Flores

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Estuvo una hora en la florería buscando las ideales, le preguntó incluso a algunas ancianas que estaban ahí y a la dependienta del lugar, ganándose elogios de algunas de ellas al estar comprando flores para su enamorada. Él no dijo nada y sonreía ante esos comentarios inocentes, haciéndole sentir enfermo.

Con el ramo en mano que temblaba como gelatina, un colorido ramo de crisantemos, llamaba la atención de la gente en la calle, pero trató de ignorarlos lo mejor que pudo. Cuando llegó a su destino, saludó al portero que estaba casi dormido en su silla y recorrió el lugar en busca de su hermano.

Llegó a él y sonrió un poco al ver la foto ahí, se acercó al florero y le cambió el agua, recortó los tallos de las flores en el ángulo correspondiente para que vivieran más tiempo y las metió en el florero. Limpió la placa con un trapo mojado y barrió el pasillo, incluso limpió otras placas que se veían viejas o abandonadas. Era un gesto simple y diminuto, pero que de seguro las almas de los dueños de cada nicho agradecía.

Le gustaba pensar en eso, que a pesar de no estar terrenalmente, seguían con y entre nosotros, cuidándonos y agradeciéndonos por recordarlos.

Cuando terminó su labor ahí, siguió dando vueltas por el cementerio, visitando desde las tumbas, nichos, y algunos columbarios, más antiguas hasta las más recientes. Dijo una plegaria en cada una, pidió perdón por algunas muertes y se sintió triste al ver varios bebés y niños pequeños.

Excluyendo la pena y lo sombrío del lugar, era muy tranquilo y acogedor, al menos para él, un chico triste y solitario.

Cuando llegó a los nichos del inicio del milenio, se topó con el muchacho que le estaba revolviendo la cabeza y el mundo entero. Este estaba agachado junto a una tumba escobillando la piedra en silencio, tenía puestos esos auriculares canceladores de ruido como siempre.

Pensó en pasar de largo, pero sería medio desubicado hacerlo, por lo menos podría saludarle de pasada. Se acercó marcando sus pasos en el suelo para no tomar a Esteban de sorpresa con su llegada. Este pareció verlo con el rabillo del ojo, pues volteó la cabeza y le sonrió.

— Hola —le saludó el mayor colgando sus auriculares en su cuello.— ¿Qué hacés acá?

— Te iba a preguntar lo mismo —trató de sonreírle.

— Vine a visitar a mi abuela —señaló la tumba.— Hace tiempo no vengo, y hay muchas plantas que no dejan ver la placa.

— Oh, lamento oír eso —se refirió a su abuela.— ¿Querés ayuda?

— Me vendría bien, ya me duelen las manos y quedan muchas malezas.

Francisco se agachó también y le ayudó con las plantas, no tenía nada más que hacer, era sábado y comúnmente se quedaba en casa mirando al techo, viendo alguna película por décima quinta vez o haciendo tareas. Y esto era muchísimo mejor que su panorama habitual.

— ¿Aún eres fan de Star Wars? —le preguntó Esteban, a pleno trabajo, en voz baja.

— Vi la última película con mis papás, ¿la viste?

— Fui con Andy y Rocco, aunque la terminé viendo yo porque no dejaban de besarse —se burló.

— ¿Y te gustó?

— Los diálogos fueron un poco mierda, o creo que eran los actores el problema, no lo sé.

— De Ewan McGregor no estarás hablando —fingió amenazarle, divertido.

— De él jamás podré hablar mal.

Siguieron charlando de la franquicia, luego se pasaron a la música, otras películas y series de televisión. Acabaron charlando bajo la sombra de un árbol luego de haber terminado de arrancar las la malezas.

— Al final no me respondiste qué hacías acá —murmuró Esteban cuando parecía que los temas de conversación se acabaron.

La sonrisa que Francisco tenía plasmada en el rostro se desvaneció en su totalidad, haciendo que el mayor se sintiera mal.

— Perdón, no debí preguntar —se disculpó, nervioso.

El de ojos verdes suspiró entrecortadamente y ladeó la cabeza, encogiéndose en su lugar.

— Vine a ver a Rafa —contestó en voz baja, sorprendiéndose de la facilidad con la que esas palabras se le escaparon de la boca.

Al principio Esteban pareció no comprender lo que dijo, pues su ceño se frunció en completa confusión. Sin embargo, le bastaron apenas unos segundos para entenderlo y sus ojos demostraron toda la tristeza y compasión del mundo.

No dijo nada, sabía que no era lo que Francisco necesitaba, así que solamente le acarició la espalda como si fuesen amigos de toda la vida, como si hubiera confianza mutua y eterna.

Un sollozo se escapó de Romero, seguido de varios más hasta el inminente llanto. Era silencioso, pero se oía muy alto debido al silencio del ambiente, incluso cuando sus manos estaban contra su boca, apaciguando sus sonidos.

La poca gente a su alrededor les miraba curiosos pero no sorprendidos, todos asumiendo que se trataba de la tumba junto a ellos y del tipo de relación que había con quien estaba bajo tierra. Pero estaban en lo incorrecto.

— Lo extraño mucho —dijo Francisco, atragantándose con los sollozos.— Muchísimo.

Esteban se inclinó y lo rodeó con un brazo, apegándolo a su cuerpo para brindarle mejor compañía. El menor se deshizo en su agarre, fundiéndose en su calor, cariño y ternura.

Se sentía como el niño pequeño que fue ese día, llorando en unos cálidos brazos que le consolaban con la cabeza completamente en blanco, sin ser capaz de pensar en algo en concreto. Era incómodo, a decir verdad, tener a alguien llorando cerca de ti sin saber qué o no hacer, qué o no decir.

Sin embargo, una idea fugaz se le atravesó en la cabeza.

Sin soltarlo, se estiró como pudo hacia la tumba de su abuela y sacó uno de los tantos girasoles que la adornaban y se la extendió con cuidado frente a sus ojos.

— Recuerdo que te gustaban mucho de chicos —le susurró Kukuriczka con una diminuta sonrisa en los labios.

Francisco tomó la flor con el mismo cuidado con la que fue extendida. Acarició los pétalos y también sonrió viendo la belleza del girasol, incluso si sus ojos llenos de lágrimas le hacían ver borroso.

— Gracias, Kuku.

Su corazón dio un vuelco al oír ese apodo salir de entre sus labios luego de muchos años.— No agradezcas, Franchi.

ꜱɪɴᴄᴇ ᴄʜɪʟᴅʜᴏᴏᴅ // ᴇꜱᴛᴇʙᴀɴ x ꜰʀᴀɴᴄɪꜱᴄᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora