Sarocha no supo cuándo Heidi acortó la distancia que las separaba; el ardor en su mejilla le dejó claro lo que acababa de pasar. Una bofetada; se la merecía, estaba segura. Merecía su rabia y el castigo, sin importar que fuera físico.
—¡Mentira! - gritó la rubia con la voz cortada; en su rostro se veía el esfuerzo que le procuraba aguantar las lágrimas que inundaban sus ojos—.
¡Solo sabes mentir!
-Heidi, yo... Yo no... -Sarocha quiso hablar, pero la mirada llena de odio de Heidi la dejó sin palabras. Esa mirada no era muy diferente a la de aquella noche, cuando le dijo que se casaría. Sintió como si le clavaran una estaca en el pecho y le
arrancaran el aire.
—Tú no, ¿qué? ¿Qué más mentiras vas a decirme? -la instó, pero la pelinegra había perdido el don de la palabra y ahora eran sus ojos los que se preparaban para dejar escapar las lágrimas que la rubia con valentía seguía conteniendo-.
¿Vas a decirme que me equivoco, que nada es verdad? ¿Que solo lo haces por apariencia? —le reprochó, recordándole sus palabras.
Esas palabras que Sarocha dijo cuando le pidió que la perdonara y le diera una segunda oportunidad. Heidi tenía razón y no podía negarlo, porque decir que no era verdad sería como negar que amaba a Rebecca y ella estaba ahí para pagar el precio de sus actos.
Hay quien dice que quien calla, otorga, y Sarocha calló y le otorgó la razón a su novia. Porque hasta que no hubiera entre ella la palabra "fin", Heidi seguía siendo su novia.
—Lo sabía —murmuró la rubia con la voz quebrada, dejando escapar las primeras lágrimas—. Sabía que esto iba a pasar, pero fui tan estúpida que te creí —más que para Sarocha, sus palabras eran para sí misma.
La pelinegra acortó la distancia que las separaba, sin embargo, no se atrevió a tocarla. Sabía que, por su egoísmo, la lastimaba. Hería a una persona maravillosa como Heidi.
Porque esa situación era el fruto de un sentimiento tan ruin como el egoísmo. Porque no supo renunciar a ella mientras se enamoraba de Rebecca.
-Perdóname —se atrevió a pedirle, aun cuando era consciente de que era imposible. Si la primera vez lastimó a Heidi, ahora la estaba matando. Porque solo una asesina podría ser capaz de causar tanto dolor. Porque no hizo nada para evitar aquello y si lo hizo, no fue suficiente. Su cobardía era la culpable, porque su corazón llevaba meses escogiendo a Rebecca.
Lo siento, Sarocha, pero no puedo. No me pidas que te perdone porque no puedo -fueron las palabras de la rubia, y a ella se le partió el alma, a pesar de que sabía que lo merecía
. Me pediste tiempo. Me dijiste que entre tú y ella nunca pasaría nada. Mírate ahora -Heidi hizo un amago por limpiar sus mejillas—. Acéptalo de una buena vez y ten el coraje de decírmelo en la cara..., por favor —esa última frase la susurró con dolor.
Sarocha quiso, y estuvo a punto, de tocarla, pero el gesto de Heidi la detuvo; se alejó lo suficiente para evitar el contacto.
Aunque no estaba segura de cómo hacerlo, Sarocha hizo lo que Heidi le pidió. Aceptó que todo terminaba en la terraza de ese hermoso lugar, porque de lo contrario, todas saldrían perdiendo y ella no quería lastimar a Rebecca.
—Adiós, Sarocha.
—Adiós, Heidi.
Y fue la despedida más dolorosa de su vida. Sintió el amargo de su bilis en la garganta cuando la rubia pasó por su lado, decidida a marcharse y cerrar ese capítulo de su vida. Ella también estaba dispuesta, pero fue de nuevo egoísta; estiró su mano para detenerla. Heidi se volteó con las lágrimas bajando por sus mejillas y los ojos enrojecidos.
Tal vez Sarocha no lo esperaba, o tal vez fue lo que quiso, porque no se apartó cuando ella se aferró a su cuello y la besó. Fue un contacto suave, apenas un roce de labios; un beso de despedida. Un beso que ambas necesitaban para cerrar su historia.
¿Cuánto dura la felicidad? ¿Es posible medir en el tiempo cuánto se puede ser feliz? Minutos, horas, días, meses, tal vez. Sarocha no sabía si alguien jamás se cuestionó aquello, pero si alguien le preguntaba cuánto duró su felicidad, podría responder que demasiado poco. Porque veintiún días era en exceso poco, y no era justo.
Porque no sabía cómo hacer para recuperar a Rebecca; porque ella ni siquiera se dignaba a mirarla y todas esas semanas que compartieron, se evaporaran como el agua cuando alcanza la máxima temperatura.
Porque desde que regresaron a la casa la noche de la gala benéfica, Rebecca le dejó claro que sabía de ella y Heidi.
Entonces adoptó de nuevo esa actitud cerrada. Sarocha decidió darle espacio, aun cuando su cabeza y su corazón le gritaran que precisaba explicarle las cosas; que necesitaba que la escuchara, porque volver a esos primeros meses en los que, prácticamente, eran dos extrañas conviviendo bajo el mismo techo, la mataba.
En ese instante, sentada en el taburete, compartían la isla de la cocina para desayunar; y tal como durante el primer mes de convivencia, Sarocha volvía a fingirse concentrada en la pantalla de su celular, cuando en realidad intentaba descifrar a su esposa. Rebecca estaba más hermosa que nunca con un conjunto de blusa y pantalón de lino, y sandalias de tacón de yute. Sus labios lucían un ligero tono rosado y ella se moría por besarla. Porque ni siquiera un beso se dieron desde aquella noche y desde entonces, pasó casi una semana, y ella comenzaba a pensar en números. Contrólate, Sarocha.
Primero necesitas aclarar las cosas, se dijo y se obligó a dejar el taburete porque tenía que llegar a la compañía. La esperaba una jornada infernal.
El dichoso proyecto ArCa acaparaba todo su tiempo y la situación con su esposa no ayudaba, porque al parecer, Rebecca prefería que su presencia no fuera requerida en las reuniones con las diferentes empresas que se ocupaban del mismo, así que no había otro remedio. Ella era la directora financiera y, por ende, la única capaz de evaluar las inversiones de capital.
Sarocha terminó el café que le quedaba en la taza y se despidió de su esposa con un, "nos vemos más tarde", , pues Rebecca iba a pasar por el hospital a ver Richard. Su abuelo había vuelto a empeorar y los médicos daban cada vez menos días para el final. Ella sabía que, llegado el momento, su esposa necesitaría de su presencia, por eso no dejaba de comportarse de forma afectuosa. No iba a perderla; no tenía intenciones, porque escogió estar a su lado en lugar de a Heidi.
Que Rebecca no le devolviera el saludo la cabreaba de muchas maneras, pero sabía esperar y tener paciencia. La situación era casi desesperante; después de los primeros dos días, Sarocha tuvo la intención de pedirle ayuda a Irin.
Porque la doctora era la mejor amiga de su esposa y la conocía, pero desistió en el instante en que se cruzó con la pelirroja. Había pasado un par de veces por la casa, y tal vez fue el modo como la doctora la miró esa tarde, o fue saber que no era agua de su molino, lo que le hizo cambiar idea.
Y como cada mañana de esos últimos cinco días, porque ya eran cinco días de agonía, Sarocha salió de la casa y subió a su auto preguntándose cómo podía hacer para que Rebecca la escuchara. Su mente se empecinó en recordar aquella noche que trataba de olvidar; porque fue la noche que ella y Heidi se dijeron adiós para siempre. La misma noche en que perdió a su esposa.
Sarocha salió de la cocina y Rebecca sintió que se le iba el corazón detrás de ella, pero, a pesar de eso, se mantuvo firme en su decisión. Podía ser infantil comportarse de esa manera y le dolía; dolía demasiado, pero no iba a ceder porque estaba segura de que Sarocha Chankimha no lo merecía. Esa mujer de ojos tan hermosos como el mismísimo cielo, no iba a engañarla nunca más. Dejó escapar el aire y luego levantó la mirada en busca de la de Gi, que seguía atareada, luego volvió a ver el vaso de jugo que seguía frente a ella y del que apenas bebió por culpa del nudo que se le formaba en la garganta cada vez que la veía sentada en el taburete y a su memoria llegaba la imagen. Apretó con fuerza los dientes; sintió que le dolió la mandíbula por la presión. Quiso gritar, pero no lo hizo. Se mantuvo callada; decidió que su esposa no volvería a jugar con ella si ya tenía con quien.
Y era que si cerraba los ojos, podía verlas; podía ver a Sarocha besando a la mujer que hizo que ella se sintiera tan desprotegida con solo una mirada.
Porque, en aquel momento, le pareció una buena idea dirigirse a la terraza donde había visto ir a Sarocha, pero ahora, pensaba que lo mejor hubiera sido no hacerlo.
Porque, a pesar de que no estaba tan cerca para escuchar la conversación, captó ese, "perdóname", que su esposa pidió llorando. También presenció el beso que se dieron después.
Como si fuera una intrusa, ella se escondió cuando la rubia abandonó la terraza y fingió serenidad cuando Sarocha regresó al salón. Su esposa tenía los ojos rojos y de su maquillaje quedaba poco. Rebecca sintió que se le partía el corazón en trocitos, mientras regresaban a casa. Y cuando la rechazó. Porque eso fue lo que hizo cuando Sarocha la tomó de la mano para dirigirla a su habitación, como cada noche.
Ella se apartó como si la quemara.
-Beck, ¿está todo bien? —se atrevió Sarocha a preguntarle, porque la notó extraña al regresar al salón y durante el resto de la noche.
Con esa interrogante, Rebecca sintió que la rabia subió por su pecho y se ciñó a su corazón con fuerza. Porque no, no estaba bien.
—Esta noche prefiero dormir en mi cuarto. Estoy agotada - contestó entre dientes. Agradeció la penumbra del pasillo, pues no estaba segura de aguantar más; necesitaba escapar, correr y alejarse de su esposa, porque era una mentirosa y ella se dejó engañar.
Recordar la cara de Sarocha, inconsciente de que ella sabía todo, fue otro golpe para su corazón, ya maltrecho.
—¿Estás segura?
Esas palabras, que se habían hecho una costumbre entre ellas, fue lo que desató su ira y sin más, lo soltó.
—Estoy más que segura —respondió con frialdad—. Y si tienes algún problema con dormir sola, por qué mejor no vas con la modelito. Sé que estará contenta de recibirte en su cama.
Rebecca vio el desconcierto reflejarse en el rostro de Sarocha y como su mirada se oscureció cuando poco a poco cayó en cuenta de que las había visto; a ella y a Heidi en la terraza, y el miedo azotó su corazón sin piedad.
—¡Rebecca, espera! —le pidió con la voz temblorosa, mientras ella se alejaba con dirección a su cuarto, aprovechando el momento de confusión de su esposa;
porque de lo contrario, no estaba segura de poder enfrentarse a Sarocha-. Rebecca, por favor, déjame explicarte. No... No es como piensas. ¡Rebecca!
Desde esa noche, todo volvió a ser como si dos extrañas vivieran bajo un mismo techo. Hablar con Irin tampoco ayudó, porque su amiga se enojó y le hizo reproches por involucrarse con Sarocha. Por enamorarse de ella y por ser tan ingenua a veces. Y entonces Rebecca se sintió más infeliz que cuando todavía no conocía ese sentimiento que embargaba todo su ser.
Porque extrañaba a Sarocha; la extrañaba a horrores. Porque se acostumbró a tenerla cerca y añoraba sus besos, caricias y miradas. Pero se prometió que no iba a ceder. Que no quería más explicaciones porque le bastó ver como la rubia la besaba; y como ella se lo devolvió.
Porque ella y Sarocha, sí, habían compartido una cama, fue sexo y ambas lo disfrutaron; pero era todo. Porque al inicio pudo ser tan ingenua como para creer que una mujer como
Sarocha iba a enamorarse de ella; ya no.
Era consciente de la situación y era posible que sonara frío y descabellado, pero la muerte de su abuelo haría que todo eso terminase. Porque no quería seguir casada con Sarocha Chankimha; no quería seguir viviendo bajo el mismo techo que ella y el divorcio ya no era solo una opción lejana; sí, una solución a su dolor. Porque nunca había sentido tanto dolor, ni siquiera cuando sus padres murieron. Tal vez porque en aquel entonces, era una niña y no entendía muchas cosas, pero ahora ya no lo era y no se sentía una princesa indefensa.
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Amor por un contrato
FanfictionSarocha Chankimha valora la familia como lo más preciado en el mundo. Por ello, cuando la situación financiera de sus padres la obliga a tomar una decisión crucial, sin duda en aceptar la propuesta de Richard Armstrong, incluso si eso significa renu...