Capiulo 42

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Tras despedirse de su esposa, Sarocha se puso en marcha hacia la compañía. En cuanto salió en el auto, se prometió devolverle la llamada a su madre, apenas llegara a la oficina y escribirle a Nam. Le debía unas cuantas cervezas a su amiga, pues desde que ella y Rebecca iniciaron una relación, se alejó bastante del mundano ambiente del Lipstick y otros locales que solía frecuentar. La verdad era que no se sentía con la necesidad cuando podía compartir su preciado tiempo con su esposa.
Un semáforo en rojo la hizo detenerse; por costumbre, revisó el teléfono que colgaba en el salpicadero. Se le borró la sonrisa que llevaba estampada en la cara desde que salió de la casa. ¿El motivo? Esa notificación de mensaje seguía llegándole cada mañana durante los últimos veintiún días.
Desde que tuvo que alargar su viaje, Heidi le enviaba un mensaje de buenos días. Ella le respondía porque no podía comportarse de otra manera. Su mano se quedó a milímetros de la pantalla, dudando más de lo que estaba dispuesta a aceptar, si escucharlo o no. Normalmente, Heidi se limitaba a escribirle los buenos días y desearle una jornada tranquila, pero esa mañana se molestó en enviarle una nota de voz.
Sarocha era consciente de que no podía ignorarlo porque las tildes se marcaron en azul.
"¡Ehi! Buenos días. Perdón por la hora, seguro que aún estás durmiendo, pero quería avisarte que estamos de regreso. Aunque estoy muerta del cansancio, me encantaría verte. Te extraño"
Oír la voz de Heidi le produjo una sensación que solo podía identificar como culpa. Tenía que admitir que era una cobarde por no terminar la relación tras acostarse con Rebecca. Ahora se sentía cobarde y temía volver a lastimar a Heidi, que no se merecía pasar otra vez por esa situación y no merecía sus lágrimas.
Salió de la aplicación sin darle una respuesta; se le hizo un nudo en el estómago que iba a acompañarla durante el día si no encontraba la manera de poner fin a todo ese enredo.
Heidi la odiaría, estaba más que claro, pero era la única solución. Ella quería a Rebecca; no fue algo que planeó y mucho menos pudo controlar, así que iba a tener que aguantarse todas y cada una de las palabras que Heidi tuviera que decirle. Mientras giraba en las mediaciones del edificio, se obligó a tomar una decisión y a responderle en cuanto aparcara el coche. Era lo más indicado. La rubia y ella necesitaban conversar, aunque le doliera el alma y se sintiera la persona más miserable de la faz de la tierra. Se lo debía a Heidi por aquella segunda oportunidad y porque, en el fondo, aún seguía queriéndola.
Sarocha subió a la oficina con la esperanza de que su día fuera al menos un poco leve, ya era suficiente con las dos reuniones agendadas y tener que pensar en la manera de citarse con Heidi sin que Rebecca sospechara nada. Durante las últimas semanas acostumbraban a regresar juntas a casa.
La cara de Blanca al recibirla con el acostumbrado café no auguraba nada bueno; y lo comprobó cuando le dejó saber que Alberto la esperaba en la oficina. La inesperada reunión con el contable no fue lo único que estuvo a punto de sacarla de sus casillas esa mañana. La llamada telefónica de su madre fue bastante larga y no le quedó más remedio que aceptar ir a cenar esa noche.
—Y no olvides traer a Rebecca -fueron las palabras de su madre, como si pudiera no hacerlo.
Una sonrisa divertida se formó en su rostro al recordar aquel domingo en que se decidió a llevar a su esposa a casa de sus padres.
semanas antes...
Al inicio, su esposa no estuvo muy convencida. El hecho de no considerar a los padres de Sarocha como sus verdaderos suegros y no compartir con ellos desde el día del matrimonio, la hacía sentirse incómoda y la dejaba sin ideas de cómo comportarse. Que ella la invitara así, sin ton ni son, la dejó en desventaja ante Phong y Nung, que conocían las condiciones del matrimonio. Mientras se dirigían a la casa de sus padres, Sarocha vio la inseguridad en la mirada de Rebecca, así que intentó confortarla antes de entrar.
Sus manos entrelazadas y el beso que le regaló eran la prueba de que su situación había cambiado.
Sus temores y los de Rebecca, se esfumaron en cuanto fueron recibidas por la familia. Extrañamente, su madre congenió de manera insólita con la castaña; y qué decir de su padre y hermanos. Para Sarocha fue una agradable sorpresa la forma como su familia aceptó a Rebecca, por no hablar del sutil cambio entre ellas. Sobre todo, cuando ella le dio un tierno beso antes de levantarse de la mesa para ayudar a madre con los platos. Terminaron la tarde en el jardín, envueltas en una amena conversación con sus progenitores; para cuando regresaron a casa, fue ella misma quien le dejó saber a Rebecca que estaba sorprendida. El hecho de que unos días después su madre invitara a la castaña al club, la dejó más que sombrada, pues Nung no solía relacionarse con sus parejas. Bastaba con recordar cómo se comportó con Heidi.
En el presente...
Y pensar en Heidi le provocó un malestar que no sabía manejar; la repentina cena con sus padres la dejó con menos tiempo para verla. Comprobó que hubiese recibido el mensaje que le envió mientras subía a la oficina. Había quedado con ella en verse a las seis y medias en su apartamento. Era consciente de que no era el mejor lugar para decirle lo que sucedía, pero era el único espacio que les brindaría la privacidad necesaria. Tenía que terminar la relación como cuando se quita una bandita de una herida, de un tirón para que doliera menos.
Y ese era su gran plan, pero como todo no siempre salía de la manera como ella esperaba, se vio obligada a cancelar el encuentro. Cuando el reloj marcaba casi las seis y un cuarto, seguía en la oficina en compañía de Rebecca y parte del proyecto ArCa sobre el escritorio. Todo aquello por culpa de la reunión con el Concejo de Dirección que se extendió más de lo esperado y provocó una reacción en cadena en el resto de su agenda.
De hecho, ni siquiera tuvieron tiempo de almorzar, solo compartieron un sándwich mientras estudiaban algunos documentos en la oficina de Rebecca. Los momentos que pasaban juntas, a pesar de que no tenían permitido intercambiar intimidad, eran un bálsamo para Sarocha, que se quedaba absorta cada vez que posaba su mirada en ella.
Entonces se cuestionaba cómo era posible que en la compañía aún no se supiera de ella cuando bastaba ser un poquito observador para darse cuenta de la manera como
miraba a la CEO.
El insistente vibrar de su celular la hizo apartar la vista de los papeles que tenía en las manos. Al sacarlo del bolsillo del pantalón, se le cerró la garganta al ver el nombre en la pantalla. Le tembló la mano y sintió que le faltaba el aire.
Heidi de seguro quería una explicación a su mensaje, pero
¿cómo diablos iba a responderle con Rebecca a menos de dos metros de ella? Decidió ignorar la llamada y devolvió teléfono al bolsillo, esperando que su esposa no se percatara de su gesto. Desafortunadamente, no fue así; cuando levantó la vista, se topó con los ojos de la castaña, escrutándola.
—Es mi madre, ya sabes que no le gusta que tardemos - comentó, sintiendo la necesidad de darle una explicación, aun cuando Rebecca ni siquiera le preguntó.
-Entonces será mejor que nos demos prisa, no me gustaría hacerlos esperar -contestó la castaña y se dispuso a recoger los papeles del escritorio.
Sarocha solo asintió y esquivó su mirada. Otra vez el sentimiento de culpa la embargó. Una vez terminaron de recoger el reguero que tenían sobre la mesa, se despidió de Rebecca para ir a buscar sus cosas en su oficina. Luego se verían frente al ascensor; y de allí, volverían juntas a casa.
Tenían el tiempo justo para cambiarse de ropa y asistir a la cena con sus padres.
Acababan de llegar a la propiedad, cuando el celular de Rebecca empezó a sonar dentro de su cartera.
—¿Todo bien? —le preguntó Sarocha cuando vio que ella sacó el teléfono y una sombra oscureció su rostro.
El dispositivo continuaba sonando, pero ella no parecía tener intenciones de contestar.
No respondió de inmediato; en su lugar, intentó bajar el nudo que se le formó en la garganta al comprobar que se trataba de Enzo.
Quien fuera que llamaba, no parecía tener intenciones de desistir, pensó Sarocha, al advertir que el celular seguía sonando.
-Es Enzo -confesó Rebecca, dejando escapar un suspiro cargado de angustia cuando el auto se detuvo por completo.
—No tienes que contestar y lo sabes —le dijo Sarocha con un
tono de enfado.
Había pasado una semana desde que se vio obligada a revelarle a Rebecca la situación de Enzo en la compañía, incluso cuando le prometió a Richardque la mantendría fuera del asunto. Sarocha no tuvo alternativas por la magnitud del asunto y de las consecuencias que repercutirían en la compañía.
Ella recordaba cómo Rebecca se tomó la noticia. En principio, se negó a creer que su hermano fuera capaz de cometer un acto tan ruin, pero las pruebas estaban y no mentían. Enzo había cometido un delito y la única cosa que lo salvaba de no ir a la cárcel era el hecho de ser su hermano.
Porque, según Sarocha, era lo que se merecía tras haberse apropiado de forma indebida del dinero de la empresa.
La decisión de Rebecca fue alejar a Enzo de la compañía. Su reacción no se hizo esperar y fue bastante escandalosa.
Sarocha se vio obligada a intervenir en la discusión que tuvo lugar en la oficina de su esposa. Desde entonces, su cuñado no dejaba de llamar o aparecer por las instalaciones del edificio pidiéndole a Rebecca que le permitiera regresar.
Sarocha sabía que la situación de Enzo era un mucho más complicada. El investigador privado que contrató semana antes, le entregó una exhaustiva relación de los movimientos de su cuñado; entre ellos resaltaba el hecho de estar mezclado con personas de mala reputación, a las que debía una notable suma de dinero. Pero esos detalles no se los proporcionaron a su esposa, no quería que se viera envuelta en aquel asunto, así que intentaba manejarlo a su manera.
Para cuando Sarocha decidió salir del auto, el teléfono de Rebecca dejó de sonar. Sin perder tiempo, entraron en casa.
Al llegar al piso de arriba, fue ella quien sugirió tomar una ducha juntas, pero su esposa declinó la oferta; si lo hacían, jamás llegarían a tiempo a la cena. Y Sarocha le dio la razón.
Cuando estaban juntas, bastaba una sola chispa para encender la hoguera y dejarse llevar por el intenso deseo que las unía.

Amor por un contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora