"No es lo que crees..."

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Unas semanas transcurrieron con normalidad, si es que se podía decir eso. Esteban se la pasaba menos en su casa, y a pesar de las preguntas insistentes de su mamá sobre dónde mierda pasaba las noches, este le daba una respuesta corta y seca: tengo dieciocho, dejá de joder.

A pesar de la pérdida de peso notable de él y de sus ojeras, se veía mejor anímicamente, reía y sonreía más, incluso sus notas se mantuvieron igual de altas, eso infaltable.

— ¿Te falta mucho? —preguntó Francisco asomando su cabeza por el libro de Esteban.

— Dos páginas —contestó sin despegar la vista de las palabras, sin embargo una de sus manos soltó el libro y recayó en sus ondas.— ¿Te bañaste? Tenés el pelo mojado.

— ¿Qué creías que fui a hacer al baño si no era bañarme? —se burló el menor.

— No sé —se encogió de hombros. Pasó la página con dificultad, debido a su única mano en el libro.— Me queda una.

— ¿En serio? Buenísimo —dijo con completa ilusión.

Leyó las últimas oraciones y sonrió, qué libro más bueno. Cerró el libro y lo dejó a un lado a la vez que sentía el cuerpo de Francisco encima de él, abrazándolo con fuerza.

— ¿Y este abrazo? —bromeó correspondiéndole con la misma fuerza.— ¿Qué? ¿Acaso querés un beso?

— Obvio —le sonrió subiendo para quedar cara a cara.— Imagináte si fuésemos novios, no te soltaría jamás.

— Pero si no me sueltas nunca —se burló.— Ya parecemos novios.

— Pero no lo somos —usó un tono de voz suave, rozándole la nariz con la suya.— Sin embargo, quiero que lo seamos.

— ¿Tanto te gusto? —le siguió el juego. Sus manos firmemente sostuvieron las caderas contrarias.— Y sí, deberíamos ser novios.

— Claro, seámoslo.

— Seamos novios.

El humor entre estos dos era, sin duda alguna, extraño, pero ellos se entendían, así que lo demás importaba una mierda.

Se besaron, ya siendo oficialmente algo más serio que sólo amigos que se besaban de vez en cuando luego de declararse en momentos de angustia.

Ese beso se sentía familiar, exactamente igual al beso de su sueño, donde estaban en ese campo de flores, pero en lugar de flores eran las desordenadas sábanas de Francisco. Pero el ritmo era diferente, más juvenil, más intenso, más acalorado.

Eran las hormonas.

En la etapa efervescente de la adolescencia, las hormonas danzan al compás del amor y pasión, tejiendo un intrincado lienzo de emociones vibrantes. Cada mirada, cada roce, cada beso, despierta un torbellino de sensaciones en sus corazones jóvenes y ansiosos. Los latidos apresurados son el eco de un romance incipiente que no sabían que vivirían, donde la química del deseo se entrelaza con la poca inocencia de un encuentro como este.

Es un tiempo de descubrimiento, donde las hormonas se convierten en cómplices de un viaje emocional hacia la pasión y la ternura.

Las manos se colaron en las ropas ajenas, soltando suspiros suaves ante los toques de manos frías en piel caliente, acariciando con fervor cada centímetro posible.

Pero no todo era color de rosa, porque mientras sus bocas parecían tener la batalla de sus vidas, Francisco no supo ocultar ni disimular el toque nervioso en sus costados al percibir relieves marcados en el pecho contrario. Esto hizo que Esteban cortase el beso abruptamente, ambos tenían las respiraciones aceleradas, pero no sabían si se trataba por la intensa sesión de besos o por el miedo.

— No es lo que crees... —susurró Esteban. La voz le tembló como ladrido de chihuahua enfermo.— Lo juro.

— ... te creo... —dijo, sin sonar convencido del todo.

— Lo digo en serio.

— Dije que te creo.

— No lo haces, no sabés mentir.

Francisco suspiró y se bajó del regazo de Esteban, no sabía a qué hora precisamente se había acomodado ahí.

— Bien... no, no te creo nada —le dijo, acomodándose a su lado.— No... no he querido decir nada, pero si vamos a hablar de esto...

— ¿Decir qué?

— Que en mi vida te he visto comer —contestó con lentitud.— No quería asumir nada, y no sabía cómo planteártelo.

El castaño también suspiró y se acomodó, mirando a su, ahora, novio.— Sólo no me gusto.

Romero le agarró la mano y la apretó con fuerza, haciéndole cariño en el dorso con los dedos.— A mí sí me gustas.

— Lo sé —sonrió un poco.— Pero no puedo gustarme, no sé por qué. Detesto lo que veo en el espejo.

El ojiverde no sabía qué decirle para hacerle sentir mejor, y la verdad es que es complicado decir las palabras correctas en este tipo de situaciones. Así que siguió con sus caricias en la mano, jugando con los dedos ajenos, pensando en qué decir.

— ¿Cuánto tiempo llevas así? —se atrevió a preguntar, en voz baja.

— Años —se encogió en su lugar.— Entré a la adolescencia y listo, no puedo ser la cosa más... —apretó los labios para no seguir hablando.

— Mhm —emitió, pernsativo.— Para mí, tu belleza va más allá de lo físico. Tu bondad, tu inteligencia, tu pasión por las cosas que te gustan son lo que me cautivan —le dijo. Su sonrisa seguía igual de cálida como siempre.— Admiro tu fuerza y ​​tu valentía al enfrentar tus miedos cada día. Sos perfecto para mí en cada sentido de la palabra. Sé que decirte esto no hace un gran cambio, pero sé que sí hace algo pequeño en tu cabeza.

Un ligero movimiento en la cabeza de Esteban le hizo querer llorar, una simple negación lenta que expresaba la pura pena y dolor.

— Me cuesta pensar que lo que decís es honesto —susurró mirando hacia adelante, a la pared decorada con pósters de Britney Spears y 2Pac, artistas que no se relacionaban en lo más mínimo.— No es que no quiera creerte, sólo... se me es difícil hacerlo.

— Ya sé —su mano ahora viajó a su nuca, acariciando su larga cabellera.— Si es necesario que te lo diga siempre, lo haré con el total gusto.

Una risa torpe y entrecortada se le escapó a Kukuriczka, y murmuró algo que Francisco no había entendido. Le pidió que lo repitiese, y al oírlo con claridad, no pudo evitar reírse también, dulcemente.

— Boludo que siempre sabe qué decir, ¿quién te hizo tan sabio?

— Mi mami —contestó, con tono infantil.

— Hizo un buen trabajo con vos.

— ¿Verdad que sí?

ꜱɪɴᴄᴇ ᴄʜɪʟᴅʜᴏᴏᴅ // ᴇꜱᴛᴇʙᴀɴ x ꜰʀᴀɴᴄɪꜱᴄᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora