Capítulo 8

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La noche de la boda...

Tras su huida al baño, Rebecca regresó y encontró a Sarocha armando una especie de colchón con los cojines y unas mantas, casi a los pies de la cama.
Ella estaba preparada para enfrentarla y negarse a compartir la cama, cuando Sarocha le dijo que era tarde, que era mejor acostarse, dejándole claro que dormiría en el piso; ella no puso objeción alguna. Fue hasta el mueble de cajones, esperando hallar al menos un pijama para cambiarse y luego meterse a la cama. La prenda que encontró era muy diferente a las que acostumbraba a usar; sexy, si lo pensaba, pero no le quedó de otra. Se hizo del conjunto y, como pudo, se quitó el vestido, que dejó tirado en el baño. Sarocha por su parte, solo se quitó la chaqueta del esmoquin y luego se acomodó sobre las mantas.

Fue Rebecca quien apagó la luz en cuanto regresó al cuarto, antes de meterse debajo de las sábanas, tratando de mantener la respiración controlada. Su mayor miedo no era estar a pocos metros de Sarocha y percibir su respiración, sino tener un ataque de pesadillas. Y por ese miedo, fue que no logró cerrar los ojos hasta altas horas de la madrugada.
Cuando despertó, el sol estaba en el noreste y sus rayos comenzaban a calentar por la llegada de la primavera. Se sorprendió porque era la primera vez en mucho tiempo que dormía todas esas horas. Se removió debajo de las sábanas con pereza. No tenía que ir a la oficina porque su abuelo insistió en que se tomara un par de días para acostumbrarse a su nueva situación.

¡¿Su nueva situación?!

Como si la cama le quemase, se levantó de un salto, llevándose consigo las sábanas. Su mirada recorrió la habitación en busca de la otra mujer.

No estaba.
Tampoco la cama improvisada, y los cojines reposaban en un rincón. Si pensaba en las últimas veinticuatro horas, podía decir que su vida era una digna Odisea de Homero. Dos días antes, se encontraba probándose un vestido de novia en compañía de Irin; ahora, llevaba una sortija de oro con un pequeño diamante brillando en su dedo anular. ¡Estaba casada! ¡Con una mujer! Subió las manos, cubriéndose la cara; apretó con fuerza los ojos, como si de esa manera pudiera borrarlo todo.

Pero nada de eso era posible y, por alguna razón desconocida, recordó la mañana siguiente a la noticia y cómo, después de salir de la casa, le pidió a José que la llevara al único lugar donde podía pensar. El auto se desplazó por la ciudad y cuando llegó al parque, sintió la paz que buscaba. Solía visitar ese lugar con sus padres. En medio del parque, un lago artificial le transmitía serenidad y las risas de los niños que jugaban, unos metros más allá, la llenaban de una hermosa nostalgia. Agradeció que esa mañana en particular hubiese poca gente. Se sentó en uno de los bancos que circundaba el lago y se dejó seducir por las aguas cristalinas. Ni siquiera supo cuánto tiempo permaneció perdida en sus pensamientos, tratando de encontrar una manera de oponerse a lo que su abuelo le pedía; o mejor dicho, pretendía. Fue inútil, lo supo cuando regresó a la casa sin muchas fuerzas y entonces su fin de semana se convirtió en una especie de película de terror.

Una fuerte crisis la mantuvo desPhongta gran parte de la madrugada del sábado. Se sintió indefensa cuando Gi llegó corriendo a su habitación y la encontró con el rostro bañado en lágrimas y la respiración entrecortada. La ayudó a tomar una ducha, a ponerse ropa limpia y le preparó un té para calmar sus nervios. Sus medicamentos parecían tener efecto cero.

El domingo no fue mejor que el sábado; pasó la mayor parte del día en su cuarto y, a pesar de que trató de avanzar con la lectura, no pudo. Perdió el apetito y ni siquiera cuando Irin la llamó para invitarla a tomar una copa en el club, se animó a salir. Su amiga y psicóloga se mostró preocupada por su comportamiento; la sorprendió un par de horas más tarde, cuando apareció en la puerta de su cuarto.

Al principio, no supo si contarle, pero cuando esta le dejó claro que no se marcharía hasta que no suponga lo que sucedía, no tuvo alternativa.
Irin se puso furiosa, no solo como su amiga, sobre todo, como su psicóloga. Insistió en hablar con Richard para que desistiera de toda esa locura, pero ella se lo impidió. La amenaza de su abuelo le dolía mucho más que perder su propia vida. Por años llevaba patrocinando la fundación "Viola",  no permitiría que fuera destruida.

Amor por un contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora