Charlas pasadas

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En otro lado de la ciudad, sentado a la cabecera de la mesa con las manos juntas y la mirada gacha, Esteban sentía la mirada de su mamá sobre él, una juzgadora.

— ¿De verdad te gusta el pibe ese? —ella le cuestionó, suavemente. El muchacho asintió.— Dilo en voz alta.

— Me gusta mucho —contestó, alzando la mirada con unos ojos temerosos y orgullosos al mismo tiempo.

La mujer sonrió un poco y se cruzó de brazos, se rascó la nariz sin querer aceptar lo que oía, pero netamente no le quedaba de otra porque no estaba dispuesta a perder a su hijo.

— Ya veo... —murmuró desviando su mirada de su hijo por un par de segundos, los cuales él sintió eternos, hasta que volvió a verlo.— ¿Están de novios o algo?

Aquella pregunta se sintió rara y extrañamente linda, sin embargo, no creyó que se trataba de la genuina curiosidad o interés, sino de malicia.

— Sí.

— Qué bien.

— Ya. No te interesa en verdad —la acusó.— No te voy a decir nada al respecto.

— ¿Que no me interesa? Claro que me interesa el-... el novio de mi hijo.

No iba a confiar en ella, apreciaba el intento, pero le costaba creérselo. Y eso era doloroso en demasía, le dejaba el pecho apretado como si tuviese un elefante encima, como decía Francisco cuando le daban ataques de pánico.

— Yo no quiero hablar de Francisco con vos —admitió luego de un suspiro medio ahogado.— Ni de mis cosas, jamás me diste la oportunidad de hacerlo antes, y honestamente no lo haré ahora porque yo no quiero darte la oportunidad de oírme.

— Yo creo que merezco una oportunidad —ella era una mujer sensata y segura, algo que Esteban siempre odió porque no pudo heredar eso.— Quiero... quiero enmendar las cosas.

— Es muy tarde para eso, ¿no crees?

La mujer no habló, pensó en sus próximas palabras fríamente, en algo que saliera de su corazón.

— Ni siquiera podés defenderte —susurró el joven casi al borde del llanto, estaba desesperado y estresado por esta situación.— Tenés qué pensar, no puede salir de tu boca con facilidad.

Y ella se quedó perpleja, notando la realidad. ¿En qué momento su relación con su hijo se fue desmoronando? Mierda, apenas y recuerda la última vez que le besó la mejilla para luego acariciarla, o la última ocasión en la que le dio un abrazo.

— Me voy.

Esteban se puso de pie y se encaminó a la entrada de la casa porque había quedado con Fran en su hogar para ver una película. Pasó junto a su madre, quien no dejaba de mirar una mancha en la mesa en silencio, aún procesando lo mala madre que ha sido, lo ausente que ha estado en su vida.

[...]

— No lo esperaba —dijo Esteban sintiendo la mano de Francisco acariciarle la espalda por debajo de la polera.— Me tomó tan... de sorpresa que la traté mal.

— Personalmente, pienso que no le debés nada. Podés dejarla entrar en tu mundo o no, y nadie te puede obligar.

— Ya sé... pero no me gustó hablarle así.

Fran asintió, comprendiendo la situación. Le miró atentamente, con ojos que apenas y tenían brillo, y eso llamó la atención de Kukuriczka.

— A vos también te pasa algo —le dijo en voz baja.— ¿Me dirás? —le regaló una sonrisa amable. Él no dijo nada, y Esteban se acomodó para poder ver mejor su rostro.— ¿Qué pasó?

— ... no quise hacerlo —susurró.

Esteban le acarició la mejilla, tranquilizándolo.

— Sé que no. No te puedo pedir parar de un momento al otro con esto, pero recuerda que estoy acá para vos.

El chico sonrió apenado y asintió, rió a los segundos después, haciendo que Esteban alzara una ceja.

— ¿Qué?

— Los dos tenemos problemas mentales —apretó los labios tentadísimo.

No se quiso reír, pero fue inevitable que una carcajada seguida de otra se le escapasen por el comentario. Sonaba como una cruel broma del universo, algo que se suponía sería la perdición de los dos pero que en ese momento era un chiste incluso.

Las risas llamaron la atención del papá de Francisco, quien estaba preparando la cena en la cocina mientras escuchaba Virus. Sonrió para sí mismo porque hace años no escuchaba a su, ahora, único hijo reírse de esa manera tan libre y juvenil. La vida le arrebató la felicidad a su hijo desde chiquito, y parecía que se la estaban devolviendo con el chico que le provocó meses de lágrimas y llantos de medianoche.

Irónico.

Arriba, cuando las risas murieron, un silencio cómodo se formó en la habitación que cada día se veía más brillante. Hablaron en voz baja, cosas al azar, sin sentido o coherencia; de un tema sacaban otro, y de ese tema salían dos más.

— Me hizo sostener el cartel, medio obligado aceptó —sonrió Francisco, recordando cómo su hermano le pidió el noviazgo a Simón.

— No puede ser —a Esteban se le escapaban las lágrimas de la risa. Se las secó con los pulgares.— ¿Y cómo lo aceptó?

— Creo que besaron, asumo eso porque Rafa me tapó los ojos en cierto momento.

— Tierno.

— Lo eran... muy tiernos.

Una sonrisa nostálgica apareció en su rostro, acompañada de unas lastimeras lágrimas acumuladas en sus ojos.

— ¿Lo extrañás mucho? —le preguntó en voz baja, tanteando el terreno más íntimo de esa familia.

— Un montón —admitió Romero.— ¿Sabías que quería ser actor? Siempre lo decía, y que quería aparecer en grandes películas de grande.

— ¿En serio? Suena genial —acarició su mano por inercia, una costumbre que se le pegó.

— Mhm... le agradabas.

— ¿Sí?

— Sí, decía que jamás vio a alguien tan atento como vos. Eras tan chico pero tan serio al mismo tiempo, y le divertía cuando hablabas porque sonabas como un niño grande.

— Y bueno... mi mamá y sus cosas.

... odiaba a tu vieja. No le gustó la idea de que te fueras por quererme —se encogió de hombros.

— También la odié —susurró Esteban sintiéndose horrible al decirlo en voz alta.— Yo no quería irme, quería quedarme con vos, no quería abandonarte y dejar atrás lo que teníamos.

— Pero te fuiste, contra tu voluntad.

— Me fui, contra mi voluntad.

ꜱɪɴᴄᴇ ᴄʜɪʟᴅʜᴏᴏᴅ // ᴇꜱᴛᴇʙᴀɴ x ꜰʀᴀɴᴄɪꜱᴄᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora