"Cuánto te extraño"

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La clase de educación física podría ser la peor cosa del mundo para muchos, pero sorpresivamente Francisco no la estaba pasando mal. Era malo para el fútbol, el básquetbol y para todo lo que involucrase una pelota de por medio, pero era bueno en el resto.

Tenía buena resistencia y podía correr una clase entera, lo descubrió en su escuela pasada cuando el maestro castigó a todo el salón por "ser unos flojos inútiles".

"Deberías meterte a atletismo" le había dicho el maestro cuando terminó de correr las vueltas que había ordenado. Francisco declinó la oferta poniéndose rojo, pues sus compañeros se le quedaron mirando cuando el hombre dijo aquello. Escuchó unas risas y alientos por parte de ellos, y le sorprendía la manera en la que se apoyaban mutuamente a pesar de no hablarse entre todos.

Se terminó de vestir luego de la ducha, a su lado sus compañeros se paseaban desnudos, práctica y literalmente, en busca de sus prendas o lo que fuese. La primera vez fue incómodo, pero se terminó acostumbrando con el pasar de los días, aunque no participaba en las bromas que se hacían.

— ¡Devolvéme la toalla! —escuchó a Andy gritar mientras perseguía a Rocco, completamente en bolas.

Las risas de la clase se hicieron presentes, incluyendo las de Andy. Si a él le hicieran eso, se moriría de vergüenza, y probablemente ni siquiera se volvería a duchar con esos tipos, pero de momento no le ha pasado.

Se colocó el bolso en el hombro y salió de las duchas, aún escuchando risas y comentarios por el "bonito trasero" que Andy tenía. Se hizo el camino a la salida de la escuela, agradeciendo que esa clase fuese la última del día, luego de buscar su mochila.

De su mochila sacó un durazno, le gustaba mucho esa estúpida fruta, no tenía nada de especial a decir verdad, pero le recuerda a cuando él y su hermano iban a robarle esa fruta a su antiguo vecino: un hombre amargado que vivía sólo y tenía dos perros más grandes que él en ese entonces.

Se abrió paso entre los demás estudiantes que también salían a la misma hora, suspirando cuando vio a Juani parado junto a un árbol, esperándolo.

— Te dije que no me esperaras —le regañó cuando estuvo cerca de él.— Sigue siendo peligroso acá afuera, incluso cerca del colegio.

— Dale, no te enojes —se rió abrazándolo.— No me quería ir solo a casa.

— Pudiste haberme avisado y me saltaba deporte —bufó abrazándolo de vuelta.— Pero ya, vamos.

— Vamo'.

El camino se basó en risas y chistes malos, incluso se tuvieron que detener en el trayecto porque las carcajadas ni siquiera les dejaban caminar correctamente.

Así daba gusto vivir. Sin preocupaciones, sin tristeza, sin enojo, sin problemas.

Cuando llegaron a la casa de Juani, Fran se despidió de él con el típico beso en la mejilla y cruzó la calle para ir a la suya. Apenas entró, escuchó la voz desafinada de su padre acompañando la exquisita voz de Michael Jackson.

— ¿Querés que te pague las clases de canto? —se burló.

— Qué niño más irrespetuoso —se quejó él.— ¿Cómo estuvo tu día?

— No sé, aburrido —se encogió de hombros, algo muy característico de él.— Me vine con Juani igual, así que eso mejoró un poco las cosas.

— Deberías invitarlo a cenar un día, con su abuela.

— Capaz. Me voy a mi pieza, si me necesitás estoy ahí.

— No, y dónde más vas a andar.

— Sos pesado a veces.

— Quién te manda a no querer salir con tus amigos —alzó una ceja, casi con un reproche.

— Ya sabes la razón —contestó con simpleza.

El hombre suspiró y lo miró durante unos segundos, Francisco arrepintiéndose del comentario realista que hizo.

— Perdón —se disculpó mirando al suelo.

— No importa.

Rafael era un tema que muy pocas veces se tocaba en casa, y cuando se hacía, era por accidente, por impulso.

— Voy arriba —murmuró Francisco.

— Dale, te llamo cuando llegue tu mamá.

Subió a su cuarto, dejando la ropa sucia en el cesto junto a la puerta. Se dejó caer en la cama con los brazos y piernas extendidas.

Miró a la pared que tenía la ventana, al lado contrario de la puerta de la habitación. La pared tenía varias fotos pegadas, fotos que tenía con Juani de cuando eran niños, unas actuales con sus amigos de ahora (los primeros amigos reales que tenía desde Esteban), otras de bebé y muchas con su hermano.

A veces soñaba con él. En algunos sueño veía a Rafa de cómo creía que se vería de adulto, casado con su exnovio Simón en una casa bonita cerca del mar, o tal vez en el Sur, tirando a Tierra del Fuego porque a Rafa le gustaba ir allá de vacaciones, incluso si Ushuaia era considerada la ciudad más triste de la zona.

Recuerda cuando le arrebataron a su hermano mayor, estaba con él y Simón cuando pasó. Recuerda vívidamente las súplicas de este último para que los dejasen en paz mientras abrazaba a Francisco, cubriéndolo de esos chicos. Rafael peleó hasta su último segundo, pero eran demasiados adolescentes y tenía ya un brazo roto.

La noticia causó furor en la televisión y en la radio: Jóvenes son víctimas de ataque de odio, resultando con dos heridos y uno fallecido; dos adolescentes y un niño.

Su hermano tenía sueños y apenas quince años.

Francisco ya era dos años mayor que él.

— No sabés cuánto te extraño, Rafita —murmuró viendo las fotos, con ojos lagrimosos y un nudo en la garganta.

Se puso de pie y dio unas vueltas en la habitación, rebuscando en todos los cajones algo que no recordaba si había desechado o no.

Le iba a fallar a Juani una vez más, y no estaba orgulloso de eso.

Cuando no las encontró casi pega un grito desesperado, se jaló el pelo molesto y pensó en romper el espejo de la pared, pero eso causaría ruido y no quería que su padre entrase a la habitación.

Recordó el sacapuntas y las tijeras de su cartuchera, casi riéndose como un maníaco.

¿Ven cómo el día de alguien puede cambiar drásticamente?

ꜱɪɴᴄᴇ ᴄʜɪʟᴅʜᴏᴏᴅ // ᴇꜱᴛᴇʙᴀɴ x ꜰʀᴀɴᴄɪꜱᴄᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora