminaba la habitación provenía de una lámpara en un rincón y de otra que había sobre la mesita de noche. Sarocha vio su cuerpo en medio de la cama y sintió alivio. Entonces reparó en la persona que la acompañaba; desde la puerta no la veía con claridad, pero sus cabellos de color rojo se notaron.
La mujer vestía ropa informal y sujetaba unos instrumentos para medir la presión sanguínea.
Sostenía un brazo de Rebecca, que parecía inconsciente. Sus pies no se movieron y esperó unos segundos a que se volteara, como en esas otras ocasiones en las que ella llegaba tras sus pesadillas y sus miradas se encontraban. Pero esta vez no fue así.
Su respiración era casi imperceptible, las sábanas que cubrían su cuerpo apenas se movían; las luces iluminaban su rostro demasiado pálido y frágil. El nudo en su garganta se hizo más grande y, aunque trató de que disminuyera, se sintió incapaz. La necesidad de protección volvió a susurrarle al oído y quiso acercarse. Estaba a punto de dar un paso, cuando la mirada de ojos verdes de la pelirroja se clavó en la suya; detectó una advertencia silente.
¿Pero qué diablos?, se cuestionó. Vio que la mujer terminó con el brazo de Rebecca, le acarició la mejilla y le susurró algo cerca del oído.

Amor por un contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora