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Después de que oscureciera, Daemon reunió a todas las personas, sirvientes, soldados, y demás a la punta más elevada de Montedragon, en donde el humo del volcán, antorchas de fuego y algunas flores decoraban el lugar. Hizo a Aemond ponerse de rodillas frente a la reina Rhaenyra y llamarla su majestad, para después jurarle lealtad hasta el final de sus días. 

El del parche no se sentía bien arrodillándose, pero sabía que lo hacía por un bien mayor, por Aelinor y su matrimonio, por su madre y su hermana menor, por mantenerlas lo más fuera de peligro como pudiera. Se sentía ligeramente humillado al tener todas las miradas de los soldados sobre él, cuando usualmente era al revés. Pero finalmente, al mirar los ojos sonrientes y entusiasmados de la castaña, todo valió la pena. 

Entendió que era un traidor para su familia, pero no para el reino. Aegon sólo era el mejor candidato para llevar a los siete reinos a su perdición. 

Rhaenyra ordenó a todos regresar al castillo y protegerlo, mientras que ella, su esposo, y los Velaryon se quedaban en el ritual del matrimonio entre Aelinor Velaryon y Aemond Targaryen, iniciando la ceremonia más rápida que el Septon hubiera dado en toda su vida. Dijeron sus votos, en donde se juraban lealtad el uno al otro, apoyo, amor, protección, en la enfermedad y hasta el final de sus vidas. Aemond juró protegerla con su propia vida, sobre todas las cosas y todas las personas, diciendo que siempre sería su prioridad, y Aelinor juró apoyarlo en sus decisiones, esperarlo por el tiempo necesario en caso de que fuera a alguna guerra, y darle hijos para unir su sangre en uno. 

Esos eran los votos base para cualquier matrimonio, dijo el Septon, por lo cual accedieron a decirlos, agregando una o dos palabras que querían decir. No habían tenido tiempo para pensar en votos más profundos, más reales y con mayor significado para ellos, algo que lamentaban pero finalmente, sabían que su matrimonio quedaría marcado en la historia, o al menos eso esperaban. 

Aemond tomó el pedazo de hoja de dragonglass y corto el labio inferior de Aelinor, justo en medio, para observarla sangrar de este y después tomar su sangre con el pulgar y marcarle la frente con ésta. Aelinor hizo exactamente lo mismo con la sangre del labio de Aemond, después de cortarlo con la misma hoja. Ninguno de los dos sabía el porque haber cortado los labios del otro los había hecho sentir de esa forma, por un lado se habían sentido más cercanos, como si aquello hubiera unido no solo sus nombres sino, también sus almas. Y por otro lado, ver la sangre del otro los había querido hacer correr a la habitación y desnudarse para volver a sentir al otro por completo. Y ambos sabían que habían pensado exactamente lo mismo, podían observarlo, en sus ojos. 

Ninguno de los dos era capaz de ocultar una pequeña sonrisa, se sentían diferente y sabian que habian tomado una desicion permanente pero no se arrepentian. Se amaban el uno al otro. 

Aemond volvió a tomar el dragonglass y lo paso por toda la palma de su mano, dejando que sangrara todo lo que podía, y después Aelinor hizo lo mismo, sintiendo dolor en el proceso pero no lo suficiente para arrepentirse de estarse casando con el hombre que jamás dejo de pensar. 

Juntaron sus manos para unir su sangre, para mezclararlas en el contacto con la otra. El Septon les dio una copa de vino, en donde Aelinor fue la primera en darle un trago y después Aemond, sin soltar sus manos. El rubio se lo dio de regreso al septon, que los dejo mirarse a los ojos mientras daba por concluido el ritual, diciendo que los esposos podían besarse. 

Aemond no ocultó su sonrisa al acercarse a la castaña y poder besarla frente a todos. La unión de sus manos y de sus labios solo los hacia sentir que habían ganado al por fin estar casándose con el otro y no con otras personas. Se sentían destinados, sentían la sangre del dragón en ellos, diciendo que habían nacido para arder en el fuego, juntos. 

Aelinor Velaryon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora