Hacía más de cinco minutos que su taza estaba vacía, pero, aun así, Sarocha no se movió del taburete. La razón la conocía a la perfección.
La cena de la noche anterior era el motivo y, en ese momento, tenía más dudas que respuestas. Con una sonrisa de tonta dibujada en la cara, recordó el intercambio de miradas que mantuvo con Rebecca.
¿Qué había cambiado?, se preguntó, cada vez que su esposa se sonrojó y apartó la vista. No le era indiferente, le quedó claro desde la tarde cuando estuvo a punto de besarla.
Su corazón se agitó en cuanto sus fosas nasales percibieron el aroma que acompañaba a la mujer que acababa de entrar en la cocina. Evitó quitar la vista de la pantalla de su celular porque no estaba segura de cómo verla de frente. Le dio los buenos días en cuanto se acercó y se acomodó en el taburete frente a ella. Ahora, mientras ponía el Alfa Romeo en marcha, tuvo que reconocer que le faltó poco para ceder a la tentación. La idea de ofrecerle llevarla a la oficina pasó por su cabeza, pero la desechó en cuanto José entró a la cocina. Estaba segura de que Rebecca no aceptaría su propuesta porque seguía evitándola como a la peste. Sonrió divertida mientras el auto se incorporaba a la carretera; recordar su sonrisa mientras veía a Gi y a José intercambiar miradas dulces, le agitó el corazón.
Media hora después de salir de la propiedad, llegó a la oficina. Sin perder tiempo, se dispuso a volver a revisar los expedientes que encontraron el día anterior. También convocó a una reunión con el equipo de contabilidad y, tras unas cuantas llamadas telefónicas, logró bloquear las tarjetas de créditos empresariales de Enzo Armstrong. Era una medida bastante drástica, pero era la única que aplicar.
Después de hablar con Richard la tarde anterior, él le sugirió ordenar una inspección a las compañías que, supuestamente, usaron el capital asignado. Sarocha se encontraba concentrada en redactar unos informes para la junta que tenía en media hora con el equipo de contabilidad, cuando su celular se iluminó sobre el escritorio. Apartó la vista de la computadora para ver quién era; comprobó que se trataba de Heidi. Esta la invitaba a cenar en su apartamento esa noche. Incluso ante la propuesta de un buen vino y un delicioso postre, no supo decirle que no. Mientras no aclarara sus dudas con respecto a Rebecca, no tenía intenciones de dejar de verse con Heidi, no veía el motivo, se dijo, al tiempo que respondía al mensaje.
Una media sonrisa pícara se dibujó en su rostro. No tuvo espacio para dejar el teléfono, cuando este se iluminó de nuevo. Esta vez era el aviso de una llamada de Nam. ¿Es que esa mujer tenía el don de la telepatía y sabía cuándo ella tomaba decisiones equivocadas? Después de los saludos y cortesías habituales, la policía le preguntó si estaba libre en la tarde y si podían quedar para beber algo. Ella aceptó con gusto, a pesar de que había quedado con Heidi a la ocho y que tenía un montón de trabajo pendiente.
—Necesito consejos —le dijo Nam al otro lado de la línea para que ella no pudiera rechazar su invitación.
Lo ridículo de todo eso era que su amiga le pedía consejos a ella, que en esos momentos tenía una revolución en su cabeza por tantas dudas e indecisiones.
Está bien. ¿Nos vemos a las seis y media?
¿Antes no puede ser? —le preguntó su amiga con un tono de súplica.
Lo siento, Moni, pero hoy me pillas con un montón de trabajo. Así que lo tomas o lo dejas — le contestó, centrando la vista de regreso a la computadora.
Está bien. ¡Qué remedio! Nos vemos en el Lips.
Tras la llamada de Nam, Sarocha casi ni despegó los ojos de la pantalla de la computadora, ni la oreja del teléfono. La reunión con el equipo de contabilidad que pidió fue breve y, tras dar unas cuantas órdenes de lo que quería, regresó a la oficina. Fue cerca de la hora de almuerzo cuando la inesperada visita que recibió la sacó de las instalaciones de Alfa Group.
Richard Armstrong no necesitaba anunciarse al llegar a su compañía, aun cuando llevaba más de un año lejos de las oficinas. Todos sus empleados lo conocían.
Los murmullos corrieron de boca en boca, mientras el anciano recorría los pasillos del quinto piso hasta la oficina de la directora financiera. Y aumentaron cuando se encerró con ella por más de diez minutos.
Buenos días -saludó Richard, que vestía un elegante traje de sastrería de color gris claro, mientras entraba en la oficina. Ni siquiera permitió que Blanca lo anunciase.
Señor Armstrong, qué sorpresa -dijo Sarocha, levantándose de la silla y rodeando el escritorio para ir a su encuentro.
Richard, a pesar de su porte rígido y elegante, se notaba cansado; ella estaba segura de que había perdido unos cuantos kilos en esas últimas semanas debido al tratamiento de quimioterapia al que se sometía. Su rostro era menos expresivo y su mirada, apagada.
Sarocha recordó el día que se conocieron; el día que firmó el contrato prematrimonial que establecía algunas cláusulas para que todo el trámite quedase fuera de los asuntos de la compañía. Al principio, ella no entendió por qué Alfa Group no intervenía; sabía que si sus padres pedían el capital necesario a la sociedad, obtendrían el préstamo, aunque significara renunciar a la propiedad de la compañía familiar.
Cuando leyó aquel documento, le quedó menos claro todavía; aún seguía sin entender qué ganaba Richard con todo eso. ¿El hombre solo buscaba un compañero para su nieta y ella resultó ser la candidata perfecta? Pero, ¿por qué? ¿Por qué ella?
Seguía sin tener respuestas claras a esas preguntas.
Ni siquiera logró aclarar sus dudas cuando días atrás él le explicó la situación de Rebecca. Aquel día, Sarocha firmó un contrato que vio absurdo, pero ahora, ya no estaba tan segura.
En algo, Richard no se había equivocado porque, a pesar de que comprendía sus sentimientos por Rebecca, sabía que no permitiría que nadie ni nada la lastimara. Se sorprendió con ese pensamiento; pero no era el momento adecuado para darle peso.
Richard Armstrong estaba en su oficina y aún no conocía la razón.—Siento molestarte, Sarocha —dijo. A ella le sorprendió que usara su nombre sin pensar en que podían ser vistos o escuchados. Aunque estaban en su oficina-. Imagino que tendrás mucho trabajo, pero pensé que podríamos almorzar juntos.
La sorpresa se reflejó en los ojos azules.
¿Almorzar juntos? —preguntó, confundida.
Supongo que tendrás que comer. No veo por qué no podamos hacerlo.
El tono de voz de Richard le pareció divertido y la media sonrisa dibujada en su rostro, se lo confirmó.
Pero no entendía por qué quería almorzar con ella cuando apenas y compartían la cena en casa.
—Bueno, sí. Yo... -Sarocha no estaba segura de qué responder-. De acuerdo... Iré por Rebecca -dijo, recogiendo el celular y apagando la computadora.
-No es necesario. Seremos solo tú y yo —le aclaró.
Sarocha se bloqueó en el acto. ¿Qué? Creyó escuchar mal. ¿Era posible que los tratamientos contra el cáncer estuvieran afectando el cerebro de Richard?
Que el día anterior tuvieran una agradable cena, no significaba que fueran amigos o que ella quisiera pasar del tiempo con él; pero tampoco podía ser maleducada y rechazar el ramo de olivo que le tendía.
-De acuerdo.
A paso lento, la pelinegra y el anciano abandonaron la oficina y se dirigieron hacia el ascensor, mientras las miradas indiscretas de algunos empleados los seguían. Sarocha imaginó que se estarían preguntando por qué ella y el señor Armstrong caminaban juntos. Y mucho más cuando abandonaron las instalaciones a bordo del Rolls- Royce negro.
El auto se detuvo en un área designada para estacionar; cuando José abrió la puerta permitiéndoles salir, Sarocha se sorprendió del lugar.
No esperaba que uno de los hombres con más poder y dinero de la ciudad frecuentara ese tipo de sitios. El solitario edificio se veía pasado de moda, el letrero con el nombre había visto años mejores y de seguro que las paredes necesitaban una capa de pintura, pensó, mientras estudiaba su alrededor. Se encontraban en una zona de industrias; los grandes almacenes que se distinguían en la lejanía se lo confirmaron.
José se apresuró a ayudar a Richard; cuando este se apoyó en su bastón, se volteó sonriéndole complacido.
Sarocha caminó a su lado hasta la puerta de que lo suponía era un restaurante. De la misma forma como se sorprendió con la inesperada visita, lo hizo con el interior del lugar. El salón con mesas de madera y manteles blancos acogían a los escasos comensales; dos camareros, saludaron y recibieron de inmediato a
Richard. Ella notó la familiaridad con que lo trataron.
Pronto le ofrecieron una de las mesas en una esquina; mientras se acomodaban, los mesoneros les ofrecieron vino y agua. Sarocha estaba sorprendida;
ni en un millón de años habría imaginado a Richard en un lugar así. Cuando él la invitó a almorzar, esperaba un sitio más sofisticado; no uno donde le sirvieron el vino en una jarra y unos deliciosos platos caseros.
A pesar de las reservas que aún tenía para con el hombre, Sarocha se encontró disfrutando por segunda vez de la amena conversación que mantenían mientras comían.
—No debería tomar más de una copa -dijo Sarocha, cuando el camarero apareció llevando una segunda
jarra de vino.
Richard se echó a reír. Ella no entendió su carcajada; al fin y al cabo, solo se preocupaba por su salud, pensó, con la ceja levantada y una mirada circunspecta.
—¡Eres peor que mi nieta! - exclamó Richard, calmando su risa—.
Rebecca se preocupa demasiado -murmuró con un tono apagado.
Supongo que es normal que se preocupe en su estado -sentenció Sarocha antes de beber de su copa
. ¿Cómo va con el tratamiento? —se atrevió a indagar con voz amable.
¿Cómo debería ir? -devolvió él otra pregunta y agradeció que otra vez llegara el camarero llevando una cesta con pan recién horneado para acompañar el asado de cordero que les sirvieron como segundo plato.
De ahí en adelante, la conversación se concentró en cosas menos personales, aun cuando en alguna que otra ocasión, Sarocha deleitó al anciano con anécdotas de sus años en la universidad. Hablaron del tema que los involucraba y cómo ella tenía intenciones de proceder.
Richard se quedó tranquilo al saber que Sarocha no solo velaba por la seguridad de su compañía, sino que también por la de su nieta. Porque después de todo, no se había equivocado tanto en escogerla. Sus sospechas sobre la orientación sexual de Rebecca se hacían cada vez más obvias. Su nieta era diferente, él lo sabía, pero nunca tuvo el valor de decirle algo.
Aquel contrato era su manera de hacerle saber que la apoyaba.
Un cambio de conversación en la mesa le permitió a Richard estudiar la reacción de Sarocha. Para cuando terminaron de almorzar, él estaba convencido de que entre su nieta y la pelinegra existía afinidad. Las miradas que intercambiaron la noche anterior durante la cena se lo insinuaron. Y no se equivocaba.
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Amor por un contrato
Fiksi PenggemarSarocha Chankimha valora la familia como lo más preciado en el mundo. Por ello, cuando la situación financiera de sus padres la obliga a tomar una decisión crucial, sin duda en aceptar la propuesta de Richard Armstrong, incluso si eso significa renu...