Rebecca despertó en cuanto su despertador le anunció que eran las siete de la mañana; sin perder tiempo, cumplió con su rutina de cada día. Tenía pensado pasar por la compañía antes de irse al hospital, donde iba a encontrarse con Irin, quien la acompañaría a ver a su abuelo. Solo esperaba estar preparada para verlo postrado en una cama de hospital.
Esa mañana decidió ponerse un conjunto de falda del estilo de los años cincuenta, de chaqueta con botones y mangas tres cuartos. El conjunto resaltaba su figura y mostraba sus curvas; en su opinión, no le quedaba mal. Lo combinó con unos zapatos de tacón cerrado que no usaba hacía siglos, pero eran cómodos. Se aplicó un maquillaje ligero que ayudó a cubrir las marcas negras que la mala noche le regaló y se puso
sus gafas.
Poco después bajó a la cocina con la intención de beber solo un café, pero no pudo escaparse de Gi.
Tuvo que comer una ensalada de frutas que le preparó. Luisa permanecía preocupada por su abuelo y ella le hizo saber que pronto regresaría a casa, aunque no estaba segura de sus palabras. José llegó cuando Rebecca terminaba el último pedazo de fruta;
a pesar de que Gi la regañó por no tomarse el yogur que le sirvió para acompañar, ella se levantó de la mesa y se despidió. No había pasado por alto el hecho de que Sarocha tampoco estaba a la hora del desayuno, así que esperó
verla
en
la
compañía.
Necesitaba
agradecerle, disculparse e informarle de la cena con Daniela Rinaldi y su novia María Luna. Un compromiso que aceptó porque la artista era una amiga y no quería que nadie supiera que su matrimonio era un simple acuerdo entre dos familias.
Eso debía quedar entre ellas. Sobre todo, ahora que su abuelo se encontraba en el hospital.
Una vez que subió al Maseratti y José se puso en marcha, Rebecca dudó si debía preguntarle por Sarocha. La noche anterior le dijo que la había dejado en una dirección cerca del centro; supuso que era su antiguo apartamento. Nunca estuvo en él, pero sabía que ella vivía cerca de la ciudad antes de que se casaran.
Al llegar, Rebecca se puso su mejor máscara y subió hasta su oficina. Mientras caminaba por el pasillo, encontró y saludó a muchos de sus empleados.
Tommy, como siempre, ya había llegado. Le agradeció que la recibiera con un café con leche. En su oficina, recogió algunos documentos que tenía intención de revisar mientras permaneciera en el hospital y le informó a su asistente que pasaría parte del día fuera por motivos personales, por lo que este se apresuró a cambiar las reuniones en su agenda y le aseguró que se encargaría de las llamadas.
Rebecca acostumbraba a ausentarse de la oficina; tenía que reconocer que, a pesar de que al inicio no estuvo de acuerdo con aceptar su cargo, ahora disfrutaba el emplear su tiempo en algo que le gustaba. Antes de marcharse, sintió la urgencia de pasar por la oficina de Sarocha, pero su ilusión se hizo añicos cuando Blanca le informó que aún no llegaba. Ella no podía esperarla, había quedado con Irin, que pasaría a recogerla y estaba por llegar.
Rebecca salió del edificio justo en el momento en que la pelirroja llegaba a recogerla.
Sarocha llegó a la compañía más tarde de lo acostumbrado y, aunque la primera cosa que deseaba hacer era ir a ver a Rebecca, no le fue posible. Apenas puso los pies en el piso de su oficina, se encontró con Alberto. El hombre tenía una cara que se lo dijo todo.
En cuanto entraron al despacho, ella prefirió no haber llegado jamás. El asunto con Enzo Armstrong parecía haber tomado un camino complicado cuando este presentó un reclamo en las oficinas de contabilidad del cual ella apenas se enteraba.
Mientras Alberto le explicaba la manera como Enzo se comportó frente a él, Sarocha evaluó las consecuencias que tendría decirle lo que sabía. La reunión con él duró más de media hora y para cuando terminó, ella tenía más ganas de desaparecer que de trabajar, pero no podía hacerlo porque el reloj no se detenía. Como lo tenía programado, asistió a dos reuniones y revisó varias propuestas de inversión.
Cuando al fin tuvo algo de tiempo libre, desde el teléfono de la oficina marcó el número interno de Rebecca. Al menos podría escucharla, pensó; pero sus suposiciones cayeron en cuanto le respondió Tommy y le informó que su esposa no se encontraba y que desconocía cuándo volvería.
Sarocha se resignó. Poco después, cuando recibió el mensaje de Sandra, se sintió aliviada. La rubia estaba disponible en menos de una hora y ella, sin pensárselo, aceptó. No sería un almuerzo, pero valdría para distraerse.
Además, Sandra tenía información acerca de Enzo que podría ser importante.
Rebecca y Irin se dirigieron al hospital y, a pesar de que la doctora intentó establecer una conversación, ella se limitó a responderle con monosílabos, lo que le hizo sospechar que algo no iba bien.
—¿Vas a decirme qué te pasa o tengo que usar mis métodos? - preguntó la pelirroja, mientras buscaba un lugar donde aparcar.
A esa hora el estacionamiento del hospital estaba más accesible que la noche anterior. Rebecca dirigió la vista al exterior a través de la ventanilla; como ya iba siendo costumbre, se mordió el labio inferior.
Una mueca de dolor se reflejó en su rostro cuando sus dientes encontraron la piel y lastimaron la pequeña llaga que comenzaba a formarse en ese lugar.
-Sarocha no durmió en la casa —dijo una vez que el auto se detuvo y el motor se apagó.
—¡¿Y estás así por eso?! - exclamó Irin, más alterada de lo que debía. Que Rebecca descubriera su sexualidad era una cosa, pero que se enamorara de Sarocha, otra. Ella no necesitaba un doctorado para saber que esa persona no era la adecuada para su amiga. A pesar de que Bruno le dijo que no se metiera, ella no podía quedarse callada—. Por el amor de Dios, Beck, esa mujer no es para ti —le soltó. *
Rebecca la miró con la sorpresa dibujada en el rostro. @
-¿Perdón?
—Mira, Beck, eres mi amiga y aunque me dijiste que te sentías atraída por ella, no puedo quedarme callada. Sarocha no puede ser la persona para tu vida.
Date cuenta, alguien que acepta un matrimonio sin amor no puede ser una buena persona.
Rebecca sintió como si una daga se clavara en su pecho ante las palabras de su amiga. Por un momento creyó que Irin la apoyaba y la comprendía, pero era evidente que no era así. Sin decir una palabra, salió del auto, cerró la puerta con fuerza y caminó hacia la entrada del hospital sin esperar a la doctora, que se apresuró a bajar también, poner los seguros y correr detrás de ella.
—i Beck, espera! -gritó. Antes de entrar en las instalaciones, Rebecca se detuvo y se giró con la mirada cargada de dolor—. Beck..., yo... Yo lo siento...
No quise decir esas cosas —se disculpó con miedo.
Era su médico y sabía que no precisaba más estrés en su vida. ¿Entonces por qué no calló sus pensamientos?, se preguntó. Pero no supo la respuesta.
—¡Creí que me entendías! Creí... Creí que... - las palabras se atoraron en su garganta—. Da igual...
Sarocha ni siquiera sabe que existo, si te deja más tranquila —afirmó con tristeza y reanudó su andar hacia el interior del hospital.
Irin no tocó más el tema mientras estuvieron en el área de cuidados intensivos; tal como el día anterior, fueron acompañadas por una enfermera hasta el cuarto de Richard. La puerta de cristal que separaba el ambiente estéril del resto del hospital le pareció surreal a Rebecca, que se armó de todas sus fuerzas para entrar a la habitación.
Vestía una camisa, un gorro y un cubre zapatos estériles, cuando se acercó a la cama donde su abuelo descansaba. El rostro de Richard lucía demacrado;
los tubos conectados a sus venas le suministraban las sustancias necesarias para que su cuerpo se mantuviera hidratado y alimentado. La máscara del oxígeno fue sustituida por dos tubos que entraban por su nariz y le ayudaban a respirar. La máquina cardio no dejaba de pitar, controlando sus pulsaciones y la saturación de su sangre.
Rebecca tuvo que tragar fuerte para que las lágrimas no volvieran. Irin se mantuvo cerca hasta que su amiga, después de un largo rato en el que se quedó a centímetros de la cama, decidió ocupar la silla en el rincón.
Fue entonces cuando la psicóloga decidió abandonar la habitación dándole privacidad para que conversara con su abuelo. Antes de marcharse, le dijo que los pacientes en el estado de Richard podían escuchar lo que sucedía a su alrededor y que estaría
afuera si la necesitaba.
Rebecca estrechó la mano de Irin antes de que se marchara; ella supo que, a pesar de sus palabras, su amiga no estaba enojada.
Rebecca pasó casi toda la mañana sentada en aquella silla en la habitación de cuidados intensivos; a pesar de que combatía con todas sus fuerzas, la angustia que era cada vez mayor y el peso que sentía su corazón de igual manera. Su abuelo no había despertado y no parecía hacerlo.
Irin le dio la privacidad necesaria, luego regresó con un par de vasos de café. Bueno, en realidad a ella le ofreció un té de jengibre y limón que le supo a rayos, pero no se lo hizo saber. Tomaron las bebidas fuera de la habitación, en una sala más pequeña que la de la noche anterior y a la que solo tenían acceso los familiares y acompañantes de los pacientes de intensivo. Irin no dijo nada y ella lo agradeció, le bastó con la pequeña discusión de esa mañana para darse cuenta de que su amiga no soportaba a Sarocha Chankimha y, por alguna razón, estaba segura de que el sentimiento era recíproco.
Pensar en Sarocha hizo que se le acelerara el corazón.
Por instinto, buscó su celular en el bolsillo de la falda; se desilusionó al no tener ningún mensaje o noticia de la pelinegra. Se dijo tonta por creer que después de la noche anterior algo hubiera cambiado.
Una vez terminaron sus bebidas, Irin le informó que tenía algunos pacientes que atender, pero que estaría de regreso a la hora de almuerzo y que podían comer juntas.
Rebecca no vio inconvenientes en compartir la comida con Irin, así que aceptó y sé despidieron con esa promesa.
Volver a ver a Sandra provocó una hermosa sensación en Sarocha, que le sonrió a la rubia de cabello corto. La policía había cambiado su corte y tenía que admitir que le quedaba precioso; el rubio platino que ahora lucían sus cabellos destacaba el color miel de sus ojos, que la miraban con esa chispa tan típica de Sandra. Su sonrisa era como la de una niña que siempre está haciendo travesuras y, por un segundo, Sarocha recordó cómo era besar sus labios.
Era curioso que después de compartir más de una noche con la exuberante rubia, hubiesen quedado como buenas amigas; al menos hasta que Heidi llegó a su vida. Ahora, a plena luz del día, no tuvo que esconderse para recibir el abrazo de la rubia y aspirar
su delicioso perfume.
Se permitió admirar el esbelto cuerpo de su amiga sin pensar en las consecuencias porque Heidi no estaba cerca. Sandra vestía unos pantalones de pinza de color negro, una camisa amarilla de satén y unos tacones que le sacaban unos cuantos centímetros.
Sarocha, que esa mañana, escogió un atuendo poco elaborado y elegante, se sintió un tanto fuera de lugar al comprobar el elegante salón del restaurante que su amiga eligió para su reunión y almuerzo.
Sí, porque al final decidieron almorzar juntas y como la misma Sarocha le pidió, Sandra fue quien escogió el lugar. Eso sí, ella no se esperó que su amiga se decidiese justo por ese restaurante. ¿Cómo había conseguido reservación en tan poco tiempo? Eso lo desconocía y ahora, tras el caluroso saludo, se dejaban acompañar por uno de los camareros hacia el salón. Ella tenía que reconocer que los gustos de Sandra no habían cambiado para nada; a la rubia le agradaba la buena comida, el buen vino y el sexo. Y de eso nunca pudo quejarse.
El joven camarero les indicó la mesa reservada para ellas. Sarocha agradeció que estuviera apartada del resto; el asunto que iban a tratar era bastante delicado y no quería que fuera escuchado por terceros. Como su educación lo precisaba, ella sacó la silla para la rubia y esta le sonrió levantando una ceja con curiosidad al notar la argolla que adornaba su dedo anular. Sarocha no dijo nada, aunque notó su gesto; se acomodó en la silla del frente.
Tuvo que reconocer que el lugar estaba bastante concurrido para ser mediodía y las personas seguían llegando.
Al inicio, ambas solo hablaron de temas sin mucha relevancia. Sarocha escuchó a Sandra mientras le contaba que acababa de recibir una promoción de rango y que, gracias a eso, tuvo la posibilidad de acceder a viejos casos y que, por casualidad, fue así como se topó con una investigación en la que se vio involucrada la compañía para la que ella trabajaba.
Pero antes de ponerse serias, decidieron ordenar el almuerzo; la rubia se decidió por un mix de crudos de pescados que acompañarían con un excelente Lugana*, mientras que Sarocha pidió un plato de paccheri all'astice rosso*
El camarero que recibió el pedido desapareció en cuestión de segundos y de la misma manera les fue servida la botella de vino. Sandra propuso un brindis antes de degustar el licor que emanaba un delicioso aroma a frutas tropicales, almendras y vainilla.
—¡A las viejas amistades! —propuso.
Sarocha no pudo evitar sonreír con descaro ante el guiño que recibió por parte de Sandra.
—A las viejas amistades —repitió, antes de llevarse la copa a los labios y dejar que el delicioso licor llenara
su boca.
Mientras consumían sus respectivos platos, ninguna de las dos volvió a tocar el incómodo tema que las llevó ahí ese día, más bien se dedicaron a hablar de otras cosas, como la amiga que tenían en común y de tiempos pasados en los que solían salir a divertirse. A pesar de que Sarocha veía la curiosidad brillar en los ojos de la rubia cada vez que se posaban sobre la argolla en su dedo anular, esta no dijo ni una palabra al respecto. Así era Sandra, tan discreta como sofisticada si lo deseaba.
Para cuando terminaron de comer y los platos fueron retirados de la mesa, el silencio las abrazó por unos minutos en los que Sandra bebió de su copa de vino para luego retomar el tema que las reunió. La policía no buscaba nada en concreto cuando descubrió la vieja investigación conducida en Alfa Group y eso llamó su atención. Mientras ella le explicaba lo que encontró, Sarocha no daba créditos a lo que escuchaba; enterarse de que no era la primera vez que una situación de esa magnitud sucedía en la compañía la dejó con más preguntas que respuestas.
Sandra le explicó que en esa ocasión, la compañía fue sometida a una investigación por la pérdida de fondos dirigidos a otras empresas. En aquel entonces, el nombre de Enzo Armstrong fue señalado, pero lo que le resultó extraño fue que en poco tiempo, las mismas empresas que hicieron los reclamos, retiraron las denuncias y todo quedó en la oscuridad.
Era increíble, pero Sarocha solo pudo pensar que, en ese entonces, Richard se encargó de cubrir los errores de su nieto. Era una lástima que no pudiera pedirle explicaciones dada la realidad en la que se encontraba. Pensar en el anciano la llevó a Rebecca, a cómo estaría manejando la situación de su abuelo.
Por instinto, jugó con la argolla en su dedo. El gesto fue captado por la mujer de ojos color miel. Sandra bebió de nuevo de su copa y, mientras sus labios se posaban del cristal, su otra mano cubrió la de Sarocha y sus dedos jugaron también con la joya.
—¡Así que la modelo al final te atrapó! —bromeó Sandra, coqueta, mientras seguía cubriéndole la mano y sus dedos acariciaban la argolla.
Sus ojos brillaban con una nota de nostalgia y
Sarocha solo apartó la mano y bajó la mirada. Había llegado el momento de contarle a su antigua amiga todo lo sucedido en esos últimos meses. Aunque no sabía cómo reaccionaría la rubia, podía asegurar que no necesitaba darle detalles del porqué de su repentino matrimonio. Le bastaba aclararle a Sandra que no era Heidi la persona a la que estaba atada.
Después de que Irin se decidió por el restaurante al que irían a comer, Rebecca se dejó arrastrar por ella hasta el lugar. Según tenía entendido, GiBaS era uno de los sitios más concurridos de los últimos tiempos;
encontrar mesa sin reserva era casi imposible, incluso para un día ferial.
Una vez dentro del restaurante, Rebecca se quedó un tanto apartada, mientras que su amiga intentaba conseguir una mesa. Su mirada se paseó por el salón abarrotado; el murmullo causado por las conversaciones que los comensales mantenían en sus mesas era, de cierta manera, relajante. El lugar era luminoso, las tres paredes de vidrio dejaban entrar la luz del sol que iluminaba y resaltaba el lujo a su alrededor. Ella observaba todo sin prestar mucha atención hasta que sus ojos se posaron en la silueta de una mujer y su corazón se alteró.
Estaba en una de las mesas al fondo del salón, apartada de las demás, pero desde donde se encontraba, pudo determinar que se trataba de Sarocha; era ella sin dudas. La tenía casi de frente y, aunque ella no podía verla, Rebecca no tuvo dudas.
En un segundo sintió que sus pies querían moverse hasta el lugar, pero de la misma manera, se quedaron anclados al piso cuando reparó en la rubia que ocupaba la silla de enfrente. No podía ver su cara, pero por su ropa y el color de su cabello, podía jurar que era hermosa. Su estómago se encogió y revolvió.
Ver a Sarocha con otra mujer confirmó sus sospechas, por lo que la poca ilusión o esperanza que albergaba en su corazón se desmoronó como un castillo de arena azotado por las olas.
Rebecca no podía apartar la vista de la pareja.
Cuando la rubia buscó sobre la mesa la mano de Sarocha y la acarició, ella sintió como si alguien le succionara el aire.
—¡¿Ves?! ¡Te dije que encontraríamos mesa! - exclamó Irin, entusiasmada por su logro, pero al notar la expresión de Rebecca, su propio rostro se ensombreció. Inspeccionó el salón en busca de una señal que le indicara el brusco cambio en su amiga.
La localizó al final, en una mesa; Sarocha sonreía a una elegante rubia, ajena a ser observada por ellas
. Mejor comemos en otro lugar -sugirió, tocando con temor su brazo.
No. No es necesario. Además, has conseguido mesa
respondió la castaña, fingiendo una sonrisa. Sin decir nada más, caminó hacia la mesa que les indicó el camarero.
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Amor por un contrato
FanfictionSarocha Chankimha valora la familia como lo más preciado en el mundo. Por ello, cuando la situación financiera de sus padres la obliga a tomar una decisión crucial, sin duda en aceptar la propuesta de Richard Armstrong, incluso si eso significa renu...