Después de salir del hospital, Rebecca no tuvo la oportunidad de regresar a la compañía; un par de reuniones en diferentes sedes la mantuvieron ocupada por el resto del día. Para cuando al fin estuvo libre, eran más de las cinco de la tarde. En ese momento, tuvo intenciones de pasar por su oficina antes de volver a casa, pues necesitaba advertir a Sarocha de la cena que tenían esa noche con Daniela. No tuvo la oportunidad de cancelarla y el mensaje de la morena le dejó claro que tanto ella como su novia estaban felices de poder compartir esa noche.
Le había pedido a José que la llevara a la compañía, pero recibir la inesperada llamada de Enzo, hizo cambiar sus planes. Su hermano escogió ese día para presentarse en casa;
no tuvo más remedio que pedirle a José que cambiara la ruta. Mientras el auto se desplazaba por las calles de la ciudad, Rebecca intentó centrar sus pensamientos y levantar un fuerte muro para soportar lo que su hermano tuviese que decir.
El auto de Enzo estaba estacionado frente a la puerta de la casa. Llenó sus pulmones de aire mientras caminaba hacia la propiedad. Había iniciado su día llena de expectativas, pero no sabía si lo terminaría de la misma manera. Su abuelo seguía en el hospital sin dar señales de despertar, las dos reuniones fueron casi un desastre y saber que la empresa que se ocupaba del proyecto ArCa estaba bajo investigación, no ayudaba. Ahora tendrían que buscar otra empresa que se ocupara del proyecto, retardando los planes.
Caminó por el pasillo intentando adivinar dónde se hallaba su hermano; las voces en la cocina le indicaron que era allí donde estaba. Dejó su cartera en uno de los sofás antes de dirigirse a la cocina.
Enzo se encontraba recostado de la isla con aire arrogante, en su mano sostenía una manzana que comía mientras fingía prestarle atención a Gi que se interesaba por el.
—¿Y estuviste en todos esos lugares? -indagó Gi, curiosa.
Enzo asintió con un gesto superior. Ella no comprendía cómo era posible que fueran diferentes. Bueno, Enzo era su medio hermano, pero crecieron bajo el mismo techo y recibió la misma educación.
-Enzo.
—¡Hermanita! —saludó él de vuelta. Dejó la manzana a medio terminar sobre la isla. Rebecca lo vio con gesto crítico.
¿Tenía intenciones de dejarla ahí? Al parecer sí, porque se acercó a ella con los ojos entornados
-. ¿Cómo está el abuelo? -preguntó con una sonrisa malvada dibujada en el rostro.
—El abuelo está bien —mintió, levantando la barbilla como señal de fortaleza. No iba a permitir que su hermano la manipulara, no esta vez, no en su propia casa. Estaba cansada de soportar el comportamiento de Enzo e iba siendo hora de dejárselo claro—. ¿Qué quieres? ¿Qué haces aquí? — inquirió.
Gi miraba atenta; conocía la relación entre los dos hermanos.
Además de tener presente las instrucciones del Richard cuando su nieto estuviera en la casa. Se disculpó y abandonó la cocina.
—Vaya, estar casada te ha hecho más mujer o más estúpida, hermanita
-comentó, sarcástico.
Las miradas de Enzo y Rebecca se enfrentaron como nunca.
A pesar de que ella sentía los nervios a flor de piel, no iba a darle el gusto de ganar la batalla.
—Mira Enzo, no dispongo de tiempo para tus jueguitos.
Estoy agotada y tengo cosas que atender, así que, o me dices qué viniste a hacer aquí, o te marchas -sentenció. Aventuró un vistazo en busca de Gi, pero esta no parecía tener intenciones de regresar.
—Quería saber si ya resolviste el problema de mis tarjetas de crédito.
¿Sabes?, icontinúan bloqueadas! — escupió Enzo, dando dos pasos, acortando las distancias que los separaban.
—Lo siento, pero no. No he tenido tiempo —respondió Rebecca y era la verdad. En esos dos días su cabeza fue absorbida por la situación de su abuelo y lo último que le pasaba por la mente era su hermano.
—¿Crees que estoy jugando? ¡Te dije que lo arreglaras! - levantó la voz, pero Rebecca se mantuvo firme en su posición.
—Y yo te dije que no he tenido tiempo, así que si me disculpas... Rebecca intentó darle la espalda con la clara intención de terminar esa absurda conversación, pero Enzo no parecía darse por vencido con facilidad. Igual que la última vez, él agarró el brazo de su hermana y lo apretó con fuerza. El dolor que provocó hizo que sus ojos se inundaran de lágrimas. Donde su hermano la aferraba, se formaría un hematoma si no conseguía que la soltara.
-Enzo, por favor, suéltame. Me haces daño —le pidió, apretando los dientes. Se encontraban en casa, solos y, aunque no quería demostrarle a Enzo que le temía, no estaba segura de poder enfrentarlo.
—Señora Rebecca, quería saber si... —la voz de José interrumpió la situación.
Enzo la soltó de inmediato.
—¡Veo que en esta casa nada cambia! —masculló y volteó a encarar a José, que acababa de entrar en la cocina.
Rebecca agradeció la no tan inesperada llegada del chofer; supuso que Gi era la mente detrás de su gesto y aprovechó para poner distancia entre Enzo y ella.
—Lo siento, señora, no sabía que estaba ocupada —se disculpó José, sin dejar de mirar a Enzo. Su mirada entornada le advertía que no le convenía volver a tocar a
Rebecca.
Al parecer funcionó, pensó ella cuando lo vio reír por lo bajo.
—Esto no se queda así, hermanita. No siempre vas a tener quien te proteja —amenazó, al tiempo que pasaba a su lado, abandonando la cocina y unos segundos más tarde, la casa.
En cuanto salió de su campo de visión, Rebecca dejó escapar un suspiro.
-Gracias, José -agradeció forzando una sonrisa.
—No... No era mi intención molestar, niña, pero Gi me dijo que el joven Enzo estaba en la casa y bueno, sé que la última vez no fue gentil con usted —explicó con pena. No era su deber meterse en los asuntos de los patrones, pero Rebecca era como una hija para él.
—Tranquilo, hiciste bien en venir. Mi hermano a veces es un idiota - las últimas palabras las dijo más para ella que para José—. Creo que por esta noche ya no serán necesarios sus servicios —le informó.
Aún tenía que decirle a Sarocha de la cena y esperaba que fuera ella quien condujera hasta el restaurante. No quería tener a José esperándolas toda la noche.
—Muchas gracias, señora.
Rebecca vio que José se marchaba y, al fin, decidió a subir a su habitación. Tenía tiempo suficiente para darse una ducha y escoger algo adecuado para esa noche antes de que Sarocha llegara. Tal vez podía enviarle un mensaje para que saliera antes de la oficina, pensó, mientras subía las escaleras.
El resto del día pasó tan fugaz, que Sarocha ni siquiera se percató de la hora. Para cuando dejó la oficina, eran casi las siete de la noche. Por causas mayores, no logró salir antes, así que ahora tenía que manejar como piloto de la fórmula uno para llegar a casa con el tiempo necesario, ducharse y vestirse.
En todo el día no tuvo la oportunidad de encontrarse con Rebecca; su esposa estuvo ausente por motivos de trabajo y eso le impidió hablar con ella respecto a la cena. Pero le quedaba bastante claro, y necesitaba hacérselo saber, que no tenía ninguna intención de ser sustituida por nadie, mucho menos por Irin. Así que si esa era su intención, podía ir olvidándose porque ella iba a estar presente, aun cuando eso significara tener que fingir ante Daniela y Malu.
El auto atravesó las rejas cuando el reloj marcaba las siete y media. Sarocha aparcó, descendió y caminó hacia la casa con pasos rápidos. Mientras lo hacía, evaluaba sus opciones; podía ducharse, vestirse y luego buscarla, o al contrario.
Atravesó el pasillo y el salón en pocas zancadas y subió las escaleras. Al llegar al final, había escogido la segunda opción, así que se dirigió al cuarto de Rebecca, repitiendo el discurso en su cabeza. "Escúchame bien, si vamos a fingir, creo que sería mejor que me avisaras la próxima vez antes de tomar decisiones que me incluyen".
Sí, esas eran las palabras que iba ensayando en su cabeza y las mismas que se repitió al llegar frente a la puerta. Tocó dos veces; empujó la madera al recibir la orden de entrar.
Pero sus palabras se esfumaron de su cabeza cuando se topó con la imagen de Rebecca frente a ella.
Su esposa se encontraba de espalda, su cabello recogido en un peinado de lado que dejaba descubierto su cuello y el vestido de color negro aún sin cerrar atrás. Sarocha sintió que el aire se le escapaba al posar la mirada en su espalda; desde donde estaba, pudo notar las pecas que adornaban la parte
alta de sus hombros y adivinó su piel suave y delicada.
-Gracias Gi, no logro cerrar la zip... -dijo Rebecca, serena, pero al notar que su nana no pronunciaba palabra, se volteó.
Acto seguido intentó cubrirse con las manos—. iSarocha! - exclamó asustada al verse observada por esos ojos—. ¿Qué...?
¿Qué haces aquí?
Lo siento... yo... Yo toqué y.... y... y —intentó justificarse sin poder apartar la vista de Rebecca, que se cubría la parte delantera del vestido. Por unos segundos, se bloqueó y de su boca salieron solo monosílabos incoherentes, era como si su cerebro acabara de desconectarse y su ser estuviera sin comandos. Cuando logró centrar su mente en algo que no fuera el cuerpo de Rebecca, le dio la espalda con la cara encendida—. La cena..., esta noche, ni pienses que no voy a ir
zanjó con la garganta seca y la voz ronca.
—¿Qué?
—Daniela Rinaldi me dijo de la cena.
Rebecca no entendía. Daniela y Sarocha se vieron. ¿Cuándo?
¿Y por qué ella parecía molesta?
—Yo iba a decírtelo —se justificó, intentando aclarar su garganta. Sentía que su rostro ardía de vergüenza y no podía moverse por miedo a que sus senos quedaran al descubierto.
¿Por qué había escogido ese vestido?, se preguntó. Sarocha seguía dándole la espalda; vio que tomaba de aire.
—¿Estás segura? ¿O vas a decirme que no tenías intención de ir con tu amiga? —le reprochó Sarocha. Sin pensarlo, se volteó, buscando su mirada.
Los ojos de Rebecca se llenaron de desconcierto. De la misma manera como se enfrentó a Enzo antes, levantó la barbilla y desafió a su esposa. Empezaba a cansarse de que la acusara de cosas que no eran ciertas.
—No. No tenía intención de ir con Irin, sino contigo. Y si no te lo había dicho fue porque pasaron muchas cosas y me fue imposible. Pero estás aquí —mientras decía esas palabras, Rebecca sentía que su corazón se agitaba en su pecho; esperaba que la pelinegra no pudiera escucharlo-. Tienes tiempo para alistarte. Te esperaré.
Sarocha no pudo rebatir las palabras de Rebecca.
—No tardaré -anunció mientras abandonaba la habitación.
Tras una ducha que le hizo recobrar las fuerzas y relajar cada músculo de su cuerpo, Sarocha se dispuso a escoger la ropa para la cena. En un primer intento sacó del armario dos conjuntos. Uno, de color blanco y negro; el otro, crema.
Probó ambos antes de decidirse por el blanco y negro, que combinó con unos zapatos semiabiertos de tacón. El conjunto era un pantalón tres cuartos de talle alto, con cremallera trasera, que se ceñía con delicadeza a su cuerpo y una chaqueta que dejaba entrever el nacimiento de sus senos, con un cierre a joya más abajo que le daba un toque sexy y elegante. Su cabello lo llevaba peinado con un estilo casual y su rostro maquillado con tonos que resaltaban el azul de sus ojos. Sus labios lucían brillo labial y un par de pequeños diamantes adornaban los lóbulos de sus orejas. Se perfumó a conciencia. Cuando estuvo, lista se apresuró a dejar la habitación llevando una cartera de mano.
Bajó las escaleras y justo como había dicho, Rebecca la esperaba sentada en el salón. Su esposa se levantó en cuanto advirtió su presencia. Si antes la garganta de Sarocha se secó al ver su espalda desnuda, ahora su cuerpo parecía un desierto al verla llevar ese vestido en el que antes no detalló.
El atuendo le llegaba justo por encima de los tobillos, dejando al descubierto los zapatos de tacón alto. La falda larga y la cintura entallada resaltaban su figura. Sus hombros descubiertos y una fina cadena de perlas adornando su cuello a juego con unos aretes del mismo material. Sus labios de un color rojo sangre y su cabello recogido de lado hicieron que la pelinegra tuviera que tragar varias veces antes de llegar
junto a ella.
De pronto, a Sarocha se le antojaba tocar la piel desnuda de Rebecca, mientras que un deseo casi incontrolado nacía en lo más profundo de su ser al querer besar sus labios que se le antojaban dulces y delicados. Fue consciente del esfuerzo que necesitó para no enredar sus brazos alrededor de su cintura y posar sus labios en esos tan deseados.
—¿Nos vamos? -inquirió Sarocha, aclarándose la garganta.
¿Desde cuándo ella era tan hermosa?, se preguntó, recorriendo su cuerpo y aguantando la sonrisa coqueta que amenazaba con formarse en sus labios.
¿Te importaría conducir? Le he dado la noche libre a José
le informó Rebecca, que tampoco podía apartar la mirada de ella y, en especial, de la piel que se dejaba entrever por el pronunciado cuello en V de la chaqueta.
—No, por supuesto que no -contestó.
Sarocha, de cierta manera, agradeció tener algo con que distraerse; o mejor dicho, mantenerse concentrada porque no estaba segura de ser capaz de tener sus manos quietas al lado de Rebecca, que asintió y sonrió con timidez mientras se acercaba a uno de los muebles y sacaba de un cajón la copia de llaves del Maseratti.
Sarocha esperó a que fuera ella quien diera los primeros pasos hacia el pasillo.
—Por cierto, estás muy bonita —sus palabras fueron más rápidas que su capacidad de analizar lo que dijo; se percató de que acababa de sonrojarse.
Rebecca detuvo sus pasos y, por un instante, dudó de que hubiese escuchado bien. Con los colores que subían desde su cuello hasta su rostro, se atrevió a devolverle el cumplido.
-Gracias. Tú también estás elegante.
Y esas fueron las únicas palabras que intercambiaron de ahí en adelante y hasta que llegaron a la dirección que Sarocha ya tenía.
Rebecca no pudo disimular su sorpresa cuando la vio ingresar al GPS la dirección del restaurante que Daniela reservó. El tráfico era bastante fluido; mientras la mecánica voz les indicaba la ruta a seguir, ella percibía su aroma. Si la primera vez que subió a su auto fue un tormento, ahora era una tortura casi imposible de soportar. Y lo peor de todo
aquello estaba por llegar.
El restaurante se encontraba en las afueras de la ciudad, sobre una colina, a la que se llegaba por una carretera que tenía muchas curvas. Rebecca no conocía el lugar y Sarocha, aunque había escuchado de él, nunca tuvo la oportunidad de visitarlo. Según tenía entendido, era un restaurante de alta cocina.
En cuanto entraron en la plaza que servía de estacionamiento, Sarocha agradeció que esa noche llevaran el auto de su esposa porque, de lo contrario, se abría sentido fuera de lugar. Los autos que se apreciaban eran todos modelos elegantes y de reconocidas marcas que ella de seguro no podría permitirse. Un valet parking les indicó que siguieran la calle iluminada y circundada por unos hermosos cercos. Se detuvieron a escasos metros de la puerta del restaurante, luego se vieron asistidas por otro valet que, con amabilidad, les informó que él se ocuparía del auto. Rebecca, que fue ayudada por otro valet a salir del auto, observaba a su esposa por encima del capó. Sarocha se estiró la chaqueta con nerviosismo y evitó pasarse la mano por el pelo antes de acercarse a ella.
El momento fue algo incómodo y, de cierta manera, torpe; ambas habían notado a la pareja que las saludaba desde la entrada. Sin necesidad de decir algo, Rebecca intentó enredar su brazo con el de Sarocha; se suponía que eran una pareja de recién casadas y como tal, debían comportarse, así que lo lógico era que caminaran de la mano. El primer intento no resultó agradable, aunque la castaña se colgó del brazo de su esposa como si fuera un Koala asustado. La pelinegra intentó contener la risa divertida cuando buscó su mirada y notó su nerviosismo. Por la manera como se aferraba, podía deducir que no estaba acostumbrada, así que decidió tomar las riendas de la situación.
Con delicadeza, Sarocha desenredó sus brazos y buscó la delicada y fina de mano de Rebecca. El contacto tuvo el efecto de la ley de Newton. "A toda acción corresponde una reacción de igual magnitud, pero en sentido contrario".
Bueno, en ese caso, Sarocha no estaba segura de que fuera en sentido contrario, pero lo que sí podía afirmar era que su corazón ejerció un triple salto mortal y se zambulló sin importarle nada en el sentimiento que crecía en su pecho. El calor de la mano de Rebecca y su piel suave le provocaron una aridez más grande que la del desierto del Sahara. Precisó contenerse de nuevo para no asustarla más de lo que ya estaba. Porque podía sentir que su delicada y hermosa esposa temblaba a su lado, mientras caminaban hacia la puerta donde Daniela y Malu las esperaban.
Los saludos fueron no tan formales como Sarocha esperaba; de inmediato, las cuatro se vieron acompañadas a una mesa en medio del elegante salón. Ella tenía intenciones de cumplir con su papel de perfecta esposa, así que no perdió tiempo en sacar la silla para Rebecca, mientras se acomodaban en la mesa. En cuanto los camareros llegaron, sí, porque eran dos los camareros que, vestidos casi como pingüinos, se apresuraron a servir agua y dejar el menú, entrelazó sus dedos con los de su esposa sobre la mesa.
Las dos parejas no tardaron en sentirse a gusto con la conversación que empezó a fluir. Sarocha aceptó las recomendaciones de Daniela, mientras decidían el vino y cuando estuvieron indecisas sobre los platos. No era la primera vez que la artista cenaba en ese lugar.
El vino fue servido; mientras esperaban la primera entrada, Rebecca y Malu, se entretuvieron en una charla sobre la carrera universitaria de la segunda. Sarocha no se sorprendió mucho al saber que Malu tenía poco más de veinte años y que ella y Daniela llevaban saliendo ocho meses.
María Luna era una joven de carácter tímido, algo parecida a Rebecca, pero estaba claro que más abierta, por lo que no tuvo problemas en contarles cómo conoció a la mujer que tenía a su lado y a la que no dejaba de ver con la mirada iluminada y una sonrisa de tonta enamorada. Ambas veían que Daniela no dejaba de acariciar o besar la mano de Malu, o como se preocupaba porque su copa estuviera llena.
Rebecca no podía dejar de sentir un poco de sana envidia hacia Malu. La joven, que tenía menos años que ella, parecía saber lo que quería en su vida y supo enfrentarse a sus padres cuando les contó que salía con una fémina. Ella no tenía padres y estaba casada con una mujer, pero empezaba a enfrentar lo que Sarocha le hacía sentir cada vez que su mano se posaba sobre la suya o sus ojos la veían con un brillo diferente. Su corazón se saltaba un latido cada vez que los ojos azules se posaban en sus labios; la necesidad de volver a sentir un beso de Sarocha crecía como lava en su interior.
Pronto llegó la hora de ordenar el postre; las copas de vino estaban casi vacías y la cena había sido excelente, así como la compañía. María Luna se disculpó por tener que ir al baño y Rebecca aprovechó para acompañarla, precisaba aire y poner distancia entre ella y Sarocha.
—Me alegro de que pudiéramos cenar -comentó Malu, mientras caminaban hacia los aseos.
—Sí, yo también me alegro —respondió Rebecca. No quería parecer borde o falsa, pero no sabía qué decir estando a solas con Malu—. Tú y Daniela tienen una relación muy bonita - dijo para no dejar que el silencio las absorbiera.
—Gracias -acababan de llegar a los aseos; mientras María Luna utilizaba los servicios, Rebecca aprovechó para retocar su maquillaje-.
¿Sabes? Daniela y yo pasamos por un periodo difícil. Pensé que iba a perderla y te confieso que mi mundo se derrumbó
confesó mientras se lavaba las manos.
¿En serio?
Sí. A veces las inseguridades pueden ser un problema, pero sé que eso no pasará entre ustedes. Se nota que tienen una relación segura y que Sarocha te quiere.
El lápiz labial que Rebecca sostenía cayó de sus manos sin darse cuenta cuando María Luna dijo esas palabras. El nudo que se formó en su garganta amenazó con ahogarla, por lo que necesitó bajarlo con saliva. María Luna tenía que estar ebria para afirmar aquello, porque nada más lejos de la verdad se escondía detrás de los modos atentos y dulces que Sarocha le regalaba esa noche.
—Sí, supongo —comentó con un hilo de voz y esperó que no se notara la duda en su tono.
La conversación fue dirigida a otro tema mientras regresaban a la mesa donde las esperaban sus respectivas parejas, que habían elegido el postre por ellas. Los camareros llegaron llevando cuatro platos que fueron servidos delante de cada una. Sarocha y Daniela acordaron dos tipos de postres con la intención de compartirlo con sus parejas;
cuando la pelinegra llenó su cuchara y se la llevó a la boca, no pudo contener un gemido al degustar el delicioso sabor que amenazó con derretirse en su paladar. Sin perder tiempo, llenó de nuevo la cucharita y le ofreció a Rebecca, que se quedó con la mirada clavada en los ojos, indecisa por su gesto tan íntimo.
—Tienes que probar, está exquisito —murmuró Sarocha, sonriendo de medio lado.
Rebecca estuvo a punto de quemarse en la lava de su propio volcán. Se inclinó para llegar hasta donde Sarocha le ofrecía el postre; poco a poco abrió la boca, su lengua se dejó entrever tímida. Cuando sus labios acariciaron la superficie de la cuchara, su esposa no pudo evitar morderse el labio inferior con evidente, y para nada disimulado, deseo. Sí, era deseo, puro y simple deseo.
-Mmm.. -asintió Rebecca, sintiendo como el calor subía por su cuerpo. Tenía que ser culpa del vino o su imaginación, porque era imposible que fuera deseo, lo que veía reflejado en la mirada de Sarocha.
Ese par de ojos que cambiaba de tono y se hacía más oscuro.
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Amor por un contrato
FanficSarocha Chankimha valora la familia como lo más preciado en el mundo. Por ello, cuando la situación financiera de sus padres la obliga a tomar una decisión crucial, sin duda en aceptar la propuesta de Richard Armstrong, incluso si eso significa renu...