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—¡¿Cómo es que nadie los notó, maldita sea?!—gritó Daemon hacia todas las personas en el salón.—¡Casi matan a la princesa y nadie estaba ahí para salvarla!, ¿son soldados o son estúpidos?

—Daemon—lo llamó su esposa con la expresión seria, pero si la mirabas a los ojos podías darte cuenta de lo triste qué estaba por la muerte de Delilah, solo quería calmarlo y que no perdiera la cabeza contra cualquier persona—Quiero saber como es que pudieron entrar a Dragonstone e ir directamente hacia mi hija y ustedes no hacer nada. ¿Dónde estaban?

—Concuerdo con Daemon, esta vez—habló Rhaenys, poniéndose a un lado de su nieta y el esposo de ésta.—Intentaron matar a mi nieta y ninguno de ustedes estaba al tanto, eso es razón para su muerte. Explíquense.

—Estábamos entrenando, su majestad, a la orilla del mar.—dijo un grupo de soldados.

—Nsotros estábamos en las puntas más altas de Dragonstone y Montedragon, vigilando los cielos.—dijo otro grupo—Pero nunca vimos un dragón viniendo a nosotros, su majestad.

—Y nosotros estábamos preparando los barcos, mi reina.

—El resto estábamos dentro del castillo con usted, su majestad—dijo Sir Erryk.—Todos lamentamos lo sucedido con la señora Delilah y también lamentamos lo sucedido con la princesa Aelinor, pues juramos proteger a su majestad, a su familia y a su casa.

—¡Pero no hicieron ni mierda!—gritó Daemon de nuevo—Miren a la princesa, con esa herida en el cuello qué jamás debió de existir, y todo porque no cumplieron con su deber, con su maldito juramento

—Esta bien, Daemon—dijo Aelinor llamando la atención de todos en el lugar, haciéndolo calmar. Suspiró y miró a su madre y al mencionado—No creo que sea culpa de los soldados. En ese caso, tú tardaste demasiado en llegar con Caraxes y no los alcanzaste.

—Princesa—murmuró apretando los dientes.

—Es cierto. De no haber sido por Delilah, estaría muerta, y después tuvieron que volver a ayudarme los príncipes.—se sentía muy débil al decirlo, como una inútil—Quién sea ese soldado, hay dos opciones, o venía directamente por mí o venía por cualquiera de los hijos de la reina Rhaenyra. Suerte la mía qué haya sido la primera que vio.

—¿Y tú que dices, sobrino?—preguntó Daemon mirándolo fijamente, entrecerrando los ojos levemente—¿Cómo sabemos que tu no diste la señal?, ¿como sabemos que tú no les dijiste cuando atacar, si sabias que hoy todos íbamos a estar con la guardia abajo?

—Porqué no lo hice.—replicó con seriedad—¿Crees que iba a ayudarlos a que lastimaran a mi esposa, cuando hice todo esto para mantenerla segura?

—No lo sé, por eso estoy preguntando.—se encogió de hombros, sin dejar de estar a la defensiva—Ya traicionaste a tu familia, ¿como sabemos que no vas a traicionarnos a nosotros?, ¿como sabemos que todo esto no fue un plan de tu madre y tu abuelo para que estés aquí?

—Cállate, Daemon—ordenó, perdiendo la compostura, empezando a ponerse furioso—Yo no estoy haciendo todo esto por ti, o por devoción a mi hermana. Estoy haciendo todo esto por Aelinor.

—No te creo. Yo creo que eres un traidor.

—¿Cómo se supone que les di la señal sí estuve contigo y con mis sobrinos cuando eso paso?. No he mandado un maldito cuervo, no he volado en Vhagar, y ni siquiera tenía mi espada hasta hoy.

Las voces de ambos subían de volumen, con fuerza y furia. Ambos sentían lo mismo, pero lo estaban canalizando mal, entre ellos y no contra el enemigo.

—Mira, Daemon—habló Jacaerys—Los dioses saben que no estoy complacido de tener a mi tío viviendo aquí, o siendo el esposo de mi hermana. Pero esta vez, no creo que sea un traidor, o el enemigo.

Aelinor Velaryon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora