Niño de mamá

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Cerró la puerta detrás de él, se recargó en la superficie y exhaló lentamente. Se adentró en la casa en busca de su madre, mas sólo encontró una nota en la mesa de la cocina, la cual leyó sin sorprenderse.

"Después del trabajo tengo una cena con los del Bufete, tal vez llegue cuando estés dormido. Dejé dinero por si querés pedir algo, e hice las compras por si vas a cocinar, pero no quemes la casa. XO"

Miró al techo de la cocina, no quería llorar, pero fue inevitable hacerlo. Calientes lágrimas rodaron por sus mejillas y trató de apaciguar sus sollozos, pero recordó que estaba solo en casa, así que se permitió llorar alto, sin esconderse como siempre hacía.

¿Por qué le tocó ser así? ¿Por qué... tenía que ser un trolo de mierda? ¿Por qué no podía ser como los demás? Así su mamá lo amaría más, así dejaría de evitarlo en la casa.

Se sentía abandonado desde hacia tanto que apenas y recuerda un beso de su mamá en la frente, o los abrazos de buenos días, o los cuentos antes de dormir. Ahora sólo hablan de la escuela, de citas al médico o compras de ropa cuando Esteban parece necesitarla.

La última vez que salieron de compras fue hace dos años, de ahí el guardarropa de Esteban sigue igual porque cuida la ropa con mucha dedicación, no quiere que la tela se gaste o se rompa. La ropa no es gratis. ¿La última vez que salieron para divertirse? Habría sido a los cinco años, cuando Esteban se lastimó el brazo y fueron a comer helado luego de la consulta en urgencias.

Ya no era el niño de mamá.

Cuando su llanto se reguló un poco, se quedó mirando la plata que su mamá dejó y negó con la cabeza, no quería comer nada a pesar de estar cagadísimo de hambre.

Se fue a su pieza y se sentó al borde de la cama luego de tirar su mochila en esta. Se sacó el chaleco del colegio, la corbata y la camisa, prosiguió con los zapatos, los calcetines, el cinturón y el pantalón quedando en ropa interior. Se levantó y caminó hacia el espejo en la pared.

Hizo una mueca al ver su reflejo.

Él no era feo ni fuera de lo común, pero eso era algo que no podía entender, le costaba verse en el espejo y no decir algo malo sobre su físico. Eran momentos que vivía desde que entró a la adolescencia, no tenía las tías que le reafirmasen lo guapo que era ni tíos que le dijesen que con esa cara iba a tener a todas las minas que quiera. Esos comentarios, que posiblemente sean falsos siempre, le hacían falta, incluso conociendo a gente que los odia con toda el alma.

Dejó de verse en el espejo al sentirse enfermo de sí mismo, queriendo expulsar su almuerzo, mas unas cuantas bocanadas lo evitaron exitosamente.

— Llorón de mierda —se dijo a sí mismo y se puso el pijama, no tenía ganas de bañarse ahora, así que lo hará mañana.— Sos increíble, Esteban Kukuriczka.

Se sentó en su escritorio y se puso a hacer tareas pendientes y estudiar, puso algo de música en la radio que reposaba abajo del escritorio para no aburrirse tanto. De vez en cuando cantaba lo que sonaba en sus discos en voz baja, dando su mini concierto.

De esa manera escondía sus sentimientos, estudiando o cantando sus canciones favoritas, pero jamás hablaba de lo que sentía. Eso era algo que no le gustaba de sí mismo, lo cerrado que era sobre sus emociones e ideas, esa manera tan triste para evitar pensar en sí mismo.

Cuando llegó la noche, casi diez de la noche, concluyó que no podría seguir estudiando y cerró todos los libros y cuadernos que tenía en el escritorio. Guardó algunos en su mochila y ordenó su uniforme prolijamente en el respaldo de la silla, como si no hubiese llorado como un marica hace un par de horas.

Se metió en la cama y cerró los ojos, cayendo dormido un rato después mientras escuchaba que la lluvia comenzaba a caer. Casi nunca tenía sueños, la mayoría del tiempo eran imágenes negras o borrosa, y pesadillas de vez en cuando.

Esta noche fue distinta.

En un campo de flores de muchos colores, donde abundaba el rosa, estaban él y Francisco mirando las nubes, señalando las que tenían formas peculiares y reían. Charlaban de cosas que no entendía, pero su acompañante sonreía mucho y le acariciaba el muslo como muestra de afecto.

Te quiero —fue lo único que le entendió.

Lo miró asombrado, con los ojos bien abiertos.— Yo también te quiero

Lo sé  —susurró inclinándose hacia él.— Pero yo te quiero más.

Y con eso, lo besó lentamente, empujándolo hacia las flores y recargándose sobre él. Se besaron a todo ritmo, las manos fueron a todos lados y los suspiros eran melodías celestiales. El agarre en su cintura se sentía real, eterno, exquisito incluso.

Pero luego el agarre ya no estaba, tampoco Francisco y no estaba en el campo de flores, sino en su cuarto con la molesta alarma del despertador sonando. Se movió para apagarla sintiendo una incomodidad en sus pantalones, y por primera vez se siente avergonzado de tenerla por haber soñado con Francisco Romero, el chico de su vida.

No podía hacerse una paja, no pensando en Fran, en el joven al que le rompió el corazón. Se sentía sucio y muy apenado.

— Estúpido —masculló golpeándose la cabeza con la mano empuñada.— Cerdo de mierda.

Se las ingenió para bajarse la calentura en la ducha, usando agua helada corriendo el riesgo de enfermarse. Se vistió como si nada hubiese pasado y bajó a la cocina, viendo a su mamá tomando café mientras leía correos su computador.

— ¿Qué cenaste anoche? —ella lo miró fijamente apenas lo divisó entrar.

— ¿Ah?

— No te hagas el boludo, Esteban. La plata sigue ahí, y lo que compré está intacto en el mueble —le acusó. Su tono de voz era calmado y pausado, pero sus ojos reflejaban una decepción enorme.— ¿Te estás volviendo a matar de hambre? ¿Para qué? ¿Qué conseguís haciendo eso?

— Estaba cansado anoche —se justificó, pero se notaba que mentía, su mamá lo conocía bien.— Llegué a acostarme.

— No nací ayer, Estebi. Sólo me preocupo por vos.

— Vaya forma de hacerlo —tomó valor para defenderse, sin saber cómo iba a salir esto.— Tratándome como la mierda, no es mi culpa no poder cumplir con tus expectativas de hijo soñado.

— ¿De qué expectativas hablás? ¿Cuándo te he pedido yo ser el niño perfecto?

— Desde chico. Y ya no puedo serlo, creo que jamás lo fui siquiera.

— No te estoy entendiendo.

— Siempre dijiste que querías un hijo con buenas notas, guapo y con novia, no te podré dar ninguna de esas tres cosas —sus manos temblaron, todo su cuerpo de hecho.— Debe ser decepcionante tenerme como hijo.

Su madre lo miró en silencio, tomó un largo sorbo de su taza con la mirada fija en él, haciéndole sentir incómodo.

— Hablamos después, vete al colegio.

Esteban asintió con lentitud, sintiendo náuseas por lo que acababa de cometer: un terrible error.

ꜱɪɴᴄᴇ ᴄʜɪʟᴅʜᴏᴏᴅ // ᴇꜱᴛᴇʙᴀɴ x ꜰʀᴀɴᴄɪꜱᴄᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora