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—¡Dracarys!—ordenó Lucerys a Arrax, su pequeño dragón. Apenas comenzaban a entrenar y conocer a sus dragones.

Aegon, Jacaerys y Lucerys estaban emocionados por sus dragones desde hace mucho tiempo, y aunque Healena tenía su dragón, no iba muy seguido a verlo, o al menos no cuando estaban sus hermanos.

Por otro lado, estaba Aemond y Aelinor, que aun no tenían dragón. Pero la perspectiva entre ambos era diferente; Aelinor estaba segura que iba a tener uno pronto, y esperaba que fuera el más lindo de todos, se lo imaginaba rosa con azul o negro con rojo. No tenía uno y la imaginación la mantenía con esperanza. Claro que, sus hermanos la motivaban a pensarlo. Aemond, por el otro lado, se la pasaba molesto por no tener un dragón y pensando que jamás iba a tenerlo. Lo deseaba tanto que, el no tenerlo le arruinaba los días.

—Tenemos una sorpresa para ti, Aemond—comenzó Aegon—Encontramos un dragón, para ti.

—¿Un dragón?—dijo, serio—¿Cómo?

—Bueno, nos sentimos mal porque no tienes uno y los dioses proveen—dijo Aegon.

Aelinor no se acercó a ellos, al contrario, se alejó. Caminó a paso lento hacia la salida de la cueva, no tenia ningún interés en estar cerca de Aegon y su estúpida mente, aunque recordaba vagamente momentos buenos con su tío mayor, cuando la hacía reír.

Escuchó de pronto muchas risas y un rugido de un cerdo. Giró con rapidez, observando a sus hermanos y su tío mayor salir de la cueva entre risas. Luke giró a verla y le hizo señas de que se fueran pero después de pensarlo unos segundos, y no ver a Aemond, decidió ir con él.

No lo encontró junto al cerdo, pero sabía que estaba por ahí, pensó que tal vez estaba escondido llorando o algo así. Con Aemond no sabía que pasaba ni que pensaba, era una incógnita aún para ella.

Se acercó al cerdo y posiciono su mano frente a su nariz, para que pudiera olerla y tener algo de confianza en ella. Después empezó a acariciarle la cabeza. Era linda, aunque no olía tan lindo.

De pronto escucho pasos rápidos y se puso de pie, para observar a Aemond corriendo en su dirección, asustado.

—Aemond, ¿qué pasó?—preguntó asustada. El mencionado se detuvo frente a ella y trato de recuperarse.—¿Estás bien?, ¿qué te hicieron?

—Fue una estúpida broma, Aelinor—se quejó—Tus malditos hermanos y el maldito de Aegon dijeron tener un dragón para mi. Sacaron el maldito cerdo y me dijeron que era el terror rosado.

Aelinor lo miró con algo de pena, no era fan de las bromas de ese tipo. Se acercó un poco más a Aemond y lo abrazó, sintiendo el cuerpo inmóvil de él, lo que tomo por incomodidad y se alejó unos pocos segundos después.

—A mi me parece que es linda, el terror rosado.

—Es un estúpido cerdo, Aelinor.

—Bueno, es casi del mismo tamaño qué los dragones de mis hermanos y de Aegon.—se encogió de hombros, haciendo qué Aemond sonriera un poco.—Yo diría que es más salvaje qué ellos y más difícil de montar.

—¿Tú crees?

—¿Tú no?

Aemond volvió a sonreír, ahora un poco más. Y Aelinor sentía que había tenido un buen día con ver la sonrisa del rubio. Quería volver a abrazarlo pero creía que él no la quería tan cerca.

Se acercó aun más a él, posicionandose justo a su lado y después, muy lentamente y pensándolo mil veces en un segundo, le tomó de la mano, con la vista fija en el cerdo frente a ellos y el corazón acelerado. No quería que él le quitara la mano o la alejara, y en el peor de los casos, no quería que se burlara de ella por eso.

Aemond no dijo nada, la miró mientras ella miraba al frente y aunque tenía miedo que alguien los viera y se burlara, decidió qué se sentía bien sostenerle la mano unos segundos más. Observó su cabello lacio y castaño, era como un color miel qué brillaba con la luz del sol y aunque era precioso, no era un color rubio como el de los Targaryen.

—Creo que la montaré—murmuró Aemond de repente, y Aelinor lo miró, causando que por primera vez se miraran a los ojos así de cerca, sintiendo ambos niños cosas que no podían explicar. Sus corazones latiendo a la vez y con rapidez, los ojos de ambos brillantes y curiosos. ¿Qué era lo que sentían?, ¿era algo bueno o algo malo?.

Aemond soltó la mano de Aelinor y se acercó al cerdo, para tratar de subirse en ella con rapidez, cosa que no logro porque el cerdo se movió de inmediato.

—Tienes que dejar que te tenga confianza. Acariciala—aconsejó Aelinor. Aemond chisto ante ello y volvió a intentar montarla.

Le llevo quince intentos poder montar al terror rosado, ya cansado de estar corriendo tras el. Y el siguiente problema fue mantenerse en él. El cerdo comenzó a moverse con mucha velocidad y en círculos, causando que Aemond no pudiera sostenerse más y luego caer al suelo.

Aelinor soltó una carcajada y se acercó, acarició al cerdo y le dio unas palmadas suaves y después le extendió la mano a Aemond, quien a regañadientes la tomó.

—¿Podemos irnos ya?—preguntó el mayor, sacudiendose la tierra de la ropa. Aelinor asintió y comenzaron a caminar hacia afuera de la cueva.

—¿Crees que vayan a alimentar a los dragones con el terror rosado?—cuestionó, girando a ver al cerdo a lo lejos

—Sí.

—No quiero eso, quiero llevarla conmigo

—No puedes—rio levemente—No puedes meter un cerdo a la fortaleza roja. Al menos no uno vivo.

Aelinor lo miró seria y él soltó una carcajada antes de ponerse serio para que la niña no fuera a molestarse.

—Me gusta pasar tiempo contigo, Aemond.

Aquella confesión lo tomó por sorpresa, así que no dijo nada más. Y aunque Aelinor esperaba que el le dijera lo mismo, tomó el silencio como una buena señal.

Siguieron caminando hasta la fortaleza roja juntos, hablando aún de el terror rosado, y del coraje que Aemond les tenía a su hermano y sobrinos por ello, del como ninguno de los dos tenía un dragón y se preguntaban el porqué, si los demás si tenían, si era una maldición o simplemente no significaba nada y pronto tendrían uno.

Aemond acompaño a Aelinor hasta la habitación de su madre, en donde la segunda se despidió con un corto movimiento de mano. Aemond se quedo afuera de la puerta unos segundos después de que la cerrará. No sabía porqué se sentía así de bien. Tenía una mezcla de sentimientos, sentía coraje y también se sentía feliz.

Esa noche, Aemond Targaryen no podía sacarse de la mente a Aelinor Velaryon, pensaba en su precioso cabello, en la forma tan feliz en la qué sonríe y hasta en sus ojos marrones. Pensaba en el sentimiento que le dio cuando lo tomó de la mano y aunque el abrazo le tomó por sorpresa, pensaba en lo bonito que sentía ser abrazado por ella.

Aemond Targaryen tenía doce años en ese momento, y comenzaba a descubrir sus sentimientos.

Aelinor Velaryon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora