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Mientras ya todos estaban sentados en la mesa, esperando al rey, se sentía un ambiente muy pesado, prácticamente en completo silencio, un silencio incómodo y profundo. Rhaenyra y Alicent estaban divididas solo por el espacio en donde se sentaría Viserys.

A un lado de Rhaenyra se encontraba Daemon, Aelinor, Rhaena, Lucerys, Baela y Jacaerys. Del otro lado se encontraba Otto justo a lado de su hija, después Aemond, Helaena y Aegon, quedando el último a un lado de Jace.

Se podía ver la división de las familias.

Aemond daba pequeños vistazos a la castaña, tratando de que nadie se diera cuenta de la manera en la qué la deseaba. Tratando de conservar la postura frente a su familia. Repasaba en su cabeza la manera en la qué la había besado horas antes, anhelando volver a hacerlo.

Aelinor evitaba mirarlo con toda su fuerza de voluntad, concentrandose en su familia. Dirigió su vista hacia su madre, quién le sonrió de manera calmante. Sus hermanos veían a sus prometidas, sonriendoles. Aquellos compromisos les habían llegado como anillo al dedo, pues en realidad, los dos Velaryon siempre habían sentido ese sentimiento de cariño profundo y algo de deseo por las hijas de Daemon.

—El rey Viserys—anunciaron su llegada. Todos se pusieron de pie mirando hacia su dirección y pronto lo llevaron en una silla de madera y lo posicionaron en su lugar, en medio de su esposa y su primogénita. Las dos mujeres sonrieron al verlo, al igual que Aelinor y Helaena, para después tomar asiento.

Aemond dirigió su vista a Aelinor apenas se sentó. Tomándose unos segundos para mirarla fijamente, algo que no sorprendió ni extraño a nadie, pues ella no lo veía a él.

—Me alegra verlos esta noche, juntos.—habló Viserys, girando la cabeza lentamente para poder observar a los hijos de Rhaenyra y después a su propia hija.

—¿Oramos antes de iniciar?—le preguntó Alicent, con voz suave, a lo que su esposo asintió. La reina empezó su oración, por lo que todos agacharon su cabeza y juntaron sus manos en la mesa. Aelinor trataba de concentrarse en orar, juntando sus manos casi frente de su rostro y evitar mirar al rubio en la otra esquina de la mesa. Su voluntad le falló y se encontró a si misma, con la mirada fija en él, observando los detalles de su rostro. Aemond podía sentir su mirada sobre él y reprimió una sonrisa. Abrió el ojo y miró hacia ella, sin levantar la cabeza.

Ninguno aparto la mirada en ningún momento, sin importarles si los demás los veían. No podían evitar lo que sentían aunque ambos habían querido enterrarlo desde hace mucho tiempo.

Escucharon a Alicent pedir por Vaemond Velaryon en la oración, y Aemond pudo divisar como la castaña ahogó una risa e hizo una mueca divertida. Daemon sonrió con diversión y abrió los ojos, mirando a las personas en la mesa por un segundo, dándose cuenta de que la pequeña y dulce Aelinor, -como le decían-, mantenía la mirada fija en el caprichoso y malcriado Aemond Targaryen. Daemon debía admitir qué aunque sabía que aquellos dos serian una pareja poderosa y resaltante por su belleza, no le agradaba para nada ni siquiera el intercambio de miradas.

Daemon sabía que su sobrino era un gran guerrero y que seguramente era popular con las chicas, pero no quería eso para Aelinor, pues Aemond seguía siendo un niño sin amor, sin respeto por las personas, arrogante, un canalla y ciertamente, un peligro para toda su familia.

—Esta es una ocasión para celebrar. Mis nietos, Jace y Luke—Viserys miró a los mencionados—se casarán con sus primas, Baela y Rhaena.—Los mencionados se miraron entre ellos con una sonrisa. Aelinor sintió la mirada de Aemond sobre ella pero decidió mirar la mesa.—Para fortalecer aún más la unión entre nuestras casas. Un brindis por los jóvenes príncipes y sus prometidas.

Aelinor Velaryon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora